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Domingo, 4 de diciembre de 2011

DESPEDIDAS > ADIóS A KEN RUSSELL, ESE VIEJO DEMONIO DE LA PROVOCACIóN PSICODéLICA

Acidos y demonios

Indomable, gracioso, sexual, zarpado y con mucha onda, Ken Russell fue el primero en inaugurar el cine inglés de los swinging ’60. Desde adaptar a D. H. Lawrence bajo la liberación sexual hasta la ópera rock con los Who, pasando por orgías de monjas lisérgicas y Aldous Huxley, su cine le valió dos títulos tan contradictorios como justificados: era considerado “el Orson Welles inglés” tanto como “el Fellini británico”. A los 84 años, Russell dejó de aullar.

 Por Alfredo Garcia

“Es importante no tener miedo a quedar en ridículo, porque si uno vive con ese temor, apagará esa chispa que es lo que hace especial a una obra de arte.”

Si hay algo seguro sobre Ken Russell es que no tenía miedo de exponerse al ridículo. Gran provocador del cine inglés de los ’70, realmente no se puede concebir la estética de la época sin sus películas. Ya sean obras maestras como Los demonios o bodrios indescriptibles como Lisztomania, no hay dudas de que la obra de Russell siempre transmitió su personalidad provocadora; y también hay que reconocer que mantuvo toda su carrera a puro riesgo, al punto de que luego de la polémica por su film norteamericano Estados alterados, le resultó cada vez más difícil conseguir financiación para sus films, y tuvo que refugiarse en el teatro, la ópera y pequeñas producciones de TV durante prácticamente toda la última década de su vida; actividades que matizó con una columna en el Times de Londres, todo tipo de apariciones en talk shows y hasta una en el reality televisivo Celebrity Big Brother.

Henry Kenneth Alfred Russell murió a los 84 años el pasado 27 de noviembre muy cerca de donde nació, en la localidad de Hampshire. Aparentemente el joven Ken tardó en encontrar su vocación por las imágenes en movimiento, y durante años ejerció cualquier tipo de profesión: habiendo estudiado danza y fotografía, fue marinero de la Armada británica y bailarín para una troupe

noruega. Muchas veces describió su adolescencia como una sucesión de matinés de películas, de las que salía para volver a su casa a jugar que armaba puestas de musicales al estilo del Hollywood clásico.

Tras empezar a dedicarse de lleno a la fotografía, en los ’60 trabajó como documentalista para la BBC, un trabajo en el que está en parte la semilla de muchos de sus films, especialmente las biografías de músicos como Tchaicovsky (The Music Lovers) y Mahler, o artistas como Rodolfo Valentino (con Rudolf Nureyev). Sus documentales solían enfocar vida y obra de artistas como Gaudí, Isadora Duncan, Prokofiev, Debussy o Henri Rousseau, y fueron esos trabajos los que cimentaron su carrera como cineasta. Años más tarde, hablando sobre su formación como director en la BBC, afirmó que aquéllos fueron algunos de sus mejores films, empezando por el poco conocido Omnibus. Song of Summer: Frederick Delius de 1968 (“Tal vez sea lo único que filmé donde cada toma era exactamente como la tenía que hacer”, dijo).

Antes de ese film, Russell ya había debutado en la pantalla grande con la que algunos llaman la auténtica primera película del swinging London, French Dressing, ya que se adelantó un año al supuesto clásico en la materia, The Knack and How to Get it, de Richard Lester.

En lo que significó un cambio de estilo radical, su segundo largometraje terminó la trilogía del espía Harry Palmer, es decir el formidable Michael Caine, que ya había ofrecido su James Bond crudo y de entrecasa con The Icepress File y Funeral en Berlín. La entrada de Russell en la saga de Palmer, con Billion Dollar Brain, ya mostraba la gran capacidad del director para crear un delirio de imágenes psicodélicas, un vuelo visual típico de sus más famosos trabajos posteriores, que se sigue disfrutando más que muchos de sus films más pretenciosos.

Fue su tercera película, Women in Love (Mujeres apasionadas, 1969), la que convirtió a Russell en el director del momento. La adaptación de la novela de D. H. Lawrence, filmada en un estilo un tanto más sobrio que el que luego caracterizó al cineasta, conectaba el texto original con la liberación sexual de los ’60. El film le valió una nominación al Oscar y hasta apodos como “el Orson Welles inglés”. Años más tarde conoció a Fellini, con quien se llevaba muy bien, y el chiste era que el director de La dolce vita era “el Ken Russell italiano” y Russell, el “Fellini británico”.

Algo bueno que se puede decir del director de El mesías salvaje es que no bien obtuvo prestigio, lo utilizó para plasmar proyectos aun más audaces, empezando por el auténtico Russell desencadenado de la hiperprohibida y discutida The Devils (Los demonios, 1971), con un guión que mezclando una obra de teatro de John Whiting y un libro de Aldous Huxley sobre orgías de monjas alucinadas en conventos del siglo XVII lograba momentos únicos de locura y crueldad, y el más zarpado delirio visual. La película tuvo un premio en Venecia, pero también muchos problemas de distribución, por censura oficial en Inglaterra y autocensura de los productores, lo que llevó a que durante mucho tiempo sólo pudiera verse en versiones cercenadas. Oliver Reed se convirtió en un icono del cine inglés con su papel de monje perverso de este film, así como Robert Powell devino miembro imprescindible de la troupe de Russell, que lo convirtió en el papá de Roger Daltrey en Tommy, la ópera rock de The Who. Obra maestra kitsch del cine, las drogas y el rock & roll, Tommy reunía en su elenco a Eric Clapton, Elton John, Tina Turner (“la reina del ácido”), Jack Nicholson y Anne Margret. Tommy fue un negocio brillante: no sólo el film sino también la banda de sonido, cuyo doble LP vendió muchísimo más que la grabación original de los Who.

Lamentablemente, en plena cresta de la ola, Russell cometió el pecado de la indulgencia y empezó a hacer malas copias de sí mismo, empezando por el megabodrio Lisztomania, con Daltrey, Paul Nicholas, Rick Wakeman y Ringo Starr (¡el Papa!), sobre su tesis de que Franz Liszt y Richard Wagner fueron las estrellas pop de su momento, haciéndolos hacer cosas tales como cabalgar penes gigantes. Una biografía muy crítica sobre el director, escrita por Joseph Lanza, se titula Phallic Frenzy (“Frenesí fálico”).

La carrera de Russell no se recuperó del todo, a pesar de los excelentes momentos de otra película problemática, Estados alterados, que estaba basada en las experiencias personales del guionista Paddy Chayefsky con mezcalina y otras sustancias psicotrópicas, que en el guión de Russell degeneraban hasta convertir a William Hurt en una especie de hombre de las cavernas en ácido que deambula por las noches aullándole a la Luna. También hay otros buenos momentos en Gothic, opiácea revisión del encuentro entre Mary Shelley y Lord Byron durante el cual la escritora concibió su Frankenstein. Los últimos intentos de Russell por mantener su título de “Orson Welles inglés” fueron con dos películas eróticas, quizá demasiado artificialmente provocadoras: Crímenes de pasión y Prostituta. Más allá de su permanente actividad posterior en teatro y TV, un talento que podría haber aprovechado más era el de la actuación: si bien solía hacer cameos en muchos de sus films, apenas tuvo unos pocos papeles en films ajenos, por ejemplo en La Casa Rusia, junto a Sean Connery y Michelle Pfeiffer.

Pero finalmente él era su propio personaje, capaz de expresarse en frases como “en términos de arte, éstos no son tiempos de ser amable y mantener las formas sino de pegarle a la gente una buena patada en las pelotas”. Era la actitud que el público esperaba de él, como cuando en un programa de TV en vivo, discutiendo con el crítico Alexander Walker, a quien no le había gustado nada The Devils, terminó pegándole en la cabeza con la publicación donde había escrito la reseña que destruía su film.

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