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Domingo, 12 de febrero de 2012

PERSONAJES > CHRISTOPHER PLUMMER: OSCAR, CLOSET Y GLORIA

Al final del arco iris

 Por Mariana Enriquez

En 1965, Christopher Plummer –que entonces tenía 36 años y era guapísimo– ya había interpretado a Cyrano de Bergerac y a Hamlet en el cine, pero todavía no se había hecho famoso. Ese año, sin embargo, protagonizó una de las películas más famosas de la historia del cine: La novicia rebelde. Ahí fue el viudo y muy austríaco capitán

Georg von Trapp, personaje que le sentaba impecable a su estilo señorial, un poco rígido, ablandado luego por la música, Julie Andrews, la resistencia al nazismo y los Alpes. Para quienes odian los musicales, La novicia rebelde es una especie de pesadilla. Para quienes los aman, es una de las películas más deliciosas jamás filmadas. Y para la cultura gay es referencia, mojón, quintaescencia camp e incluye himno favorito ante la adversidad: “My Favourite Things”.

Por eso resulta magnífico que Christopher Plummer (casi) termine su carrera, a los 83 años, interpretando a un hombre gay en Begginers, la película de Mike Mills que acaba de editarse directo a video y que le acaba de dar su segunda nominación al Oscar como actor secundario. Un Oscar que probablemente se lleve –ya recogió el Globo de Oro– y que responde a todo eso que gusta tanto a la Academia: Hal, el hombre que interpreta, sale del closet a los 75, vive con hermosa dicha su tardíamente ganada libertad, pero pronto se enferma de cáncer y muere a los 80, en el mejor momento de su vida, con un novio un poco papanatas pero muy joven y muy atractivo (Goran Visjnic, el actor croata que hacía del despampanante Dr. Luka en la serie E.R.), amigos que lo adoran, fiestas que lo divierten y un hijo que lo ama con locura. Todo esto, sumado a que es un hombre mayor, hace que su premio sea obvio y justo al mismo tiempo.

Pero es una lástima, porque Plummer no está haciendo su Gran Personaje Valiente y Beginners no es una película que supure carpe diem y lecciones de vida. Beginners está inspirada en la historia del padre del director, Mike Mills –conocido como diseñador gráfico y director de videoclips para Air, Jon Spencer Blues Explosion, They Might Be Giants– y por eso tiene una escala íntima que a veces es dolorosa y verdadera: Oliver, el hijo, limpiando la casa de las cosas de su padre muerto; dándole las pastillas; escuchando, ruborizado, que su padre busca hombres por avisos; hablando con el terrier que lo sobrevivió (el animalito responde, sus pensamientos aparecen subtitulados, pero el recurso no termina siendo abusivo ni alcanza la comedia; es medido y tierno); abrazando al joven amante de su padre, sorprendido por su amor.

Oliver es Ewan McGregor, quien desde que dejó de ser un proto leading man de Hollywood se fue convirtiendo en un actor cada vez más interesante, más inteligente, más natural y creíble. Pero la película le pertenece a Plummer y es una lástima que su tiempo en pantalla resulte reducido por el excesivo protagonismo de la historia paralela, la relación del hijo con su nueva novia y los problemas para comprometerse que tienen y todo ese bla bla indie al estilo de Antes del amanecer (¡si hasta la chica es francesa!). Ewan McGregor es tan sincero que jamás resulta insoportable (¡y eso aunque sea diseñador y “artista callejero”!) y la relación con su padre es desarmante, pero oculta demasiado a Hal, a Christopher Plummer en toda su gloria, espléndido y todavía hermoso, con su estatura principesca, sus hombros anchos y esa naturalidad para besar en la boca a su atolondrado novio, volviéndose juguetón y parpadeante, como un chico enamorado, y eso que está en una cama de hospital con un tubo de oxígeno en la nariz. O cuando llama al hijo a la madrugada, después de una fiesta gay, y le describe la música que bailó (“punchi punchi”) y le pregunta qué es ese ritmo. “Es música house, papá”, dice el hijo, y el padre lo anota, para no olvidarse, porque hay tanto que aprender en ese mundo gay que no conoce, pero que le encanta, ¡le encanta! La alegría de vivir de Hal, que siempre es sobria –se trata de un ex director de museo de arte– es indudable. Pero no se desmorona cuando sabe que va a morir, ni siente que perdió el tiempo durante los años que estuvo casado. “Tu madre creyó que podía cambiarlo. A mí me gustaba mi familia y vivir con ella. Todos los hombres gays estaban casados en los años ’50”, le explica con tranquilidad a su atribulado hijo, que sufre por el closet de su padre desde su privilegiada posición de joven de clase media en Los Angeles con toda la libertad del mundo.

Es una delicia, también, ver a Christopher Plummer interpretar a un hombre más o menos común después de una carrera en la que fue Rudyard Kipling, Aristóteles, Tolstoi (su nominación al Oscar de 2009, por la película The Last Station), Nabokov, Sherlock Holmes, un arzobispo (en la celebérrima miniserie El pájaro canta hasta morir), Van Helsing, Santa Claus, un archiduque y más militares de los que se puedan enumerar. Mucho tuvo que ver su voz imponente, su físico fuera de este mundo; pero esa ilusión de grandeza lo encasilló y probablemente hizo que se perdiera mejores y más vistosos papeles. En 2009, sin embargo, tomó un riesgo maravilloso: fue la voz de J.R. Ackerley en la versión animada de Mi perra Tulip de Paul Fierlinger, adaptación de las memorias de la relación del escritor británico con su perra Queenie, una insatisfecha pastor alemán. Beginners, de forma no explícita, homenajea –a través de ese terrier pensante, Arthur– a Ackerley y a toda esa tradición de señores correctos, gays y secretamente apasionados, una genealogía que va de E.M. Forster a James Whale, llegando a Ian McKellen y su tardía salida del closet en la BBC3. Todos esos señores que se merecen esos cinco años de vida, tan idealizados en Beginners, donde todo es un poco demasiado perfecto; pero así, perfecto, debería ser ese más allá en esta tierra que se le concede a Hal cuando queda viudo y al fin puede pegar banderas de arco iris por todas partes. Y cuando, ya reducido a ceniza, es mezclado con pólvora y llega hasta el cielo como una cañita voladora, un fuego artificial, una explosión de color.

Begginers se distribuyó en la Argentina directamente a DVD hace unos días.

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