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Domingo, 29 de abril de 2012

TELEVISIóN > TELEFE CONTRAATACA: CUARTA GENERACIóN DE YANKELEVICH Y EL FANTASMA DE ROMAY

DULCE FE

Con el éxito inesperado de Virginia Lago presentando películas a la tarde, el regreso de Mirtha Legrand a la ficción, Florencia de la V al mediodía, la telenovela clásica Dulce amor pasando a retiro las apuestas modernas de Los únicos y Lobo, y un clima de buena onda con un star system no conflictivo, el canal de las pelotas no sólo gana la pelea del rating, sino que parece proponer un cambio de paradigma en la televisión argentina.

 Por Hugo Salas

Súbitamente, el último verano, algo raro pasó en la televisión argentina. El gran fenómeno no fue la enésima edición de Gran Hermano, sino una propuesta mucho más sencilla y pequeña: el rinconcito de la tarde, donde una experimentada actriz, Virginia Lago, presentaba con solvencia y calidez películas que en las primeras emisiones no pasaban de telefilms de dudosa factura. Los indicadores de audiencia y la avalancha de imitadores en YouTube (extraña forma de consagración paródica) hicieron de ese living escenográfico, con su sol de farol, tema de conversación obligado. ¿A qué reaccionaba esa enorme cantidad de chicos y chicas que se veían obligados a convertir su incomodidad en sarcasmo? A lo mismo que el público que elegía el programa en serio. La clave de Cine de la tarde no debe buscarse en las películas (si bien la selección fue mejorando con el paso del tiempo), sino en el impecable trabajo de Virginia Lago, que se animó a retomar, sin ninguna traza de ironía o autoconciencia, aquel tono de conducción amable y afectuoso de la tele “de antes”.

Difícil saber si fue una prueba piloto o un hallazgo fortuito, pero vista la nueva temporada de Telefe, resulta claro que no se trata de un fenómeno aislado. El mismo clima impera en La pelu, afable juego entre paso de comedia y programa de entrevistas, e incluso en el perfil que hace un año ya viene teniendo el noticiero del canal. Como dejara entrever la emisión de Todos juntos, gran gala con reconocimientos para todas las figuras del canal y velado homenaje al estilo Romay, Tomás Yankelevich, a cargo de la programación, está decidido a apostar por una televisión distinta, fundada en el ineludible atractivo de la nostalgia (decisión evidente no sólo en el tributo a ¡Grande, pa!, sino en la inclusión de una ficción retro como Graduados). Lo interesante del caso es que esto no lleva al canal a hacer una televisión “vieja”, sino a refundar toda una tradición que de momento había quedado en el olvido.

Hasta fines de los ’80 subsiste en Argentina una forma de televisión emparentada con la radio: los programas no suponen emisiones aisladas, sino complementarias y “el canal” oficia de lugar físico concreto donde se encuentran prácticas e intereses distintos (la metáfora de la gran familia). Se trata de una pantalla amable y comunicativa, en el sentido que lo entienden hoy la mayoría de los programas radiales nocturnos, con ese estilo de conducción que le habla todo el tiempo al público y busca establecer con él la complicidad de un espacio común, compartido (la misma que ponían en juego, de hecho, programas tan disímiles como las comedias de Olmedo, Utilísima y La noticia rebelde), que por eso mismo necesita, ante todo, del vivo.

En los ’90, la aparición de las productoras independientes (con Pol-Ka a la cabeza) moderniza la pantalla local según los parámetros de la producción estadounidense: el canal pasa a ser la boca de expendio donde se acumula una serie de productos autónomos, cada uno de los cuales busca alcanzar el mayor impacto posible. El resultado fue claro: mayor profesionalización (las ficciones actuales tienen parámetros de calidad muy superiores de los que tenían ¡Grande, pa! o Amigos son los amigos) y mayor espectacularidad (compárese la hiperinflación de Tinelli contra la concepción de show de Grandes valores del tango o las distintas emisiones del Badía de los ’80), pero también mayor distancia con el público, al que hay que atrapar antes que hacerlo sentir “en casa”.

Dentro de ese contexto, en una de las apuestas más interesantes de las últimas décadas, Yankelevich parece decidido a competir con el goliatesco tándem Trece-Tinelli recuperando aquella vieja tradición “de entrecasa”: no el ocio hipertecnificado, con su necesidad de estímulos cada vez más potentes, sino la creación y el sostenimiento de códigos comunes. Esto se traduce en una programación “más blanda”, menos estridente, pero también en una mayor capacidad de juego, donde lejos de las presiones del golpe de efecto y el libro pautado, un elenco como el de La pelu, con Flor de la V a la cabeza, puede hacer gala de la capacidad de improvisación y complicidad que es característica del escenario. Sin abandonar personaje ni situación, los participantes pueden tentarse e improvisar e incorporar el mismo error dentro de la situación cómica, porque el vivo establece con el público una complicidad inmediata que lo hace partícipe y no víctima del error. Esta buena predisposición, por otra parte, permite que las entrevistas sean verdaderos diálogos, intercambios, y no interrogatorios leoninos (una concepción que ya estaba en el canal con AM, toda una rareza en lo que hace a programas de espectáculos).

Sólo en este marco lúdico y relajado (que tampoco elude lo profesional, como deja en claro El hombre de tu vida) podía realizarse La dueña. Durante años se habló del regreso de Mirtha Legrand, una actriz formada en los códigos del viejo cine de estudios, a la ficción. De haberse producido en el contexto Pol-Ka, ese estilo y ese modo de hacer televisión sólo podría haberle dado un uso paródico (como ocurrió con su breve participación en Son amores). Por el contrario, la televisión de Yankelevich puede no sólo permitirse los escenarios y las necesarias inverosimilitudes de un melodrama truculento como La dueña, sino también un estupendo ensamble de actores capaz de dar un marco de lucimiento a ese código distinto. En la misma línea cabe leer el éxito de otro “tanque” inesperado, Dulce amor, sobre propuestas cool y “sofisticadas” como Los únicos y Lobo, fenómeno que no sólo ratifica la vigencia del género en su expresión y formas más ortodoxas (línea por la que Estevanez padre venía apostando hace tiempo), sino la consolidación de un star system amigable, no conflictivo y alejado del escándalo (Zampini, Estevanez hijo, Darthés y compañía).

Queda por preguntarse, desde luego, en qué medida esta vuelta sobre la tradición no supone una restitución conservadora, y en rigor de verdad es una pregunta que sólo cabe contestar caso por caso, mirando atentamente cada programa. Más allá de ello, lo cierto es que esta tele no había desaparecido por completo, sobrevivió en unos pocos programas o figuras (en particular, Susana Giménez, si bien “tironeada” por la demanda del gran espectáculo). No es casual que uno de sus exponentes paradigmáticos fueran los programas de Cris Morena (madre de Tomás Yankelevich), que a pesar de sus deficiencias lograron que múltiples generaciones adolescentes hicieran “propio” un universo signado por la solidaridad, el afecto y la autenticidad entendida como fidelidad a sus propios deseos. Tampoco es casual que Tomás Yankelevich represente la cuarta generación de una familia dedicada a los medios en Argentina. De esa relación genética y casi tribal con el medio surge una idea de tele como espacio de todos, público en el más amplio sentido de la palabra, que sea capaz de articular la necesidad afectiva y efectiva de comunicarse.

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