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Domingo, 24 de junio de 2012

HITOS > SAN LORENZO: QUé DIRíA SORIANO, QUé NO PUEDE HACER TINELLI Y EL FANTASMA DEL DESCENSO

LA BATALLA DE SAN LORENZO

Así como en 1981 San Lorenzo se convirtió en el primero de los equipos llamados grandes en descender de categoría, treinta y un años después, después de un regreso con gloria, cancha nueva y hasta tribunas llenas, se hamaca de nuevo sobre esa categoría tan temida como visitada últimamente. ¿Qué diría hoy el fervoroso Osvaldo Soriano, que llegó a seguir partidos por teléfono desde el exilio? ¿Y cómo llegó a esto el equipo del exitoso Tinelli, que en el ’93 se refundaba como “el Real Madrid de Buenos Aires”? En unas horas, el destino habrá hecho sonar su pitada final.

 Por Angel Berlanga

¿Qué cuentas estrambóticas estaría haciendo a esta altura, qué apuestas y promesas desesperadas se jugaría, cómo contaría Osvaldo Soriano las desventuras de estos últimos años de San Lorenzo? Las de este último campeonato, sobre todo, con el equipo enterrándose inexorablemente en las arenas movedizas del descenso con unos trancos de tragicomedia dignos de su ojo y su escritura, goles en contra insólitos que dan árbitros que no se saben el reglamento, partidos que se pierden o se empatan sobre la hora, carniceros propios que se hacen expulsar porque ya no hay pastilla que haga efecto. ¿Cómo describiría Soriano al presidente publicitario Abdo o al técnico, Caruso Lombardi, que a cada rato promete que va a parar de hablar hasta que termine el torneo? El charlista mejoró un poco lo que había con Madelón, pero desembocó en un multiple choice de terror para esta tarde: hay que ganar o al menos empatar con San Martín de San Juan y esperar a que Banfield y Atlético Rafaela pierdan o empaten para ver si promoción, descenso directo o partido desempate para decidir cuál de esas dos opciones. Hoy sí que hay que saber sufrir.

“San Lorenzo fue el primer grande que descendió a la B, el primero en admitir publicidad sobre la camiseta, el único que perdió su cancha, el solo ‘grande’ que nunca jugó dramáticas finales de la Copa Libertadores. En definitiva, un club de tránsito para grandes jugadores que empiezan o pasan por allí y después se van a otro más rico.” Soriano escribió eso en 1991, en un artículo al que tituló “Historia de una mufa”, pero alcanzó a verlo campeón cuatro años después. O a oírlo, mejor dicho, porque en aquel junio del ’95 estaba en París y siguió el partido contra Central por teléfono. “A las once de la noche de Francia la angustia ya me tenía afiebrado y ahora, tres horas más tarde, todavía no se me pasó –escribió en el texto de festejo, que dedicó a la memoria de Miguel Briante, otro cuervo–. Sabrán perdonar los lectores la parcialidad y las tonterías que pueda decir. Estuve hasta recién festejando a gritos, despertando vecinos, tirándome de cabeza en el colchón. ¡Vamos San Lorenzo, carajo! ¡Veinte años después de aquellas campañas inolvidables el Ciclón vuelve a ser el más grande, el que se hizo un estadio nuevo y lo estrenó con un campeonato!”

Pero eso es del siglo pasado. Ahora la subsistencia de la angustia sería un buen síntoma: significaría que todavía se la puede pelear, que San Lorenzo no será el primer grande en irse por segunda vez a la B, que queda alguna instancia más para jugársela a cara o cruz. En la previa a las encrucijadas del cuervo, Soriano ponía fe, apostaba aunque sea a alguna fantasía o a algún golpe de suerte, recurría al auxilio telepático de sus gatos, pero acá está muy difícil. Lo mejorcito que tenemos es el Pipi Romagnoli, que anda medio roto, con el chispero mojado; luego está un tal Buffarini, que llegó desde la B cuando el horno ya estaba encendido, y resultó que por lo menos puede correr y ponerle ganas todo el partido con criterio, y el arquero loco Migliore, que un poco se sosegó y está a la altura de las circunstancias. Hay que querer mucho a San Lorenzo para ver un partido y quedar con expectativas de buen fútbol para el siguiente. Un mes atrás hubo una excepción: la remontada del 3-2 contra Newell’s después de ir perdiendo 2-0. Un espejismo de esos necesitamos para hoy.

A aquello del club de tránsito para futbolistas que luego se van a clubes más ricos se le sumó en los últimos años una variante más trucha: la contratación de decenas de jugadores flojitos, pataduras o lesionados, y de veteranos en procura de jubilación de privilegio. Se juega feo, pero por lo menos tenemos la industria de la compraventa y de los contratos impagables: 165 millones de pesos de deuda reconocidos por la Tesorería en abril. La cosa no está resultando como alucinó Fernando Miele al inaugurar el Nuevo Gasómetro, en el ’93: imaginaba a San Lorenzo como “el Real Madrid de Buenos Aires”. Algo así. Para entonces Soriano escribió un artículo en el que contaba lo difícil que se le hacía explicarle a su hijo Manuel por qué el Beto Acosta tenía la azulgrana en el poster de la casa y la camiseta de Boca en la televisión. “Todavía me falta contarle que no elige a un ganador –remataba–, que ser de San Lorenzo es un interminable sobresalto, una carga que se arrastra en la vida con tanto desconcierto y orgullo como la de ser argentino.”

Esa última frase parece tan irracional como certera. ¿Cómo puede uno siquiera preocuparse por un equipo tan descuajeringado, sobre el que no se tiene incidencia alguna, cuyo rumbo y destino depende de imponderables tan ajenos? Qué pregunta presuntuosa: estamos hablando de identidad, historia, sentimiento. Cuando llegó de España, mi padre trabajó en un boliche que estaba sobre la avenida La Plata, a dos cuadras de la cancha de San Lorenzo. Mi padrino me llevó ahí cuando tenía cinco años, una noche: 2-1 contra Unión. Hubo un tiempo, en el ’74, en el que la Selección estaba cargada de cuervos. Hubo un tiempo, en el ’81, en el que mi madre se conmueve para siempre al ver a mi hermano llorando desconsolado por el descenso. Hubo después grandes equipos, como el recién vuelto a Primera que salió subcampeón (Rinaldi, Insúa, Bueno, Husillos, Navarro) o el que consiguió el título local en 2001 y también la Copa Mercosur, con el ingeniero Pellegrini como técnico. El título de 2007 llegó justo para robustecer lo de mi hijo mayor, que por entonces tenía dos años (tuve cuidado, ahí, para que no le llegara mi alergia por Ramón Díaz). Y mi hijo menor, que acaba de cumplir uno, no se merece una calamidad de éstas. Ya le canté mucho esto de que yo soy cuervo desde que estaba en la cuna y quisiera que por fin la cuesta se revierta, que aparezca aunque sea un espejismo como el que vimos ante Newell’s. Incluso escucharemos a Caruso con mucho gusto.

Soriano había relojeado otro partido por teléfono desde París mientras estaba exiliado, en 1981: fue en aquel partido fatídico contra Argentinos Juniors. En los días previos le contó de su drama a un amigo francés, que mucho no lo entendió: “¡Qué me van a entender si los equipos franceses se van todos al descenso!”, le contó al periodista Eduardo Rafael diez años después. “Todos se van a la B. No les interesa, por eso no podían entender mi tragedia. Me acordaba de que Argentinos Juniors nos ganaba casi siempre. Este amigo me acercó a un experto en computación, cuando la computación recién empezaba. Los franceses racionalizan todo. Le tuve que dar todos los resultados del campeonato y los datos que pude reunir. Los tiró en la computadora, hizo un cálculo de probabilidades, el tipo laburó como loco y un día me llamó. ‘El que se va al descenso se llama San Lorenzo’, me dijo. Me cagué todo”. Cuando la cosa ya estaba jugada se echó a llorar: “Fue uno de los momentos más desoladores de mi vida –contaba–. Era el primer grande que se iba al descenso. Enseguida aparecieron todos los hijos de puta, el teléfono sonaba y sonaba: me llamaban para gastarme. Yo estaba hecho mierda. La contestación fue siempre la misma: por qué no te vas a la puta que te parió”.

Ojalá que no haya que imaginar ahora a Tinelli pronunciando esas palabras: puso bastante más que entusiasmo para conseguir una Libertadores y se quedó en la puerta de cumplir ese deseo para regalárselo a su hijo. A Badía le dijo, en una entrevista, que había perdido mucha plata con el club: al club, está visto, no le fue mejor.

En la página oficial de San Lorenzo, Viggo Mortensen, en charla con el gran cuervo Fabián Casas, dice: “El partido contra San Martín será emocionante, pase lo que pase, sea o no el último del torneo. Veremos si podemos ganar y después tener al menos la suerte de jugar dos partidos para quedarnos en Primera. Como decís, Fabián, esperamos que nuestros hermanos y hermanas del Casla procuren portarse dignamente en nuestra casa, canten lo que canten o digan lo que digan los del otro equipo. Tampoco hace falta recordarles a nuestros directivos, jugadores o al equipo técnico que vamos mal. Lo sabemos todos de sobra. Mi sincera esperanza es que alentemos y juguemos hasta el último suspiro como lo que somos: los más guapos del fútbol argentino”.

Las computadoras están más accesibles y sofisticadas, Osvaldo, pero mejor no encargar ningún cálculo. Ser de San Lorenzo, como decís, es un interminable sobresalto.

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