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Domingo, 6 de enero de 2013

> LA CABAñA DEL TERROR: OTRA VUELTA MáS DE TUERCA AL MIEDO

Sin aliento

 Por Mariano Kairuz

Acá se llama La cabaña del terror, pero su título original era menos explícito y más abierto: La cabaña en el bosque. Como para que no queden dudas, el póster dice “El miedo vive aquí. Atrévete a entrar”. Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos para que parezca que sí, la demorada película de Drew Goddard –se filmó en 2009, la MGM la archivó durante su proceso de quiebra, la estrenó LionsGate el año pasado y llega a nosotros ocho meses más tarde– no es exactamente una película de terror. No del todo, al menos. Y no asusta ni parece ser ése su objetivo. En un principio sí es como una de terror de las que vimos muchas, y ahí están los cinco chicos, prolijamente alineados para su achuramiento: la rubia tonta y su novio musculoso, la amiga “virginal”, su prospecto romántico y el fumeta, todos encaminados a un fin de semana en casa prestada en lo profundo de la nada. Pero enseguida, esta premisa se convierte en otra cosa. Y después en otra más. Y de eso se trata La cabaña del terror: de las convenciones genéricas, de seguirlas y luego romperlas y luego imaginarse qué hay detrás de ellas. Llámenlo metadiscursivo, metagenérico, autoconsciente, posmoderno. Es todo eso, como Scream hace más de una década, pero con zombies y familias de caníbales white trash como las de El loco de la motosierra.

Primero se intercalan en la historia de los chicos-carne-de-cañón, escenas protagonizadas por dos burócratas –extraordinarios Bradley Whitford, de The West Wing, y Richard Jenkins– que parecen llevar el control técnico de todo el asunto, como si la cabaña fuera la casa del Gore Hermano. Apenas después, queda bastante claro que el quinteto juvenil está ligeramente corrido de sus respectivos estereotipos: la rubia tonta no es tan tonta (ni rubia, para el caso), el musculoso es un estudiante aplicado, y el porrero es tanto más lúcido de lo que parece. Amantes del cine de terror de los ’70 y los ’80, severamente decepcionados y enojados con el ascenso de la porno-tortura de la saga El juego del miedo y porquerías afines en los últimos años, los coguionistas Goddard y Joss Wheddon (que trabajan juntos desde Buffy, la cazavampiros, creación de culto de este último) se preguntan por qué los chicos de las películas como Martes 13 y sus secuelas suelen comportarse como verdaderos tarados (y dan con una respuesta, improbable pero divertida); qué hay detrás de esa obsesión por montar un espectáculo sobre el sacrificio de vidas jóvenes y el castigo del sexo (y referencian sus raíces lovecraftianas y acaso ancestrales); y se lanzan a una ambiciosa especulación tan rara, lisérgica, y hasta cósmica, que no faltó quien le dijera en la cara al propio Goddard –que también fue guionista de la serie Lost varios años–- que acá está, que éste es, el verdadero final que la serie de la isla no se atrevió a poner en pantalla.

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