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Domingo, 6 de enero de 2013

CINE > MAGIC MIKE: STEVEN SODERBERGH SE HACE STRIPPER PARA SEGUIR SU SAGA DE SEXO Y CAPITALISMO

Bailando por un sueño

 Por Paula Vazquez Prieto

“Tú eres el hombre. En el escenario, miles de mujeres. Sus miradas en ti. Tú eres su visión. Entonces, ¿qué haces? No tiras tu ropa y listo. Haces que valga la pena. Sales. Eres el dueño. Miras a tu alrededor. Provocas. Seduces. Mueves los ojos, pero no fijas la mirada en ninguna. Tienes que creer que estás dentro de cada una de ellas. Y cuando sea el momento, lo sabrás.” Con esas palabras salidas de una especie de mantra del strip-tease, Dallas, un aceitado Matthew McConaughey, enseña a su futuro discípulo la clave del negocio del sexo en la era de la mirada. Mientras mueve la pelvis con gracia, frente al espejo, despliega poder y sabiduría. Esa misma sabiduría intuitiva que es la llave de su supervivencia. Una supervivencia estoica frente a los vaivenes de un país en crisis y la amenaza inexorable del paso del tiempo y la extinción de la lozanía juvenil. Jovial, fachero, superficial, intenso, despreocupado, Matthew McConaughey da vida a uno de los principales atractivos de la nueva película de Steven Soderbergh, Magic Mike, de la que, a decir verdad, esperábamos poco y nada.

La transformación del sexo en pantomima superficial y coreografiada es algo que Soderbergh viene contando desde Sexo, mentiras y video, allá por 1989. Su insistente atracción por una sexualidad abstracta, trivial, gélida, casi inhumana, que ha profanado el cuerpo, antes templo de lo privado y hoy anzuelo de voyeurs, se protege en una comodidad profiláctica que pocas veces consigue inquietarnos en la butaca. Sus últimas apuestas pretendidamente osadas –el cuento científico-apocalíptico Contagio y el diario realista de una prostituta The Girlfriend Experience, protagonizada por la porno star Sasha Grey– eluden todo compromiso en una despersonalización asombrosa, donde hasta podríamos aventurar la presencia mecánica de un robot tras el ojo de la cámara.

Sin embargo, para ser honestos, lo que introduce con el personaje de McConaughey en Magic Mike es ciertamente inesperado. Que el sexo es poder lo sabemos todos, y más en un mundo donde la abstracción imaginaria de esa sexualidad, representada en esos Adonis de pectorales modelados y glúteos firmes, se convierte en epicentro de una fantasía prefabricada por el marketing y el individualismo. Pero lo que Dallas representa en la película se revela como la contracara de un idealismo ingenuo que el cine de Hollywood construyó como condición para el disfrute de una tierra de oportunidades. Un poco lo que encarna el Mike del título.

Protagonizado por el sureño Channing Tatum –quien además figura como productor y cuyos inicios como stripper a los 18 años inspiraron el guión de la película–, Mike representa la aspiración de ascenso social del norteamericano inocente y bonachón que cree que a fuerza de trabajo y buenas intenciones logrará el respeto de una sociedad que, en el fondo, lo desprecia. Dotado de un talento singular para atraer a las mujeres, como lo percibe Dallas cuando lo descubre en la calle, Mike tiene otras ambiciones: quiere montar un negocio de muebles de diseño y conquistar una mujer que lo quiera por lo que es y no por la promesa de buen sexo que proyecta desde el escenario. Para ello trabaja y trabaja: durante el día, colocando tejas; en las noches libres, haciendo algún baile a domicilio para chicas en vacaciones estudiantiles; en el bar, como estrella del show y mano derecha de Dallas en la administración del negocio. Además de trabajador es alegre, divertido, generoso y buen amigo. Tristemente y pese a todos sus esfuerzos, nadie lo toma en serio. Ni la empleada del banco al que solicita un préstamo para su emprendimiento, ni la joven psicóloga con la que juega al trío ocasionalmente. Nadie.

Su deseo de reconocimiento se hace más evidente cuando conoce a la hermana de Adam, el joven de 19 años a quien introduce en la vida nocturna. Al principio, ella desconfía del destino de su hermano, seducido por el dinero fácil y los gritos femeninos, pero el bueno de Mike promete cuidarlo. Lo que uno descubre en el transcurso de la película es la desconfianza que anima la mirada de Soderbergh con respecto a lo que Mike quiere conseguir para su vida. Porque, después de todo, ¿cuál es esa vida que anhela? ¿La de un cuentapropista aburguesado con casa en los suburbios y familia tipo? ¿O simplemente quiere ser valorado por su corazón y no por sus músculos bien trabajados?

La encrucijada de Mike se debate entre un pasado alocado, que hoy representa el joven Adam, y un futuro que vislumbra opaco de seguir el camino errante proyectado por las ilusiones adolescentes de Dallas. Pero la perspectiva de Dallas es distinta. Su futuro es sólo presente porque, después de todo, el resto es imprevisible. Orgulloso bon vivant que mantiene su atractivo a fuerza de abdominales y cama solar, que ha logrado tener un club propio, que vive de fiesta en fiesta, que se siente el rey de la noche en Tampa, en plena Florida, que sueña con un escenario más chic y glamoroso en las playas de Miami, Dallas es la medida de un sueño americano venido a menos, tan en crisis como el mercado inmobiliario. Es un tipo que se hizo de abajo, que abandonó todo idealismo, que conoce sus posibilidades y que no reniega de ellas. Que enseña lo que sabe, que disfruta su momento.

Un poco como el mismo Soderbergh, adalid triunfante del cine indie de los primeros ’90 que siempre supo que aun los tibios cuestionamientos al capitalismo, como la biografía en dos partes del Che Guevara o la trilogía de los estafadores de casinos en Las Vegas, forman parte del negocio del cine, Dallas conoce el mundo en el que se mueve. Sabe que para salir adelante hay que saber venderse. No cree en las grandes oportunidades, en las promesas de una vida socialmente aceptable. Disfruta al sol con su pelo rubio y ondulado las mieles de esa gloria pequeña y efímera que le ha tocado en suerte. Porque bajo las luces del escenario, aunque muchos crean que ya es un viejo acabado, él sigue teniendo resto para sacarse la ropa.

La película se estrena este mes en cines en Buenos Aires.

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