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Sábado, 30 de abril de 2016

CENANDO CON CAPITÁN CRUNCH

 Por Camilo Lara

Probablemente me pone más triste la muerte de Prince que la muerte de un primo o un tío cercano. Sé que Prince sabe más de mí, que lo que cualquier familiar sabe de mi vida. Yo sé más de él que nadie en el mundo. Ha estado en mi casa por años. Cada vinilo, cada 45”, las biografías, los discos con pseudónimos. El Black Album pirata... tanto...

Prince me invitó a un universo paralelo en el que fui bienvenido. Un mundo lleno de recovecos, de alteregos, de canciones cantadas con el pitch agudo o grave. El jefe supremo de una tierra prometida llamada Minneapolis. Un universo en el que se permite tener una bodega llena de canciones que jamás serán publicadas. Una tierra en la que el príncipe va bautizando a cada uno de sus cortesanos .

–Tú serás The Time. Tú eres la New Power Generation... Tú, Apolonia Six... Tú Carmen Electra.

A mis 20 años (hace ya 20), como todo fan de la música, hacía lo imposible para mantener mi laburo en EMI. Así conseguía discos gratis y podía vivir en relativa dignidad de mi mayor pasión. “Estás invitado a escuchar el proyecto secreto de Prince”, decía el email. “Se ha emancipado: Ya no es The Artist Formerly Known as Prince. Se ha liberado del yugo de Warner Records y, por fin, dejará a un lado el símbolo para volver a su nombre de verdad”. Ilana Sod, locutora chilanga de la radio seminal Radioactivo 98.5 FM viajó conmigo. Llegamos a un Travelodge a las afueras Minneapolis. De esos de película de Wes Anderson. El tipo del taxi, el del Seven Eleven y la de recepción tenían historias con Prince. Lo habían visto, lo habían llevado, les había sonreído. Puntual pasó una camioneta por nosotros y nos llevó al mítico Paisley Park. No sólo es la casa de su majestad, sino que este complejo alberga un hangar para ensayos de giras de estadios, los míticos estudios y el sello discográfico.

Sobra decir que cada puerta, reja, perilla y botón tenía la forma de El Símbolo. Era como estar en el cuento más opiáceo de Oscar Wilde. Todo púrpura: desde el escusado hasta las toallas para secarse las manos. Las paredes (púrpuras) llenas de cuadros y fotografías de la enorme mitología alrededor de la gloria de Minnesota.

Estuvimos en la sala una media hora, hasta que apareció Mayte, su esposa, anunciando la llegada del maestro. No me llegaba ni al hombro. Y eso que soy un tipo mediano. Y eso que llevaba unos tacones considerables. Siempre supe que era pequeño, pero todo es más shockeante en la vida real. Su ropa era extravagante. Como si fuera de mujer, pero no. Ropa de un pirata galáctico fanático de la seda. Prince tenía una presencia frágil, con humor ácido y veloz. Sus ojos brillaban. Sabía algo que ninguno de los comensales sabía, ni sabría.

Nos invitó al comedor donde la cena estaba servida. Eramos unos 20. A mi me tocó Prince enfrente, del lado derecho. Los meseros llegaban con bandejas, de esas muy elegantes de plata. De las que tienen una cubierta para que no se enfríen los platillos. Al abrirlas, Prince nos dejó saber que el menú para la noche es el delicioso cereal Captain Crunch. Así que todos nos servimos Captain Crunch con leche y un poco de vino tinto para hacer el pairing.

Prince decía a cada rato: “¡Es lo único que como!”, “¡Me encanta el Captain Crunch!”. Pidió un brindis. “Hoy es cumpleaños de mi esposa Mayte, por lo que le tengo una sorpresa muy especial”. Nos condujo a otra ala de la mansión; abrió unos enormes portones (con dos enormes símbolos). Se prendió la luz y descubrimos un equipo de sonido tan grande como de el U2 en Zooropa. Instrumentos y amplificadores. Y empezó a tocar. Tocó y tocó y tocó y tocó. Habrán sido 4 o 5 horas.

Tenía preparada la canción que pidieras. “Purple Rain”. “1999”, una de los “Carpenters”, “When Doves Cry”, “Lovesexy” y por supuesto, todo el Emancipation. Nunca voy a olvidar cada segundo de esa noche. No se ni por qué estaba ahí. No tenía el rango suficiente dentro de la discográfica, ni era un tipo que le iba a ayudar en su carrera. Era un niño con su amiga de la radio, que por azares del destino terminó junto a 20 desconocidos en Minneapolis, cenando Captain Crunch con Prince en el cumpleaños de su esposa Mayte.

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