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Domingo, 2 de enero de 2011

Las drogas

A lo mejor el estilo de vida frenético tenía mucho que ver, pero yo tenía un sistema a fines de los ‘60. Tomaba un barbitúrico para despertarme, un subidón recreativo en comparación con la heroína, aunque igual de peligroso a su manera. Ese era el desayuno. Un Tuinal, inyectado, así pegaba más rápido. Y después una taza de té caliente, y después considerar si levantarse de la cama o no. Y más tarde a lo mejor un Mandrax o un Quaalude. De otra manera, tenía demasiada energía para quemar. Así que me despertaba despacio porque tenía tiempo. Y cuando el efecto se va, después de unas dos horas, te sentís más relajado, tomaste el desayuno y podés trabajar. Y a veces tomaba tranquilizantes para seguir adelante. Cuando estoy despierto, sé que los tranquilizantes no me van a dormir, porque ya dormí y porque es difícil dormirme. Lo que hacen es suavizar mi camino para los siguientes tres o cuatro días. No tengo intenciones de volver a dormir por un tiempo y sé que hay suficiente energía en mí que, si no desacelero, voy a quemar antes de terminar lo que sea que tenga que terminar, en el estudio, por ejemplo. Usaba las drogas como equipamiento. Rara vez las usaba por placer. Al menos, esa es mi excusa.

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