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Domingo, 28 de julio de 2013

La suerte sellada

Los que presenciaron la escena se quedaron paralizados. No era la primera vez que veían algo así: en privado, entre camaradas y colaboradores de terno y corbata, el general solía dar rienda suelta a sus arrebatos de ira. Quienes lo trataban de cerca en esos días comenzaban a acostumbrarse a ese genio. Sin embargo, ese día fue distinto. Más intenso y explosivo que nunca. Todo por un artículo de prensa que alguien dejó sobre su escritorio.

La prensa extranjera solía enojarlo, sobre todo cuando se refería a los horrores de su régimen. Por ese motivo sus colaboradores le ocultaban algunas publicaciones. Pero esta vez alguien juzgó conveniente que el artículo de una publicación argentina, firmado con el seudónimo de Lautaro, llegara a manos del general.

Federico Willoughby, el asesor de prensa, recuerda cómo el rostro del general se iba descomponiendo a medida que leía. Y no avanzó demasiado. Bastaron un par de párrafos para que el general lanzara un grito destemplado y tirara por los aires la publicación.

Pinochet había maldecido a Carlos Prats, el verdadero autor tras el seudónimo Lautaro.

La publicación, que algún subalterno se apresuró a recoger sin atreverse a devolverla al escritorio, trataba las implicancias geopolíticas de la crisis árabe-israelí. Un tema en apariencia inofensivo. Pero el punto no era ése, sino el autor y la materia: Carlos Prats había escrito sobre geopolítica, una materia en la que Pinochet se suponía experto.

Ese pudo ser el momento en que la suerte de Carlos Prats quedó sellada. Ese o cuando Pinochet leyó la carta que le envió Prats el 5 de junio, donde se quejaba de una maquinación concertada en su contra. Días atrás, el agregado militar de Chile en Colombia había dado una entrevista de prensa en la que ironizaba sobre el buen pasar económico que supuestamente llevaba el ex comandante en jefe del Ejército chileno en su exilio en Buenos Aires.

Escribió Prats:

“Quisiera manifestarle que no me parece que haya sido formulada espontáneamente por él; porque es inconcebible –en la práctica de las virtudes militares– que un coronel en servicio activo ataque públicamente a un ex comandante en jefe”.

Además aprovechó para dar cuenta detallada de su precaria situación económica y no pasó por alto otros ataques verbales de los que había sido víctima desde su salida del país. La de Prats era una carta enérgica y resuelta que terminaba así:

“Desde que dejé las filas (del Ejército) no me he entrometido en el quehacer de mi sucesor”.

Esta última frase tocó una fibra sensible que Pinochet juzgó ponzoñosa, pues veía en ella una amenaza y un desafío a su autoridad. Su respuesta fue una carta redactada en un estilo seco y notarial, que marcó un punto de no retorno. Está fechada el 24 de junio, el mismo día en que Pinochet fue designado Jefe Supremo de la Nación:

Escribió Pinochet:

“Con respecto a su afirmación de que no se ha entrometido en el quehacer de su sucesor, estimo que no es procedente tal declaración puesto que el suscrito, en su calidad de presidente de la Junta de Gobierno y comandante en jefe del Ejército, no se lo aceptaría ni al señor general ni a nadie”.

Esa fue la última comunicación entre ambos. A partir de entonces no hubo más que decir. Era el turno de la acción.

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