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Domingo, 15 de febrero de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › "EL CONVENTILLO DE LA PALOMA" CON DIRECCIóN DE EDUARDO CEBALLOS

El eterno retorno de un clásico

La obra, que se presenta en el Teatro Nacional Rosario, tensa el estereotipo clásico de los personajes del sainete hasta transformarlos en máscaras. Pero los más nostálgicos del tradicional sainete de Vacarezza saldrán complacidos.

 Por Julio Cejas

A juzgar por la reciente cartelera de espectáculos, pareciera ser que Rosario se anima a proponer su propia oferta veraniega, un desafío que años atrás era impensable frente a la deserción de espectadores que preferían aprovechar sus vacaciones para recrearse con las taquilleras propuestas de la costa o de Carlos Paz. Y al igual que en esas plazas, el humor parece ser el único referente válido para la mayoría de los creadores, por eso el año teatral abre con propuestas del estilo El Varieté de Berlen, La Gran Cómica y su valet con Héctor Ansaldi y Liliana Gioia, o un clásico del teatro argentino: El conventillo de la paloma, con dirección de Eduardo Ceballos.

El tradicional sainete escrito en 1929 por Alberto Vacarezza, se convirtió desde su estreno, en una de las obras argentinas más representadas que en más de una ocasión salvó las arcas de algunos elencos que se animaron a resucitarlo. Ahora le tocó el turno a un conocedor del tema: Eduardo Ceballos que la dirigió hace quince años y vuelve a reponerla en una versión mas clásica que se puede ver todos los sábados y domingos de febrero a partir de las 21.30 en el Teatro Nacional Rosario (Córdoba 1331).

En 1994, el consagrado director local propuso un interesante giro, conectando el sainete con la técnica del clown, demostrando que todo clásico puede oxigenarse si no pierde su esencia y se permite como en el caso de un género eminentemente popular, sobrevolar una estética que lo emparenta con las tradiciones circenses.

El sainete es un género histórico que remite a un espacio concreto: el patio del conventillo, que a su vez es el espacio de la inmigración, pero el espacio festivo, el lugar donde asomaba la cara más pintoresca y complaciente de aquella Babel que a principios del siglo pasado iría modelando gran parte de la idiosincrasia argentina.

Desde la escenografía diseñada con el estilo propio del creador Jorge Nieto, esta propuesta resalta ese carácter festivo a partir de una gama de intenso colorido y un diseño de luces que invita al público a disfrutar de una velada que promete. Fiel a una de las fórmulas que aseguró su carácter popular, la puesta incorpora a los músicos Camilo Orlando y Gustavo Sordelli que junto a la pareja de bailarines integrada por Victoria Scolari y Ezequiel Sabelva, diseñaran parte del complemento musical y coreográfico de la obra. La presencia de los músicos en vivo se diluye en los momentos en que la música grabada con la voz de Tita Merello, irrumpe para separar algunas escenas, superponiéndose entonces dos recursos que no se potencian sino que se anulan uno al otro.

Otro de los inconvenientes que tiene la puesta con respecto a la implementación de la música en vivo es la riesgosa interpretación que hacen los actores Nives Paschetto y Ricardo Pagliaro a manera de presentación, tensando una cuerda que debería ser cuidada ya que la voz del actor sea cantada o hablada siempre debe estar pensada para optimizar la recepción del público.

De alguna manera el sainete en esos aspectos podría parangonarse con las exigencias que plantea a los actores la comedia musical. En cualquiera de los casos, la voz de los intérpretes no puede ser descuidada porque garantiza la efectividad del espectáculo. Pero a poco de ingresar en el juego dramático que propone la dirección, pareciera que esto es una constante en un registro actoral que tensa el estereotipo clásico de los personajes del sainete hasta transformarlos en máscaras que una vez presentadas no se permiten ninguna inflexión. Tanto Don José como Mariquiña (recreados por Christian Alvarez y Viviana Miranda), como Seriola y Doce Pesos (a cargo de Cristian Galati y Julieta Turco) o Sofía y el turco Abraham interpretados por Gisela Bernardini y Víctor Hugo Ferraro, se adaptan cómodamente a esta marcación.

Por su parte en el rol de los clásicos guapos que se enfrentan para ganarse el corazón de la Paloma, se puede destacar el itinerario dramático recorrido por el actor Leo Zucca que le imprime a Villa Crespo un giro de cierta vitalidad del que adolece Paseo de Julio. Nives Paschetto se aferra demasiado a la crispación y la impostura de una Paloma que debería desandar por momentos algunos aspectos donde asomara cierta ternura o el desamparo de un ser tan acosado y con un pasado bastante tormentoso.

Pero hay una actuación que se despega del resto y equilibra el ritmo de la obra con un aprovechamiento de los recursos técnicos sin alejarse del modelo tradicional y es la que construye el actor Carlos García. Este tano que regentea el conventillo se apoya en la caricatura sainetera pero no la tensa, alcanzando matices precisos en un personaje bastante estigmatizado por la cultura argentina.

Este Don Miguel que propone García sobrevuela el cocoliche pero mixturándolo con algunos giros actuales, está adentro y fuera de la escena, con medidos guiños al público y un quiebre hacia la soledad más rotunda en la interpretación final de "El día que me quieras".

Los mas nostálgicos, los espectadores que van en búsqueda de aquellas viejas tradiciones que Vacarezza supo pintar en "el sainete de los sainetes", saldrán conformes y complacidos. Los que recordamos aquella otra versión de Eduardo Ceballos que también resultó exitosa no podemos dejar de comparar y sacar nuestras propias conclusiones.

Pero está el humor y la música y el baile, fórmulas que nunca fallan para alentar a los que quieren pasar un buen momento y reencontrarse con un autor que todavía pareciera arrancar la risa de las generaciones mas jóvenes.

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Los actores son fieles a un género eminentemente popular.
 
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