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Lunes, 19 de octubre de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. LOS ABRAZOS ROTOS, DE PEDRO ALMODóVAR, CON CITAS CINéFILAS Y RELATOS DE PASIóN

Colorida metáfora de la vida misma

Obra de madurez, la última película del manchego concentra una compleja trama de relaciones y podría subtitularse "todo sobre mi padre", ya que si bien se centra en personajes femeninos, aparece una línea que lleva a la figura paterna.

 Por Emilio A. Bellon

Como en su film anterior, Volver, Pedro Almodóvar, ya con una filmografía que alcanza a diecisiete títulos, ha elegido para el afiche publicitario no sólo el rostro de la hoy consagrada Penélope Cruz, sino la fuerte y delatora presencia de un estridente rojo. Y es el rojo el que será el tono dominante del film, el rojo pasión de aquellos melodramas que nutrieron al pequeño Pedro desde su infancia; es ese rojo que nos cautiva en los melodramas de Vincente Minnelli y Douglas Sirk, ese rojo que se manifiesta de manera irreverente hasta hacerlo estallar todo. En Los abrazos rotos Almodóvar celebra este color y lo lleva a una perfumada alquimia entre la comedia y el drama trágico.

Film de gozosa cinefilia, que deslumbrará por igual al que está atento a sus guiños como a quien sigue, sin más, el recorrido de una compleja e intrincada historia de amores en conflicto y de obsesiones fantasmales, Los abrazos rotos es, estimo, aún ante todo lo mencionado, un film que podría bien subtitularse "Todo sobre mi padre". Si bien, como en la mayor parte de su filmografía Almodóvar elige y sigue de cerca, con celosa vigilancia y desaforada libertad el mundo de sus mujeres; no obstante, lo que aquí se juega desde mi punto de vista esa otra línea que va asomando sensible y paulatinamente, la que conduce, ya desde el primer momento, a la figura del padre. Y lo es a partir de este personaje central, este director de cine de mediana edad, hoy ciego, con un nombre que lo identifica que es todo un seudónimo en el mundo mítico del cine, quien cita ya en la primera secuencia aquella historia que reunirá por primera vez al dramaturgo y novelista Arthur Miller con su rechazado y olvidado hijo.

Para quien no haya visto el film aún, anticipo que esta nota crítica no apunta a revelar el recorrido argumental del mismo, sino sólo marcar esas líneas de cruces que vamos reconociendo desde este juego de espejos, en torno a identidades, y de cajas chinas en la manera en la que una historia abre a otra. Por momentos laberíntica, con esa forma tan similar a una de las escaleras protagonistas del film, en la que el rojo se impone en un vertiginoso y precipitado movimiento, el film de Almodóvar se asume como desesperadamente barroco ya en el bullir de cada escena. Y allí mismo en el centro, como carnalidad y como fantasma está el rostro de Lena y su hipnótica figura que puede ser Audrey Hepburn o Marilyn según la voluntad simuladora de la capacidad creadora del cine.

En su film más deslumbrante, en la que no sólo el rojo domina la escena, Almodóvar exhibe una desmedida coreografía de gestos y voces desde esas dos líneas que reconocemos en la totalidad de su obra: la comedia kitsch, alocada y lunática, desprejuiciada, muy cerca de la estética pop, con alusiones permanentes al sexo y la droga y la otra que proviene de un vendaval de lava de la turbulencia de las pasiones que puede sorprender a los amantes en sus cuerpos fundidos. Pero no sólo esto, sino además esas marcas del cine negro que pueblan de siluetas amenazantes la noche, y en la misma medida, esas reflexiones filosóficas y existenciales que marcan la finitud de la vida humana, la fragilidad del acto de vivir.

Pero si bien el film nos asalta con sus cautivantes arrebatos al mismo tiempo Almodóvar, como lo lograba en uno de sus melos más olvidados Tacones lejanos del 91, introduce a la manera de didascalia la nota de humor, allí donde la lógica de la trama exigía tal vez, otra modalidad. Es allí, entonces donde el director ha elegido reflexionar sobre el cine de hoy a través de proyectos de guiones que son los que exhiben y ostentan la marca de la taquilla, historia de amores estrambóticos en un mundo de vampiros. Lo que a su vez nos llevan a otras trágicas historias de amor.

Particular combinación de fragmentos de sus films anteriores, la propuesta de Almodóvar puede reconsiderarse, quizás, desde esas fotografías rotas que ahora tenemos que reconstruir. En el pasado del realizador, antes Mateo Blanco hoy Harry Caine la presencia de aquella mujer pobló sus horas de una pasión devoradora, compartida por ambos, e igualmente disputada desde un despótico lugar de otro hombre que la ha atrapado en su mansión de barrotes de oro. En ese pasado, es el cine el mundo que media entre ambos universos sea frente a la cámara, detrás de la escena o desde el lugar en el que mecánicamente una lectora de labios descifra el modo de ser una pasión.

Rojo en los afiches, rojo en las canciones que escuchamos, rojo en una vestimenta que es puro acto de seducción y que despierta el arrojo y los celos. Así, el film de Almodóvar, obra de madurez, reconstruye aquellos momentos de toda una obra que ya, desde sus primeros films, apostaron a subvertir, a la manera de su maestro, Luis Buñuel.

El film de Almodóvar se exhibe como un recorrido por ese "cine dentro del cine", por ese modo en el que la ficción que se rueda se arma desde lo vivido y lo cotidiano, por esa manera de proponer un itinerario en base a posters y afiches, por esos sonidos que nos permiten reconocer los ecos de imágenes de films que van de King Vidor a Alfred Hitchcock, de otro de sus maestros Roberto Rossellini, de quien vemos una secuencia emblemática de Viaje en Italia hasta los films clases B de Roger Corman a través de seudónimos. Y podríamos seguir hasta volver a escuchar la voz de Jeanne Moreau en Ascensor para el cadalso para volver a los mismos escenarios de uno de sus primeros films, Mujeres al borde de un ataque de nervios.

Y aquí está hoy nuevamente Almodóvar. Con su pasión por el cine, con su manera de entender el melodrama y la comedia como metáfora de la vida misma.

Los abrazos rotos. Calificación: 10 (diez).

España, 2009.

Guión y dirección: Pedro Almodóvar

Fotografía: Rodrigo Prieto

Música: Alfredo Iglesias

Intérpretes: Penélope Cruz, Lluis Homar, Rubén Ochandiano, Angela Molina, Blanca Portillo, José Luis Gómez.

Duración: 128 minutos.

Cines Monumental, Showcase y Village.

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Almodovar vuelve a alegir a la ahora consagrada Penélope Cruz, y también elige el color rojo.
 
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