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Martes, 5 de julio de 2011

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA HASTA EL 31, UNA EXCELENTE MUESTRA DE JAVIER CARRICAJO EN EL CASTAGNINO

Pinturas placenteras e inquietantes

El artista nació en 1981 en Rosario y vive en Villa Gobernador Gálvez; restauró el Teatro El Círculo y el cielorraso de la Facultad de Derecho como parte del equipo de Cristina Lancelotti, y pinta como si llevara varias vidas haciéndolo.

 Por Beatriz Vignoli

Un pintor rosarino de 30 años presentando una excelente exposición individual en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Bv. Oroño y Av. Pellegrini) es un dato más que relevante. Media planta alta del Museo, durante las vacaciones y hasta el domingo 31, exhibiendo obras figurativas al óleo, recientes y en su mayoría en gran formato, y un banner ostentando la ampliación monumental de una firma (diseño a partir de una idea del pintor) son datos que hablan de que algo cambió. El autor se llama Javier Carricajo, nació en 1981 en Rosario y vive en Villa Gobernador Gálvez; estudió en la UNR un año de Medicina y la licenciatura completa en Bellas Artes, de donde egresó en 2005 con el mejor promedio y fue ayudante de cátedra; restauró el Teatro El Círculo y el cielorraso de la Facultad de Derecho como parte del equipo de Cristina Lancelotti, y pinta como si llevara varias vidas haciéndolo. Expuso en Valencia, España. Ganó en 2007 el Premio Adquisición del Fondo Nacional de las Artes del LXI Salón Nacional de Rosario en el Museo Castagnino, donde en 2011 también formó parte de Arte de Santa Fe. Este año, su obra se vio en la muestra colectiva Pic﷓Fic. Siete pintores rosarinos contemporáneos, en el espacio de arte de OSDE Rosario, junto a las de Juan Balaguer, Mario Godoy, Paula Grazzini, Pedro Iacomuzzi, Fernando Rossia y Jorgelina Toya.

Contrastando con el autorretrato "juvenil" que expuso en aquella ocasión, en el que se puede ver en el Castagnino el pintor está de pie, de frente, con el pelo corto al rape. Sostiene en sus manos una gran paleta y le sirve de fondo una de sus obras, titulada Fondo blanco. Salvo la remera, moderna, tanto la pose como la actitud de la figura del artista y la luz, llena de penumbrosos claroscuros, remiten a los ascetas y mártires del barroco tenebrista de la Contrarreforma. La precisión de los detalles es alucinante: "más real que lo real".

La crítica de arte y curadora Ana Martínez Quijano, que lo incluyó en la muestra Desplazamientos y fusiones (Rosario, 2009), lo dice hoy en el texto de catálogo: "El contraste de la luz y la sombra; el oficio de la ejecución y el verismo de la fotografía aplicados a la brillante resolución de la imagen; el erotismo y la imaginación consumiendo las horas en el atrapante universo de las cuestiones privadas, son algunas de las propiedades que se destacan en las obras de Javier Carricajo. Las pinturas se sirven del realismo de la imagen fotográfica y descubren una nueva realidad: son vividas. [...] El artista se deshace de la frialdad cruda, el automatismo y la serialización de la fotografía. Desde lejos, las pinturas tienen la apariencia propia del hiperrealismo, de aquello que se percibe como más real que lo real; al acercarse a la obra, las transparencias y veladuras generan una distancia que torna lejanos esos personajes que, en apariencia (...) percibíamos tan crudamente desnudos y cercanos".

El proceso creativo de Javier Carricajo como pintor empieza como contemplador, con una sensación. Y después lo que logra él en su pintura es reconstruir, desde una sensualidad específicamente pictórica, el objeto de esa experiencia estética. No la cosa en sí, tal como fue vista, sino la experiencia íntima de lo contemplado, que incluye lo fantaseado. La imagen evoca una diversidad de múltiples relatos posibles, de los que sus placenteras e inquietantes pinturas entregan fragmentos misteriosos. ¿De quién será la mano enguantada de negro que toca el hombro de esa chica de cabello castaño que se muerde nerviosamente un collar? ¿Pertenece al mismo personaje que en otro cuadro da a chupar un dedo a una rubia? ¿O cómo llegan dos mujeres y un hombre a una situación donde él es travestido, con las uñas pintadas, y ellas ríen observando algo de su cuerpo que está fuera de campo? Lo que inquieta es el enigma de los rostros, que no permite saber hasta qué punto hay complicidad o complacencia en los sugerentes juegos nunca del todo abiertamente sexuales a los que los personajes se entregan o son sometidos. El fondo liso, como de estudio fotográfico, no da indicio alguno acerca del espacio. Pero en el secreto del estudio del artista, la mano enguantada es solamente eso y el trío nunca existió. Lo violento de la escena perversa es sólo fantasmagoría. Los espectadores han sido capturados por la fascinación de un montaje de imágenes. Esta pintura es "pintura ficción".

"De alguna forma lo que yo estoy traduciendo es una imagen mental", dijo Javier Carricajo en una entrevista inédita en 2008. La mezcla de sensual intimidad e irreductible extrañeza que provocan estas "imágenes mentales" no se diferencia, en primera instancia, de lo que pueda sentir hoy cualquiera que navegue por Internet entre fotos de cuerpos anónimos o haga zapping en una tarde de cine de misterio en el cable (Alfred Hitchcock es siempre una referencia obligada, a la hora de intentar describir lo singular de la pintura de Javier Carricajo). Sin embargo, hay mucho más: hay pintura, hay la pintura. La tradición flamenca de la pintura al óleo es algo cuya técnica este artista maneja con virtuosismo, aplicando capa sobre capa de veladuras, hasta llegar a una suntuosidad análoga a la de la piel.

"Mi punto de partida no es la fotografía. Nunca lo fue. Yo en un momento tomo la cámara como un elemento que me permite, con mucha practicidad, traer a una persona que me interesa y sacar cierto tipo de tomas, con una iluminación, con esa persona y no con un modelo que de repente es quien pueda contratar en ese momento y tenerlo varias horas posando", contó el artista en la citada entrevista. Allí también explicó su decisión de que toda la información visual provenga nada más que del cuerpo del modelo, ya sea de su piel o de lo que el modelo trae puesto. "Creo que tiene que ver con que hay una identificación, o por lo menos yo la siento: cuando veo una obra en la que hay una persona en una postura, en una gestualidad, la traduzco como que soy yo. Entonces de alguna forma estás dialogando como muy con la persona. La obra en la que hay un humano me transmite algo que habla a mi parte humana: a una parte humana que tiene que ver con la representación de la piel, que tiene que ver con una parte muy de la piel de uno. Es ese el diálogo que uno tiene, de sensación física. Y eso es el dato que me interesa siempre extraer del modelo. Y estos gestos que uno busca tienen que ver con gestos de uno, o gestos que quiere tener uno, o gestos que uno nunca pudo haber imaginado, o con llevar un gesto a una situación que uno de repente no puede explicar de otra forma o representar de otra forma y tiene que dejarlo dentro de ese código. Y que, en cierta forma, ahí está la búsqueda más profunda. No en todo eso que se ve", dice el propio artista en www.javiercarricajo.com.ar.

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Javier Carricajo. Autorretrato, 2009.
 
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