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Miércoles, 29 de febrero de 2012

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. TEORíA DE LA LECTURA, DE ROBERTO RETAMOSO, ES TAMBIéN UN HOMENAJE.

Para entender que los libros hablan

Sus editores de El ombú bonsai lo eligieron como el primero de su colección de poesía dedicado a recuperar en la tapa de una técnica olvidada: la composición en tipos de plomo, al modo de Gutemberg. Lo convierte en un bello objeto.

 Por Beatriz Vignoli

Sus editores eligieron el libro de Roberto Retamoso, Teoría de la lectura (Rosario, El ombú bonsai, diciembre de 2011) como el primero de su colección de poesía dedicado a la recuperación de una técnica olvidada: la composición tipográfica en tipos de plomo, al modo de Gutemberg. Esta artesanía se aplica sólo a la tapa, de marmolado fiorentino en sobrios ocres y sepias, donde las letras que componen el nombre del autor, el título de la obra y la razón social de la editorial son sensibles al tacto, ya que la presión de la prensa las ha hendido en el cartón como un gofrado. Nada de esto es azaroso ni gratuito: libro homenaje al libro, Teoría de la lectura reúne poemas ensayo acerca del leer y el escribir en lo que tienen de concreto.

El libro fue presentado a fines del año pasado en el Museo Estevez de Arte Decorativo. El objeto libro como forma material y el libro en tanto contenido textual: ambos configuran un acorde cuya tercera nota es el acto mismo de abrirlo y leerlo. Se trata de un experimento paradójicamente novedoso en su conjunción de anacronismos, y lo tecnológicamente anacrónico, en arte, no hace sino enfatizar el medio como mensaje. Si la palabra "autorreferencial" no estuviera tan bastardeada como sinónimo de autobiográfico, se podría decir que este es un libro exquisitamente autorreferencial, en el sentido de un texto que se refiere a sí mismo y a sus semejantes, los otros textos.

Profesor de Análisis y crítica I en la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario, Retamoso se doctoró en Letras en esa casa de estudios con una tesis sobre Oliverio Girondo que publicó UNR Editora en 2005. Autor además, en poesía, de El preguntar del hijo y La primavera camporista, en su tercer libro en verso recupera para la poesía el estilo ensayístico, el rigor lógico, en suma, los modales racionalistas de la prosa del siglo dieciocho, remontando el pensamiento sobre lo literario hasta aquel momento donde todavía no se había perfilado la división entre géneros. No es casualidad si el primer poema del libro remite al iluminismo de aquella época, ya que la manera en que el autor reflexiona desde la perplejidad sobre las prácticas que constituyen su profesión va aún más atrás en la historia y se asemeja (como la de Borges en sus lúdicos ensayos) a la de filósofos fundacionales de la modernidad, principalmente Descartes.

Este yo lírico es un iluminista al modo en que lo metaforizó Daniel Defoe en Robinson Crusoe: un sujeto solitario, esta vez no en una isla sino solo junto a su biblioteca, a través de la cual lo acompañan y lo iluminan, si bien en ausencia, otros compañeros de viaje: los autores. Como en un juego borgeano de espejos e inversiones, este edénico estilo cartesiano dialoga con autores posteriores, como Barthes o Nietzsche; es que este asombro no sólo es estructuralista sino también el de las vanguardias y la crítica formalista rusa, la de los procedimientos de singularización de la imagen que hacen ver el mundo como por primera vez. "El arte es un pensamiento en imágenes" comienza Chklovski su ensayo "El arte como procedimiento" (1917). Antecedente más cercano en el espacio para ese asombro razonado es además el poeta rosarino Arturo Fruttero, con sus filosóficos poemas a la rosa.

Es, entonces, ambiguo el lugar temporal donde Retamoso se instala para decir lo suyo: ¿está hablando además el autor, desde un futuro ya escrito, de mí, el lector, que lo lee: de mi acto de lectura, anticipándose a él? La ominosa coincidencia aparente logra poner de manifiesto, precisamente, las iteraciones y reiteraciones específicas de la lectura: Teoría de la lectura comenta el leer no sólo desde lo que en el libro se "dice" (figura retórica que Retamoso se ocupa de analizar en el primero de los poemas que dan título al volumen) sino en acto, desde lo que el libro "hace" con el lector al capturarlo en ese juego barroco de espejos que invierten la temporalidad "natural" de lo literario. Y si cabe designar a este libro como sujeto de una acción (¡magia imposible!) es preciso incluir su corporeidad, su materialidad en tanto libro objeto, sin cuyo peso real entre las manos del lector las palabras del poeta no tendrían el mismo efecto.

Teoría y no crítica, Teoría de la lectura no es entonces un libro sobre lo literario sino sobre lo literal, en la acepción cabal de lo relativo a la letra. La letra es pensada en estos textos como aquello que se inscribe, que es incisión e incidente, que en un mismo trazo es marca y acto, en suma: acontecimiento. Vivir entre libros, parece recordar todo el tiempo Retamoso, es, también, vivir; escribir es hacer. "La mano que inscribe opera/ sobre un teclado o mediante un lápiz;/ lo mismo da./ Se trata tan sólo de trazar/ unas letras que devuelven, como un espejo/ fantasmal,/ el movimiento de la mano/ que las traza./ Las letras son así/ lo que la mano hace que sean:/ las huellas de un flujo o un discurrir/ que ella inscribe, prieta,/ no sobre le papel o en la pantalla/ sino sobre la superficie vaporosa/ del tiempo", escribe Retamoso en La misión de la letra.

A diferencia de mucha poesía solipsista de hoy en día, Teoría de la lectura presupone un lector testigo al cual apela constantemente, para compartir con él o con ella el relato de la escritura como comunicación, del cual este libro es sólo un nuevo capítulo. Hubo capítulos siniestros, y Retamoso los rememora: la obra perdida de un desaparecido que no pudo concluir su proyecto de reescritura de El capital, apenas un símbolo de tanto pensamiento asesinado ("El día del chacal"), o la violencia de la conquista de América, análoga a la de "La colonia penitenciaria" de Kafka; pero también está presente la transmisión de cultura, ligada a los afectos, narrada en mínimas "Escenas de lectura", ya sea a través de la voz del padre que recita a Homero o de la novela que un tío, operario de YPF, deja abandonada en la penumbra de su cuarto para irse a trabajar. El sobrino la encuentra y desde entonces ya nada será lo mismo. Cada detalle es relevante: el poeta está atento a la materialidad de los textos, táctil o sonora, como cuando analiza la poesía de Juan Gelman que está como esculpida; Borges es otro intertexto ineludible, y Bourdieu es útil a la hora de reivindicarse desde un pensamiento crítico políticamente.

El poema de amor también tiene su espacio cuando Retamoso relee ("leer es un acto más civilizado que escribir", es una de las frases que se atribuyen a Borges) el verso más famoso de Pablo Neruda a su modo: en "Puedo escribir los versos más tristes esta noche" no subraya ni la noche ni los versos tristes sino el "Puedo escribir" inicial, que habilita el resto. La poesía erótica deviene así en condición del amor y no a la inversa. El poema mismo es peripecia, ya que no está ambientado en cualquier lugar sino en la casa misma del poeta chileno en Isla Negra. Docente magistral, Retamoso termina convenciéndonos de que leemos "para exiliarnos del mundo" ("Razones de la lectura") o bien para "exhumar lo que no es" ("Erótica poética") y logra en estos veinte poemas propiciar el "momento epifánico/ donde finalmente entendemos/ que los libros,/ a su manera,/ hablan".

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Roberto Retamoso es un docente magistral de Análisis y Crítica de la Facultad de Letras de la UNR.
Imagen: Alberto Gentilcore.
 
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