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Domingo, 17 de septiembre de 2006

CULTURA / ESPECTáCULOS › DOS MUJERES AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS

El amor en el invernadero

Griselda y Rosalía, en "Jardín de otoño", son dos solternas que viven pendientes de un galán de telenovelas. Cuando raptan al actor Mariano Rivas, depositario de sus angustias y sueños, se desata el conflicto.

 Por Julio Cejas

El tema de la riqueza o la miseria de los textos teatrales, el aggiornamiento o el anacronismo frente a posibles revalidaciones, está siempre en discusión y se potencia cuando el autor ha ganado cierto prestigio con su creación. Es el caso de la autora argentina Diana Raznovich y su exitosa Jardín de otoño que desde su estreno en el año 2004 se ha transformado en una de las obras argentinas más representadas no solo en Argentina, sino en Chile, Estados Unidos, Italia y Alemania.

En Rosario, el actor y director Cristian Molina apuesta por un texto que para muchos dramaturgos y gente de teatro de las últimas generaciones resulta ya viejo y poco seductor.

Una vez más es el trabajo de adaptación y reelaboración que hace un creador, lo que justifica la revitalización y la vigencia total o parcial de todo material escrito. En este caso el director hace una doble apuesta ya que piensa atravesar la dramaturgia de Raznovich a partir de una reescritura que encuentra en esa otra letra viva que le proporcionan los cuerpos de las actrices Claudia Simón y Carina Favrat.

A partir de allí la historia se resignifica y el grupo encuentra un disparador más que interesante para investigar las conductas y las reacciones de dos mujeres "al borde de un ataque de nervios". En la obra original, la historia de Griselda y Rosalía, dos solteronas que viven pendientes de un galán de telenovelas, el conflicto se plantea a partir del rapto del actor Mariano Rivas que es el destinatario de los sueños de estas angustiadas mujeres.

Raznovich propone un encuentro cara a cara con este ídolo y sus fans para desmantelar el circuito ficcional en el que la televisión envuelve a tantos televidentes que sólo sienten que existen a partir de su identificación con historias que les pasan a otros. La versión que adapta y dirige Cristian Molina hace una síntesis de este conflicto, recalando fundamentalmente en el vínculo de amor﷓odio que une a Griselda y Rosalía. De allí la importancia que tiene en esta puesta el protagonismo de dos actrices que recrean a partir de la composición que cada una hace de su personaje, un universo con el cual puede identificarse una gran cantidad de espectadores.

El juego de los opuestos vuelve a ser una fórmula efectiva, los contrastes entre la insomne Rosalía y la durmiente Griselda van perfilando las máscaras de un mundo interior plagado de luces y sombras. Griselda, la más frágil, se refugia en un asma que sólo airean sus queridas plantas; Rosalía, enérgica, siempre atenta y dominante, está atada a un mundo material y es la dueña del espacio en el que viven las dos.

Una escena las pinta de cuerpo entero: Griselda ensimismada en sus ejercicios de gimnasia respiratoria, es interrumpida por la aspiradora de Rosalía que se burla de la fragilidad de su amiga; una está en el aire, la otra pareciera aspirarle el alma. Este es uno de los momentos donde estalla el conflicto y quizás uno de los pasajes más logrados de la obra. Las amigas llegan al punto de máxima fricción, los reproches se suceden hasta tensar una cuerda de convivencia que se quiebra y sobreviene una especie de duelo desopilante.

Emulando la disputa entre las dos gladiadoras del film Kill Bill de Tarantino, Griselda y Rosalía se enfrentan a escobazos, parodiando el ritual de las artes marciales, en uno de los tantos quiebres escénicos que tiene la obra. Molina toma prestado a Tarantino casi toda la banda musical de esta notable película y la inserta a lo largo de su puesta, dotando a la historia de climas de elevada carga poética que son aprovechados por la fuerza dramática de la dupla Simón﷓Favrat.

La destreza que estas actrices ponen al servicio de escenas de alto voltaje, demostrando un acertado conocimiento del manejo de sus cuerpos en el espacio, es solo un aspecto del trabajo que desarrollan y que está cargado de ricos matices. Al mismo tiempo nos convencen de que estos seres más allá de sus conflictos están atravesados por una ternura que por encima de la locura los convierte en dependientes uno del otro. Griselda dialogando con sus begonias o sus violetas de los Alpes, pareciera ser una especie en extinción que se muere por falta de aire: "¡Si al aire le cierran el paso, el aire te abandona!"; o cuando recita a Alfonsina Storni y se identifica de alguna manera con su destino suicida.

Rosalía, a pesar de su aparente armadura de mujer segura, cree ciegamente en las cartas que le tira Félix, donde los triunfos le aseguran la inminencia de un hombre que la hará feliz. Mujeres solas que viven apropiándose de los besos que Mariano Rivas prodiga a su novia en las tardes de una telenovela que alienta sus sueños imposibles. Un comienzo de débil resolución dramática que va asentándose a medida que las actrices encuentran las acciones justas para reencontrarse con el verdadero ritmo de la obra. Una vez más y siempre, el placer que nos da solo el teatro de encontrarnos con los signos y la gestualidad de ese ser maravilloso que es el actor cuando suelta sus ángeles en escena como lo hacen Claudia Simón y Carina Favrat.

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Claudia Simón y Carina Favrat componen a las solteronas Griselda y Rosalía. Se pueden ver los sábados a las 22 en el Centro de Estudios Teatrales, San Juan 842.
 
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