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Lunes, 14 de noviembre de 2005

CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA PRODUCCION GRECO-TURCA QUE REMITE A LO MEJOR DEL GENERO

El dulce aroma del plato de la vida

Como la carta de un restaurante, en el film del ignoto Boulmetis
se van sucediendo los rituales del comer y del beber para contar
la historia de una familia cruzada por la experiencia del exilio.

 Por Emilio Bellon

La sal de la vida (Politiki Kouzina) 9 puntos

Grecia-Turquía, 2003.

Guión y dirección: Tassos Boulmetis.

Fotografía: Takis Zervoulakos.

Música: Evanthia Reboutsika.

Intérpretes: Georges Mainas, Tamer, Karadagli, Basak Koklukaya.

Duración: 106 minutos.

Salas: El Cairo, Del Patio, Village y Showcase.

Es muy probable que los espectadores que asistan a ver este celebratorio film de origen turco-griego, que sólo puede conocerse gracias a la premiación que ha obtenido en numerosos festivales, al promediar el mismo experimenten un cruce de aromas que todavía viven en sus recuerdos, como los que se liberan de films tales como La fiesta de Babette, Como agua para chocolate, La ventana de enfrente o del recientemente conocido en video Deliciosa Martha. En ellos, de diferentes maneras, los rituales del comer y del beber se articulan en situaciones que apuntan a diferentes direcciones. Pero que, igualmente, trazan un puente con la historia y los caracteres.

Es, en principio, la propia experiencia personal de su director (para nosotros ciertamente, un nombre no conocido) quien en este, su segundo film, se refiere a un hecho crucial en la vida de su familia y de su cultura: la de haber nacido en Estambul en 1957 y deportado posteriormente, con los suyos, a Grecia en 1964. las razones las plantea el film en el segundo de sus capítulos, titulados, igualmente, con los nombres que definen una carta de un restaurante. En la línea de Cinema Paradiso, el personaje que compone Georges Corraface (Fanis), con actitud que lo asemeja al que lograba Jacques Perrin en el sublime film de Tornatore, aquí también hay un regreso a las tierras del sur, a partir de una determinada situación límite, treinta años después.

Y es precisamente desde esta mirada presente que el pasado, en relación a la figura de un sabio abuelo, se va animando como en las páginas de un cuento de hadas. No por eso, menos terrible en las arbitrariedades de los grupos de poder. Así, poco a poco, vemos cómo este profesor de astrofísica (algo que ya se cifra en los títulos de presentación) nos va acercando su visión del cosmos desde los relatos y apuntes sobre los hechos cotidianos que su abuelo le va refiriendo, en un clima creado por los aromas de tantas y tantas especias, cada una con su leyenda, con el peso de la lucha que los tiempos fueron declarando. En España, el film se dio a conocer como Un toque de canela, condimento este que tiene su propia voz en el interior del film.

Desde una voz en off que hilvana con cierta continuidad los diferentes episodios, los espacios del film gozan de la buena ventura de algunos recuerdos, en torno a la cocina, la mesa familiar, los momentos de lectura y confidencia, el primer amor. El que, también, como en el film de Tornatore (secuencia no obstante mutilada en la versión que conocimos cuando se estreno, recuperada en las exhibiciones de la amable sala Madre Cabrini), está a la espera de un reencuentro. Todo el relato, y las citas no por eso lo impiden, apela al público, desde una clave que nombra al melodrama y que de igual manera instala momentos de humor. Un humor, claro está, teñido por una luz crepuscular, vaga, expansiva.

En declaraciones a la prensa en Italia, cuando su estreno en marzo de este año (allí se conoció como Un toque de jengibre), frente a la pregunta de la entrevistadora acerca de cómo en diferentes países el film ha cambiado su título, su director señala: "El título original es intraducible. Porque hay un juego de palabras entre lo que es la cocina que viene de la ciudad de Estambul y la que define todo lo político; ya que lo que me proponía era hablar de la minoría de griegos en Turquía y simultáneamente mostrar, mediante el rito de cocinar, como los hechos políticos interfieren en la vida privada, de un grupo, de una comunidad". Desde estas reflexiones, todo el film apunta a pensar desde el lenguaje cotidiano (revolver-envolver-volver, términos que se implican) diferentes actos de la existencia.

Decíamos al principio que la estructura del film se puede homologar a lo que propone una carta de menú: así, el relato ofrece los tradicionales momentos de dicho ceremonial. Y es por eso que ya de entrada el nombre que nos sorprende es el de los antipastos, seguidos, en otros momentos, por el plato principal y el postre. En relación con el carácter autobiográfico del film, su director nos confía que los dos primeros momentos son los que más lo definen; en cambio, el postre (dolce-dessert, etc.) es la que el ha fabulado más abiertamente y por ello, según su criterio, la más poítica.

Algunos críticos han juzgado a este film como de calibrada fórmula; pero, desde mi punto de vista creo que, igualmente, como en la cocina también aquí su director le imprimió su particular toque, su mirada sobre la manera en que alquímicamente combina los elementos, especias que se van uniendo al preparado base.

Abierta a los sentidos, en un momento en el que la cartelera nos propone circular vertiginosamente sin detenernos, La sal de la vida apunta a descubrir lo invisible en lo visible y recuperar, desde allí, los espacios fundacionales de nuestra propia biografía. Un hombre de mediana edad recuerda, frente a un posible viaje, frente a los amigos de su abuelo, frente a una cita que no puede llegar a ser.

Se trata ahora de alcanzar aquella mano, de rozarla, de tenerla entre las suyas. Un hombre recuerda y en el recuerdo imágenes borrosas de tantas historias, como las nuestras. En tono de crónica y fábula un universo que se va poblando de los rostros de las especias, de los pasos de los vecinos, de las melodías tradicionales, de los días de tantos exilios, de los legados.

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La película respira un clima creado por los aromas de tantas y tantas especias. Los rituales de la cocina trazan un puente con la historia y los caracteres.
 
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