rosario

Sábado, 13 de septiembre de 2008

CONTRATAPA

A LA LUZ LA INVENTARON LOS CIEGOS

 Por Miriam Cairo

PUBIS

Una comprende que alguien busque el fondo en las superficies, la identidad, en las máscaras.

Una estira el estrecho margen del destino y su mórbida vocación de desencuentro.

Una deja que un rostro ilumine el espacio oscuro y apartado donde el propio rostro deja de estar perdido.

Una sostiene la boca de un dios sediento a quien los peces le niegan agua y esquiva a quien cubre con hielo los agujeros codiciables del cuerpo.

Una busca que fuera del pubis arañado haya un sueño para que la violencia de existir no la consuma.

AIRE

Para no seguir como una estatua, de pie en el abismo, me esmero en dar el paso en falso. Soy buena para reconocer el instante en que comienza a serme necesaria esa bocanada de aire que impulsa el vuelo hacia el fondo.

HILO

Tu figura asciende desde finos estambres y se alarga hasta las plegarias. Si tu temor cayera sobre mis hombros lo sentiría pesado como el mundo. La noche se demora en lo que presiento y no sé si tu cuerpo merece ser arrullado como el de un niño.

Cada vez que cierro los ojos para no verte, comprendo que a la luz la inventaron los ciegos.

RAYO

Un hombre alza la cresta del día y se acomoda junto a mí como un rayo ceñido por la luna. Me abre las manos y no dice todo lo que sabe. No dice que mis ojos son temblorosa prolongación de sus pupilas.

En su silencio puedo leer, como en ningún otro lado, que soy vapores, que soy todos los mundos menos uno.

El deja que mi desierto entre en su sed. Juega con la elástica curva de mis cavilaciones.

El guarda su fibroso tesoro entre mis manos para que yo no pueda pensar que sólo los muertos quieren vivir.

MUROS

Si alguien hubiera jurado que el viento era sólo viento, yo habría admitido que en los muros no hay más que piedra y grava, y no habría empujado los días hacia adelante.

Aunque alguien me hubiese impuesto la obediente aceptación de la realidad y las cosas no habría podido impedir que yo abriera los ojos hasta ver lo irrecobrable.

Si la oscuridad hubiera sembrado en mí sólo penumbra yo me habría dejado caer con el brillo último de la luna.

ORO

Voy tras las palabras. Entre ellas y yo existe algo más que el silencio. Cuando me llevan al centro de sí cualquier ausencia se convierte en oro fluido. Para todo pensamiento hay un mordisco. Para todo jadeo una postura. Regiones desmoronadas me conforman. Voy tras las palabras y su costumbre de rasgarme. Entro en sus sigilos como un fruto ostentando desnudez.

Con las manos abro un camino de hormigas. Abro ciénagas. Abro almohadones de pluma. Las arranco de los silencios. Apago con mi cuerpo sus deseos. Quedo vacía de mí. Quedo en algo que no es morir y sé que no sirve abrir los ojos.

NAVIOS

Yo me voy simplemente, como un incendio, como un ave que escapa de sí misma no de los cazadores.

Saco las manos de este mundo. Busco vacíos nuevos. Busco aquello que nunca se encuentra.

No quiero hacer un pozo en mi pecho para enterrar el cadáver de un recuerdo. Mi mano no es igual a la mano que insiste en abrir ataúdes. La vida no me convierte en negro organismo que ruge. Yo no decreto la peste ni el reclamo.

De este lado de la noche advierto que no he podido volver del cauce de mis invenciones porque no hace falta.

Yo, sin perder mis modales puedo hacerme traslúcida. Puedo hacer de la muerte un estado provisorio y permitir que por un instante dios exista.

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