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Jueves, 22 de abril de 2010

CONTRATAPA

Pichón

 Por Jorge Isaías

Si yo digo que los amaneceres eran altos estoy afirmando que el cielo adhería al aire como unos caminos certeramente agrestes al sol orondo que reinaba allá arriba.

El humo de las chimeneas ascendía directo como un poco de niebla brumosa que partía sin intermitencias ese laudo celeste y ponía un hilo conectado a la tierra donde los animales pacían tranquilos, campantes.

Gilberto "Pichón" Bucelli, sentado frente a mí, (café de por medio) se entusiasma contándome sus anécdotas de un tiempo que ya es pasado irremediable.

Como vive en las afueras del pueblo en un terreno que tal vez no llegue a una hectárea se da el lujo de criar animales, como en una pequeña granja. Gallinas, cerdos, ovejas, conejos, patos, que se han visto diezmados últimamente por una jauría de perros vagabundos quienes literalmente tomaron por asalto a los indefensos animales, una oscura noche en que fueron sorprendidos en el sueño del cual nunca despertaron. Sólo despojos sanguinolentos -me dice fue el saldo y un par de tiros de rifle tardíos que dirigió hacia ellos, perdidos en las sombras.

En sus orígenes, él, "Pichón" vivió en el campo, por eso no puede desprenderse de sus queridos animales.

Su historia está fuertemente amarrada a esa herencia campesina, ya que fue criado por sus tíos, en cuya chacra lo conocí yo en mi más remota infancia, y estoy nombrando a dos seres inefablemente buenos -Domingo Clérici y María Paulini que permanecen intactos en mi memoria remota y obsesiva, mi memoria que los guarda como lo más preciado de esos lejanos años iniciáticos en el primigenio camino por la vida, se entiende. Según muchas veces me relató, fue criado por este matrimonio sin hijos a merced de una enfermedad de su mamá (hermana de doña María) a los pocos meses de nacido.

Sé que lo criaron como a un hijo y heredó las pocas hectáreas de la que este matrimonio era propietario, ya que el resto del campo se lo arrendaban a la familia Vollenweider. Ese pequeño espacio que rodeaba las instalaciones y la propia casa era para mí -por mi edad y experiencia tan vasto como el propio universo.

En los ciclos de la cosecha del maíz, o la cosecha gruesa o simplemente "la época de la juntada" como se metaforizaba esos meses de invierno yo compartí todo ese paraíso para mí y ese tiempo que era el mío. Mis padres con otros juntadores y sus esposas. "Sete" Paulini y doña María; el "Nando" Clérici y doña Rosa, hermana de doña María Paulini, el primero y el segundo de don Domingo Clérici, junto a mis viejos, y un poco más lento, más limitado por sus muchos años estaba "Chiquín", el quintero lombardo, también importante en mi vida de niño asombrado que recorría incansable todo ese mundo más amplio que las limitadas y polvorientas calles del pueblo.

Ahora estamos en la cocina, y no ha encendido la luz y las sombras descienden de pronto, apenas esas rodajas de naranjas en llamas se escondieron en el horizonte y claro que sí, acá sabemos muy bien qué cosa es el crepúsculo. Quiero decir que las sombras invadieron toda la casa, entrando por las ventanas y las puertas, que permanecen abiertas porque el tono memorioso de la conversación y su alto tenor emotivo ha hecho que nadie se levante a encender una luz y rompa esa magia que como por encanto siempre nos mezcla cuando estamos así, a puro recuerdo a llaga viva.

Cuando monte nuevamente la bicicleta encontraré otra pregunta que olvidé hacerle sobre este tiempo diluido entre las hilachas colgantes de la vida que se sumerge de verdad en otro gran vacío donde sin exagerar podemos nombrar ese tiempo, con mayúsculas. El tiempo que pasa sin tropezar como escribía Quevedo no ya sin detenerse como todo humano puede observar sin esforzarse demasiado.

Al comenzar escribí que en aquellos tiempos los amaneceres eran altos, pero olvidé mencionar que los trigales se inundaban de pechirrojos y tordos que los volvía como fuego, como carbón para delicia nuestra que mirábamos el costado del campo esa maravilla a la que no podíamos darle un sentido, pero tal vez lo tuviera, como todo en la naturaleza sin que nosotros logremos comprenderlo.

Con él, con "Pichón", tratamos anárquicamente de compartir aquellos recuerdos, teniendo en cuenta que a mi niñez él ya era un muchacho. Algo que me reitera en estas charlas: mi desesperación cuando mi madre iba hacia el rastrojo a juntar maíz con mi padre, y yo gateando al principio intentaba seguirla, y así fue por unos años, cuando ya un poco más grandecito emprendí la maravillosa aventura de explorar sin alejarme mucho por el campo ese universo para mí fascinante.

Estas incursiones eran siempre alrededor de la casa: la quinta, las conejeras, los potreros, los corrales, el molino y los chiqueros. También ese gran espacio donde las aves moraban libremente y llamaban "el gallinero", donde todos los sábados, puntuales y alternativamente venían las hijas de doña Rosa Clérici a barrer ese gran espacio que se extendía cubierto de bosterío de gallinas y patos y de bolitas amarillentas y arrugadas de paraísos añosos.

Una se llamaba Clara -era delgada, alta y activa y muy habladora , y la otra, rubia, seria y el pelo siempre cortito enmarcaba una cara redonda donde sobresalían un par de ojos celestes y se llamaba Eva. Yo era el encargado de ayudarles a barrer prolijamente todo y hacer montoncitos donde al Otoño irían esas hojas cobres u oscuras, para una vez limpio todo, encender cada uno de esos montículos en un fuego que echaba uno un poco de humo y otro poco de escándalo entre los pavos y los gallos peleadores.

Las dos eran más grandes que yo, unas señoritas que me comentaban a mí sus fantasías puestas en el próximo baile del Club, tema que a mí me tenían sin cuidado y en pleno aburrimiento, pero Clara a veces me hablaba de fútbol, y sin coincidir en nuestros intereses -ella era hincha de los "raneros" de Federación de algún modo concitaba mi atención.

Todo esto conversamos en este último encuentro con "Pichón". Y cuando me iba recordé que en la próxima deberé preguntarle por ese caballito de la mano rota, que doña María Paulini tenía sobre esa cómoda de caoba de color oscuro como es el olvido.

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