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Jueves, 17 de febrero de 2011

CONTRATAPA

Monk

 Por Paul Citraro

No recuerdo con nitidez si su nombre me había visitado antes. La facha me gustó de entrada; era una prestancia que indemnizaba esas lagunas de quienes lo perdieron de vista. Vacilante, anteojos de sol con gruesas patillas de caña. Delgado. Muy delgado. Barba corta desprolija. Piel muy negra. Habíamos estado leyendo Andrés Rivera con la música a todo trapo que funcionaba como una perfecta metáfora de la democracia. Ese mapa sonoro condenado al fracaso o expuesto al abucheo, era Monk.

Un amigo, Willy Tondo, también con ánimo en caída libre, desertó a su rutina de militancia naturista y se apareció con dos rodillos de bondiola artesanal.

"¿Le entramos? Obsequio de un proveedor fiambrero de Quirquinchos", dijo convencido.

Harto de las dietas, yo me había mordido el labio inferior, entre la culpa y la gula. Pero también decidido a cumplir su particular deseo blasfemo. A veces es notable cómo uno cambia el ropaje del deseo.

Willy estaba evidentemente perturbado, la tensión entre el estilo de Monk y Coltrane, no se soporta bajo los corrales de una dieta frugal. Además, esa representación de jazz, ponía al público - perfectamente oíble en las bandas del disco- de ánimos nada complacientes. Si hasta nuestra breve revolución se postergó por un rato. Música a contracorriente, en el sentido de todas las corrientes conocidas por ambos. Donde Coltrane une, Monk separa.

De sopetón, mi corazón se contrajo y casi me paso al bando naturista. O peor, casi me subo a la revolución de los no lo entiendo, no me gusta. Como si hubiera que saber algo acerca del placer. Lo cierto es que yo estaba ahí, con mi amigo y las rodajas de rojo fiambre y la sonoridad de mis héroes. Todo un vanguardista demodé.

Traté de imaginar a los tipos arriba de las tarimas. Sus vidas cotidianas, el modo de hablar y las palabras que usarían ante el encanto. Al parecer, Monk y Coltrane no habían sido compañeros de aventuras. No habían compartido celda alguna ni se habían echado encima de las sirenas varadas que suelen estar a la vuelta de los clubes. Ambos son respetuosos, uno con otro. Si bien Monk parece que se perfecciona en tocar el piano cada vez peor, es Coltrane que le replica diciendo: "Antes de ir al cielo, así yo tocaría en tu funeral, ese bolsillo sucio de Dios".

Jamás nadie tocará así y jamás tocarás --sí, tú y yo querido amigo - las piernas de Marlene Dietrich. Para tocar así, primero hay que encontrar un cielo desbocado buscando pleitos. Y esa porción de ciencia no nos ha elegido a nosotros hoy.

Con ese lápiz de ambigüedad se escribe la historia. Monk, bastante atinado suena en su locura de no repetirse por décadas. Ridículas palabras para un poema tan largo, y sin embargo era posible. Nos hemos quedado mirando cómo pasa el tiempo, detrás de los perros de cola giratoria. Y aunque el destino nos haga inocentes, la mochila, esa maldita sombra que uno arrastra, no para de tirar notas subversivas. Tú sabes cómo funciona. La exactitud de la bondiola no incluye a la verdad, y la conjetura de la madrugada, no carece de rigor.

La revolución puede esperar. Un día más de nuestras vidas no va a cambiar el curso de la historia.

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