rosario

Lunes, 1 de octubre de 2012

CONTRATAPA

Nada

 Por Ariel Zappa

Entrás al consultorio y pese a lo que vos pensabas, no encontrás nada. Ningún globo colgando ni piolines atados a esferas de colores intensos, brillantes, rompiendo el equilibrio sereno que habita en esas instituciones de medicina moderna. Pero el aviso dice eso. O más o menos. A vos te introducen un globo en tu panza (los doctores dirán abdomen pero yo no me hallo diciendo ese término) hasta que te llenás. Y esa rara sensación de satisfacción se te adhiere a la piel como la humedad en verano.

Cuando aspiras ya no hay nada nuevo, pero vos te ilusionás con que un aire renovado se adueña de vos y vivís años y años suponiendo eso. Y pasa el tiempo y te enamorás (a ella le contás lo que tenés en el estomago y te responde: "naaah... dejate de joder"), estudias una carrera, tenés hijos y una casa, un perro, un gato, una araña en el hueco de la escalera, quince días de vacaciones por año en la que te hacés alguna que otra escapada a Córdoba un fin de semana largo y una hermana que te llama cada tanto. No es indispensable tener seguro contra todo riesgo. Seguro que, al momento del accidente o siniestro (palabra oscura si las hay), no te sirve para nada.

Y, cada tanto, vos te tocás la panza (no encuentro otro sustantivo válido) y pensás: Voy a comer menos de noche, nada de alcohol por un tiempo. Además, es marzo (o quizás sea abril o mayo, nunca sé cuando publicarán este relato, ni siquiera sé si lo publicarán) y pensás: no es un mes apropiado para el cuetazo. Está todo por empezar aunque no hayas empezado nada.

La cosa es que el globo sigue inflado haciendo de las suyas. Porque es Marzo, Abril o Mayo pero vos pensás que es por el globo. Y te enamorás de la piba que te sonrió porque la dejaste cruzar por la mitad de la cuadra sin atropellarla aunque no haya mirado para ningún lado. Y, pensar que, por mucho menos, antes de tener un globo en la panza la hubieras asesinado de alguna forma: mandándole un poema, un mail diciéndole todo lo que no pudiste decirle en persona. Que sos vergonzoso, padre de familia, tímido pero que hace poco tiempo empezaste a sentir ese cosquilleo acá, en la zona de la panza, que es la zona donde se manifiestan los más encumbrados sueños y deseos de los hombres que hicieron grande a esta patria. Y la chica, que ni recuerda que se sonrió cuando vos frenaste sin mirar por el espejo para saber si venía un auto detrás tuyo, mira el mail y piensa dos cosas. La primera: cómo hizo éste tipo para conseguir mi casilla de correos (pasa en la vida, pasa en las películas, ¿cómo no va a pasar en un relato?); y la segunda cosa que piensa es: hay un montón de gente empastillada que va por la calle y uno ni cuenta sé da siquiera. Y todo va a parar a la papelera de reciclaje.

Y, vos, cómo no tenés otra ilusión de donde agarrarte, pasás por esa calle todos los días aunque te quede a tras mano. Y le das paso a medio mundo: caballo que anda tirando carro, maceta que cae del balcón, escoba de portero que lava la vereda. El problema es que el caballo, la maceta y la escoba no tienen mail ni feisbuk y no hay modo de conectarse con ellos como lo hiciste con la piba que aún sigue pensando la cantidad de gente medicada que anda por la calle como si nada.

El tema es que llega el momento del encuentro con el facultativo que te pregunta cómo te fue con el globo gástrico (juro que es la última vez que utilizaré ese adjetivo) durante todo este tiempo. Y vos, le decís que bien. Que porqué te lo pregunta. Y el tipo levanta las cejas y se ríe como un hipopótamo, tomándose la panza como vos. Y ahí es que te equivocás suponiendo que él también tiene uno de esos. Y, no. No es por eso que se ríe. Yo, sinceramente, no sé porque se ríe. Pero no se ríe por lo que vos suponés. Y tu semblante cambia cuando el tipo te indica que en una semana el globo gástrico tiene que ser extraído de tu estómago. Y a vos se te borra la sonrisa.

-¿Y qué va a pasar? -preguntás atónito.

-Nada -contesta el galeno, riéndose.

Y como vos suponés que él tiene uno igual al tuyo, tomás un bisturí de una cajita de acero inoxidable muy bonita, limpia y reluciente que tiene sobre el escritorio vaya a saber uno porqué, y le abrís la panza de un solo tajo hasta encontrar el globo del médico. Y no hay globo. Nada, no hay nada. El tipo es así de gordo. O será inflamación, que sé yo. Si vos me preguntabas antes, podíamos buscar qué dice la enciclopedia británica de medicina. Pero te mandaste sólo en un arrebato de justicia ciega porque te causaba mucha pena que él siguiera con su globo, y vos, no.

Lamento decirte que no hay globo gástrico que supla ese ruido en la panza. No hay globo en la panza que complete nada. Como no hay nada en estas palabras. Las encontré en el agobio que me expande. Como un globo en la panza. Que no existe.

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