rosario

Lunes, 22 de mayo de 2006

CONTRATAPA

Sexus

 Por Sonia Catela

I.Lucía viendo pasar el cadáver de su enemigo.

Pasa por la ruta el coche fúnebre con dos coronas, el viento pone turbulencia en los crisantemos, los revuelve y flamea, crespones, pasa ráfaga azul metálico el coche fúnebre, sus flores la velocidad deshoja, los pétalos se confunden, se dispersan; pasa el coche con el cadáver de mi enemigo, corre el coche que he esperado sentada, de pie, tendida en el lecho, insomne, llorando, que he esperado humillada, quebrada, castigada, pasa y se lo lleva, remolino de flores amarillas, un par de personas en el par de autos de cortejo que vienen en el paquete que se contrata con la empresa, sus caras me miran, sentada en la ruta esperando esperada, en mi sillita de paja en la corta ruta con su único punto final: el cementerio, y cuando me levanto, recojo mi butaca sentada esperada y comienzo a desandar el camino hasta el pueblo, los pétalos de las coronas me rozan, me bañan los pétalos que envolvieron el cajón de mi enemigo y me cae en la mano una cosa pesada, no un murciélago, la rosa de tela sobada, la que detestaba ver en su ojal, la que se ponía los días que no llegaban flores frescas al pueblo; él le pasaba sus dedos por encima, acomodándola, observándome al pasar; la rosa me pega su olor, un olor desconocido, no conocía el personal aroma de mi enemigo quizá porque la única ocasión en que me tocó, me aferró de atrás y me cruzó su pesada mano sobre boca y nariz, anulándomelas, en tanto me tumbaba, de noche, sobre el helado pasto del baldío, y en la noche fosforecía su rosa de tela con este aroma que se me embute, ahora que él marcha a todo viento, la rosa me incrusta su carne de enemigo en mis fosas nasales y en las fosas nasales se queda, las envuelve, las usa para impregnarme y desparramarse, me invade la carne de mi enemigo como si se propusiera vivir aquí sin marcharse, en mí, rosa sobada sobre mi cuerpo penetrando esa noche en el baldío, proponiéndose quedarse se queda.

II. Soy una vagina.

Al parecer, en este zoo argentino, otros resultan burros de carga, chivos emisarios o sanguijuelas. El destino no se elige. A mí se me descolgó al nacer chancleta en 1948. Porque por el '48 se nacía chancleta, más que hija o mujer.

Fui una vaginita rosada como las bombachas que estrenaba todos los veinticuatro de diciembre a la noche. Crecí entre los cuidados de mi atenta madre: "ahí un cierre", y las recomendaciones de tías y vecinas sapientes, referidas a deportes: "no la dejés andar a caballo, che; se le puede romper a la Julita". A amistades: "nada de braguetas". Lecturas: "escondé ese libro, mirá si lo encuentra la nena" (y la nena lo encontraba). Ceremonias secretas (que dejaban más rastros que un crimen), porque ¿qué es este globo rosado, alargado que encontré en el baño, mamá?

El deber de una buena vaginita es simple: mantenerse cerrada e intacta como flor de cacto. Así todos la contendrán y podrá permanecer al abrigo del entorno familiar, en la majada, conservar al padre alejado de infartos y a la mami con su reputación a salvo de habladurías peluqueriles. Ser una vagina significa alcanzar una categoría metafísica que permite (permitía) lograr bienestar, un hombre (incluso rico) hijos, seguridad, respeto, amor, gloria, loor, y un lugar en el Parnaso de las Sagradas Vacas Madres, en una palabra, algo semejante al edén terrenal y por supuesto el celestial, tan lejano de la fornicación como un pobre del reino de Potosí. Como siempre me comporté como una vagina de ley, alcancé las metas, panaceas y mieles prometidas. Me casé. Y pasé a ser una vagina adulta con su sobrio deber de atender únicamente a su marido, al que me aboqué con puntualidad, anteojeras y sin desvíos de tentaciones.

Una cumple fatalmente su destino.

Eh. Una dice que cumple fatalmente su destino.

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