rosario

Sábado, 11 de enero de 2014

CONTRATAPA

La memoria y la palabra

 Por Miriam Cairo

El hombre dice que las musas tienen mala memoria.

La musa dice que el recuerdo se construye con lo que se le pierde al olvido.

Al hombre lo deja pensando lo que dice la musa.

Los memoriosos recuerdan más de lo que piensan, dice la musa aprovechando el silencio del hombre.

Todo esto, a la hora en que la palabra noche hace la noche, y el cielo se vuelve de oro y la calle se vuelve de plata, o viceversa.

Las palabras habladas se hacen escritura cuneiforme labradas sobre los labios de la musa y el hombre imagina esos símbolos pictóricos en lugar de escuchar los sonidos concatenados de las letras.

Todo esto, acompañado con la palabra vino llenando la palabra copa, una y otra vez, para que la realidad esté a la altura de las palabras, o viceversa.

La memoria y la palabra.

Se dice siempre, insiste el hombre.

Todo lo que la mente pueda inventar se inventa con palabra, dice la musa, y el hombre da sorbos largos a lo que ella dice.

Entonces, ella vuelve a llenar la copa de lo que dice con un vino más fuerte y más redondo, ya que el hombre ha olvidado por un momento su olvido y deja que se llene el vino de memoria:

El lenguaje es un mediador, dice la musa a cierta distancia de lo que dice.

Explíqueme mejor, dice el hombre con palabras afines.

Piénselo, dice la musa: entre la experiencia y el relato de la experiencia, el lenguaje opera como un distanciador.

Un encubridor.

Un delator.

Un creador.

Un desvío.

Un conductor.

Poco importa, en el fondo, que la conversación entre el hombre y la musa sea rica aquí, pobre allá. Entre lo que dicen y lo que no dicen, hay figuras de silencio similares a la semilla que pasa a hierba, que pasa a espiga, que pasa grano, siempre y cuando la palabra silencio se vuelva germinante.

Si el lenguaje es un distanciador, qué es el silencio?

Un conductor.

Un desvío.

Un creador.

Un delator.

Un encubridor.

Un distanciador.

Mire, en este punto sería necesario detenernos, dice el hombre a la musa o viceversa.

No olvide que estamos en el mes de enero, dice la musa al hombre o viceversa.

Cada uno puede llenar esta página según convenga a su propia historia.

A la musa le conviene para ser la cavidad de un cuerpo en el que cabe un sueño.

Al hombre le conviene para seguir bebiendo la palabra noche.

Me asombra escribir lo que usted dice, dice el hombre.

Pasará usted el muro del asombro, dice la musa.

Y el hombre lo pasa montado en un repetido comienzo de penumbras.

Todo esto brotando en la palabra corazón como una nervadura.

Claramente la vida es aquello que se vive y la palabra es aquello que se escribe, pero la palabra guarda una estrecha relación con la vida y viceversa.

Dígame usted cómo ha hecho para entrar en mi memoria si yo no la recuerdo.

No soy su recuerdo sino su invención, dice la musa.

Sin olvidar que éste es el mes de enero, el mes en que las musas sacuden sus alas relucientes, el hombre pregunta por qué ha estado tan lejos del vaso de agua, por qué no ha sido su palabra de cabecera, por qué lo ha hecho sentir solo cuando estaba solo, por qué no entró en su memoria antes de entrar en el olvido. Y la musa, hija inalterable de lo que el hombre sueña, se refugia en una forma cuyos bordes se borran.

Sin olvidar que la palabra noche va cediendo paso a la palabra madrugada, la musa soledad, en prodigiosa plenitud, reproduce una extensión de la superficie lunar sobre la superficie de la mesa. El gesto le da más motivos al hombre para pensar en la palabra musa.

Incluso pone sobre el tapete la palabra escritura, y la palabra texto, y la palabra lenguaje y la palabra realidad y la palabra invención, todo sin olvidar la palabra enero, que en su memoria se aviene a configurar un estado de intemperie muy cercano a la palabra silencio, o viceversa.

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