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Domingo, 3 de agosto de 2014

CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA

El maratonista del amanecer

 Por Adrián Abonizio

*Es caprichosa la niebla del amanecer, produce ensueños y visiones erróneas. Cuando ella lo pasa en la cuesta alcanza a distinguir una silueta armoniosa, pelo albo al viento y mucho empeño en su musculatura empinada. Deja un aroma a perfume femenino inconfundible. Al regreso, ya con luz se la cruza de frente y descubre a una mujer encanecida, ajada. Como si la mutación hubiese ocurrido entre la semioscuridad y la claridad, allá por los confines del bosque hechizado del parque, donde todo se percude y se ensombrece.

*El tipo duerme bajo unos álamos. Tiene su cucha ahí junto a su perra envuelta en un pullover y una camiseta de Central debajo. Cuando él pasa dando zancadas siempre, siempre lo oye silbar al tipo, saludando al día, optimista. Lo envidia profundamente porque no se explica el por qué de su felicidad.

*El Maratonista del Amanecer necesita tener su atuendo limpio cada día. Los rituales se componen de pequeños gestos que nadie distingue, porque conllevan la jerarquía de lo privado. Leyó por ahí que antes de salir en sus máquinas, los kamikazes se vestían con sus mejores galas guerreras. El también lo hace evitando la ropa percudida o mal presentada. Es una forma de alejar a la Muerte. Lo presiente de alguna forma que no logra explicarse.

*Toda la ciudad se mueve al paso de sus zapatillas de nube y piel tenue. Cada zancada que da regula el ritmo cardíaco del cemento bajo sus plantas. Cada helecho que roza con su cadera se despierta de pesadillas nocturnas. Así avanza al Maratonista, creyente sin fe, agnóstico con dios, hereje sin templo, animista sin altares. La ciudad es su feudo hasta el clarear. Luego lo será de los comerciantes, los activistas del embrollo, la gente del Progreso. El como un monje, limpia con su aliento y su sudor el Mal, el resabio asqueroso de una civilización inoperante y poco espiritual que no se anima ni a madrugar ni a orar ni a vivir en paz.

*Gordito como nunca resopla detrás de una metier imposible: que su esposa lo ame. Por eso sale a correr, dejando el alma, resoplando y padeciendo. Con el riesgo de un infarto o una caída. Y todo por el amor, mientras entresoñado imagina desayunos suculentos en lugar del tecito de hierbas reductoras que le prepara el motivo de su anhelo y de su desmayo.

*El Maratonista del Amanecer ha descubierto una actividad que desde su infancia no veía. El Juntapuchos. Pasan dos o tres hombres que han dormido por ahí, bajo alguna arcada, recorriendo con la vista los senderos en busca de colillas con que armarse magros tabacos que ayuden en el infortunio.

*Ella va provista de una serie de adminículos que le ciñen la cintura que más bien parece una robot que una mujer practicando atletismo. El Maratonista del Amanecer deduce que deben constituir el maquillaje, una muda de calzones, agua, pastillas para dietas, alguna fruta, el celular. Todo lo conocido que va en la cartera de la dama. Ni aún en la persistencia del caminar la especie olvida sus costumbres.

*Los camiones de basura, los arboles vencidos, los perros deambulantes, los autos abandonados, las estatuas percudidas, los semáforos extintos, la cruces del cementerio. Todo a esta hora antes de la luz adquiere un sentido fatalista y poderoso. Hasta un silbido lejano se asemeja una ópera. Y un gato subido al tejado inglés es naturalmente una bruja que se aposenta para mirar su ciudad hechizada antes de regresar a su madriguera.

*El Maratonista del Amanecer ya ni mira las cosas: las elude, las circunda ciego. Va en su ruta con los ojos cerrados, apartado y libre al fin de todo meollo, resignación o duelo. No tiene guerras, amores ni espera algo al regreso. Sabe que un día, antes de la claridad o metiéndose justo en el centro de ella, abandonará este mundo cíclico, redundante y se irá quien sabe donde sin mirar para atrás.

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