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Domingo, 2 de agosto de 2015

CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA

Las pequeñas cosas de una gran vida

 Por Adrián Abonizio

* "No, por favor no caigas en eso de la tostada que no siempre cae del lado de la mermelada", susurra ella que mira por sobre el hombro del escriba acerca de las pequeñas cosas que a veces salen bien. El se da vuelta: Detrás el sol abre sobre la desnudez de su dama un halo de abanico alucinatorio que impide admirarla en su belleza plena. La besa. "No, no voy a escribir sobre esas pavadas". Hace décadas que se conocen pero no dice nada a cerca de la felicidad que le provoca el solo verla. Por más que luego ella, parta hacia su casa, su hogar, su marido, sus hijos, su perro.

* En la oficina ruidosa y desaprensiva ve en la pantalla su número. Camina hacia la horca: Debe multas de tránsito por mas de cinco dígitos. Cuando pide el libre deuda actualizado le sale una suma irrisoria. Espera un rato para reponerse, toma un café y pide nuevamente el resumen que entrega la misma cifra. Paga en ventanilla y sale absuelto, feliz de que una vez al sistema se le ha cortado la soga justo cuando su cuello estaba por entrar en el hueco.

* Nadie saluda, sólo ella, tras el vidrio presa sonriente de un trabajo de asesoramiento. Le dispensa una palabra amable y la tranquiliza que el documento que ella juzgaba terrible es un mero trámite y le aconseja un vericueto legal para no abonar con dolor chirriante como expresa la letra fría. Le señala la máquina de café y le extiende como un hada un vasito plástico y una revista con que pasar el rato. Se sienta y la observa: es con todos, igual. Dan ganas de adoptarla, raptarla, convertirla en santa, diosa o novia eterna. Se ha enamorado de su alma y le ha hecho el día radiante en medio de una tormenta de rayos, malos influjos y melancolías astrales. El mundo vale la pena se dice y hojea un artículo sobre modas.

* Por Ayacucho al fondo, muy cerca del arroyo y los plantíos donde las casitas se achatan en lamparitas de 40 wats hay una estación de GNC. El tipo para a cargar y oye una voz afinada cerca de donde unos autos han formado una ronda. Son los remiseros, quienes en un alto del trabajo han bajado de un baúl un equipo y se han puesto a hacer karaoke para distenderse. Se maravilla y alegra bajo la bruma de la noche. Además el Gordo canta que es un portento.

* Se detiene a ver en una pantalla la reproducción de un gol: La jugada lo gratifica. Cuando advierte que es del Rojinegro, se sobresalta y se siente traicionar algo, pero luego enciende un cigarrillo y advierte ante el cuadro perfecto que ha dado un salto de calidad humana al maravillarse por la lindura de un gesto de quienes son nada más ni nada menos que sus semejantes fabricando arte. Y el arte no tienen banderas.

* Detectó a la chica fea que atendía el kiosco y se le ocurrió. Hacía un mes que ocupaba el departamento del primer piso, estaba enamorado de una dama de su pueblo que lo visitaba seguido, estudiaba medicina y no le faltaba ni salud ni comida. Sólo la chica fea lo perturbaba. Había hablado con ella al comprar cigarrillos y una honda nostalgia de flores secas, de pasados tristísimos en piezas de orfanatos y ropa prestada acudían a él cuando la hablaba. Ideó entonces aquello: Le enviaría cartas y flores regularmente. Gastó una módica plata y a nadie le contó la historia. Un día, le dejó la última esquela anoticiándole que se iba lejos, a ultramar y que siempre la recordaría. "El amor siempre te va a tocar si pensás que alguien se ha enamorado de vos pero me tengo que ir lejos por trabajo. Siempre recordándote". Nunca lo contó ni siquiera a su novia: Temía ser mal interpretado.

* El viento del otoño produce un letargo y un ulular que la pone cómoda, como si estuviese lejos, en un mundo inconveniente pero seguro, distante pero conocido, amable pero solitario. Descubre que si tuerze una hoja, un cachito de madera de la persiana más hacia afuera el soplido empieza. Está tan feliz con el hallazgo que casi ni puede dormir la siesta.

* Una chica en bicicleta que sonríe: No está escuchando música ni celular adjunto. Simplemente lo hace como en medio de un campo de flores chinas, atravesando la barrera de los choferes que le miran el culito o le susurran baboseadas que no lleganrán a destino, pues el corazón de la dama está inspirado y alto, allá arriba en su testa iluminada por el sol de una montaña nevada que nadie detecta.

* Es el mismo perrazo de siempre siesteando a cobijo de lo vientos y la humedad. Lo que la pone feliz es que el cartón sobre donde descansa -se nota- lo cambian regularmente para que luzca limpio y aconchado como la cama de un príncipe.

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