rosario

Domingo, 6 de septiembre de 2015

CONTRATAPA

El juego de la oca

 Por Javier Chiabrando

Estos días no estoy para chistes porque me llamó el Secretario General de la ONU para ungirme como "veedor de elecciones en el culo del mundo". El trabajo era en negro porque la ONU tenía un asuntito pendiente con la AFIP y no quería levantar la perdiz. Así que debía actuar como un espía, un infiltrado, un agente secreto. Llegué a cada lugar donde se votaba disfrazado de cantante de chacareras, disfraz que alternaba con el de odalisca o vendedor de panchos. Apenas encontré la oportunidad me ofrecí como fiscal del POVOBU ("Partido de los Obreros Volviéndose Burgueses") que, cortos de militantes (los seis que tenían quemaban gomas frente a sus propias casas) me dieron a fiscalizar toda la argentina.

El trabajo fue aburrido. Las elecciones se iban dando con normalidad; gente haciendo cola quejándose por el calor, el frío, la leche con nata, el pan con mucha miga, el día con pocas horas, las gallinas que ponen pocos huevos, la sequía, las lluvias, las inundaciones, la sequía. Como fiscal del POVOBU pensé que no iba a ser sencillo controlar miles de mesas pero nadie tocaba los votos del POVOBU, ni para robarlos, ni para ponerlos en las urnas. Aligerado de mi responsabilidad cívica, me dediqué al trabajo: controlar a los fiscales de los otros partidos. Así fue cómo descubrí el plan que la oposición al gobierno está poniendo en práctica para: 1) ganar las elecciones; 2) perder las elecciones.

La primera sospecha fue ver que los fiscales del PRO, cada vez que debían decir algo, consultaban el teleprompter que tenían en las rodillas. Entre la ropa amarilla y el teleprompter parecían luciérnagas. Si los mirabas demasiado te quedaban los ojos como cuando mirás a un soldador. Más curioso eran las respuestas que daban luego de consultar el teleprompter: "para llegar al cuarto oscuro tiene que retroceder dos casilleros", "agite bien los dados antes de elegir el voto", "la urna está cerca del laberinto, entre el puente y la cárcel", "vota porque le toca, de oca a oca".

En el baño, de mingitorio a mingitorio, un fiscal muy atento y algo mirón me contó que del otro lado del teleprompter estaba Durán Barba soplándoles lo que tenían que decir porque estaban poniendo en práctica el "Plan Juego de La Oca, te toca o no te toca", última innovación en moda política. Estirando la micción al máximo, pude saber que el plan era de Durán Barba, traducido del ecuatoriano al argentino por Massa, corregida su ortografía por Sanz, amplificado con puteadas y anuncios de tsunamis por Carrió y simplificado por Macri para que cualquier salamín lo entienda. Todo mientras Solá y Vidal servían café y Del Sel abría las puertas de los autos que llegaban al centro de operaciones.

El maquiavélico plan es estratégicamente muy sencillo: hacernos creer a los argentinos que la democracia, que le costó la vida a tantos, los hijos o los padres a otros tantos, y las esperanzas a muchos más, es una boludez que uno debe olvidar a los dos minutos de usada. Que es un juego que se juega cada dos años, y después se deja de lado para ver Tinelli o viajar a Miami a comprar ropa. La primera parte del plan es dejar de hablar de partidos para hablar de equipos. Es que los partidos son corruptos, llenos de gente que busca un carguito de concejal. Un equipo, en cambio, es más tirando a Microsoft, ¿viste? donde alguien que juega Tetrix no es un boludo alegre perdiendo el tiempo, sino que estudia "cómo aprovechar las derivaciones de los votos que caen del cielo sin gollete".

La segunda parte del plan es bardear Argentina, tratarla de republiqueta o país de mierda. Esto se hizo con aportes de periodistas y de viejos intelectuales, o intelectuales viejos, que no entienden que el país no se someta a sus deseos y sabiduría a pesar de que escriben un libro tras otro. La tercera parte del plan es la que estamos viviendo ahora: descalificar cada acto republicano por corrupto, ineficaz, obsoleto o (lo que es peor) innecesario. Votar es como elegir una remera en Alto Palermo, la disyuntiva es apenas el color. El Congreso no delibera en representación de los ciudadanos sino que es un aguantadero. Leyes, códigos civil o penal, acuerdos internacionales, son excusas para que la yegua y sus potrillitos compren ropa en Europa y se saquen selfies con Messi.

Cada republicano (los argentinos) que busca la continuidad es un títere o idiota. Lauchas siguiendo a la flautista de Hamelin, zombies unidos por el olor a chori gratis. Populacho idiotizado por el relato del kirchnerismo, que no entiende que es hora de enamorarse del no relato de Massa, de los balbuceos de Macri, del odio de Carrió, del vacío de Sanz, de ese no sé qué tiene Stolbizer. Giles que no saben que la democracia se salva alternando el poder, y que ahora les toca a los nuevos: Bullrich, Reutemann, Cavallo, Melconian, que lo único que podrían argumentar de bueno ante la historia es que sus prontuarios prescribieron porque nos empomaron hace más de diez años.

Quizá siguiendo órdenes, el fiscal había ido al baño acompañado de su adminículo. Me refiero al teleprompter. Nos estábamos lavando las manos cuando sucedió lo impensado. No sé si fue la humedad del baño, la inconveniente intimidad de la situación, o que se había recalentado por exceso de uso, pero el teleprompter lanzó unos bufidos (cosa que en un baño se presta a confusión), corcoveó como si hubiera recibido un pico de corriente, se rayó como cuando un televisor pierde la señal, y apareció Durán Barba en persona hablando a los gritos y gesticulando como Chaplin imitando a Hitler.

Fueron segundos, los que demoró el fiscal del PRO en peinarse las cejas con las manos mojadas y luego secárselas. Pero bastaron. Así conocí el instructivo del "Plan Juego de la Oca", disponible para Windows 10, Android y App. Durán Barba decía: "hay que convencer al ciudadano que la vida es como el juego de la oca, que se avanza pero que a veces hay que retroceder. Que hay casilleros o días que te llevan de regreso al principio. Y si le parece que ese principio es como el neoliberalismo, estar en manos de los buitres, de cipayos, si siente que está comenzando de cero, que metió la pata en un hormiguero lleno de hormigas que comieron ortigas durante un año, no es grave. Volver al principio es recuperar el placer de pelear, volver a ser ese argentino orgulloso de ser pobre pero limpito".

De pronto a Duran Barba se le terminaron las finezas, y empezó a gritar: "a vos, fiscal idiota, a vos sacudidor de globitos, a vos, que sos más pecho frío que Mauricio, te digo: no olvides que ante cualquier duda, se grita ¡fraude! Fraude ante el café frío, el mate lavado, las medialunas con demasiada o poca grasa. Pero sobre todo tienen que decir fraude en cada mesa donde sacamos menos votos que el contrincante". El fiscal se fue con su teleprompter colgándole entre las piernas. No sé si se dio cuenta de lo que había pasado. Me reintegré a mi obligación ciudadana. Los comicios terminaron. Fiscalicé los dos votos del POVOBU (uno era mío) y fui de nuevo al baño. En el camino había que cruzar muchas aulas donde contaban votos: fraude de acá, fraude de allá, fraude, fraude, fraude, se escuchaba, a diestra y más a la diestra aún. Era como el Coro Kennedy pero con hepatitis colectiva.

En el baño compartí otra vez mingitorios vecinos, ahora con un señor vestido de gaucho a lo Cafrune, piel aceitunada, voz grave. "¿Cómo andan las cosas en la ONU?", me dijo con acento de la zona que no se lo creía nadie. Era otro infiltrado como yo, pero ¿de quién? Mal pero acostumbrao, le contesté como para no delatarme enseguida. "Ese jueguito de la Oca que están jugando los muchachos parece muy entretenido, ¿no?", me dijo. Así parece, concluí yo sobre el final de la eliminación de las partículas líquidas innecesarias para el cuerpo. A lo lejos se oían los coros que gritaban "fraude, fraude". Ya desafinaban un poco, vea. Algunos acentuaban la a, otros la e. "Oiga -me dijo el paisano como si me leyera el pensamiento- hace un rato eran el Coro Kennedy y de poco, como diría Yupanqui sobre los Huanca Huá, pareciera que "uno canta y los otros le hacen burla". Ajá, dijo yo lacónico.

"Me parece, paisano -siguió Cafrune-, que en estas elecciones hemos aprendido tres cosas. Primero que el POVOBU no va a ir muy lejos pero van a quemar muchas gomas. Segundo, que si a esos muchachos El Juego de la Oca no les sale cómo ellos quieren, van a hacer lo que hacía mi tío Florindo cuando iba perdiendo, patear el tablero, o sea intentar transformar el poder de las urnas en urnas funerarias de la democracia". ¿Y tercero?, pregunté yo entonando como cuando la zamba va al acorde dominante. "Tercero -me dijo el paisano, ahora guiñando un ojo demasiado achinado; creo que era Zannini; eso o el fantasma de Cafrune-, tercero es que el Juego de la Oca tiene una trampa. Para llegar al centro hay que tirar los números justos, porque si tirás de menos no llegás, y si tirás de más, te pasaste y tenés que retroceder. Eso en política significa que no se llega al poder ni un año antes ni un día después". Nos lavamos las manos, nos dimos un apretón. Y ambos desparecimos. La ONU todavía no me pagó. El POVOBU quiere que las próximas elecciones sea su candidato a presidente.

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