rosario

Domingo, 24 de enero de 2016

CONTRATAPA

Tirar de la manta

 Por Javier Chiabrando

Para los malas lenguas que dicen que nuestro querido presidente no lee libros va la prueba de que al menos hojeó "El Príncipe" de don Maquiavelo: "Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero, destruirlo, después, radicarse en él; por último, dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se encargue de velar por la conquista". O sea, destruir, ocupar, saquear y gobernar con un "equipo".

Pero ese cambio al que nos han sometido tiene sus ventajas, y eso es gracias a nuestro querido y torpe presidente, que se nos fisura la costilla de tanto trabajar. Porque lo que hizo, sin anestesia, fue tirar de la manta y dejar al desnudo ciertos mecanismos de un país que, como en el teatro, estaban vedados a la chusma. Que la tirada de manta esté a punto de dejarnos en bolas y a los gritos, es un daño colateral del que el neoliberalismo hará películas heroicas para que seamos felices con la tristeza de todos y todas. Pero la tirada de manta nos demuestra más claramente quiénes somos, nos da la oportunidad de entendernos como civilización y nos permite avizorar futuros y prepararnos para los latigazos.

La primera ventaja es que ahora sabemos que por mucho que se promocione la derecha moderna a la europea, ¿viste?, acá no aceptamos modas foráneas y sacamos a relucir una derecha bien nacional, berreta y rencorosa. Se diría que volvieron a subirse a los caballos para hacer otra Campaña del Desierto y matar a la negrada/indiada que quedaba, en este caso nosotros. Y mientras el escarmiento toma forma (aunque demore un siglo), se llenarán los bolsillos y saquearán todo a su paso. Maquiavelo Dixit. Porque para ellos siempre es un asunto de plata. No se confundan, la ideología les sirve si lleva a la plata. Si para hacer plata debieran ser maoístas, lo serían. Pero es más fácil juntarla con pala participando del club de los garcas, de los depredadores, de la Sociedad Rural, de los golpistas.

Al tirar de la manta nuestro querido presidente nos demostró que nuestra derecha es bien burra. No tiene ni talento para destruir. Destruyen con topadoras, nunca selectivamente. Incluso destruyen a los que lo votaron, tiran al bulto, sin pensar. Así destruyeron la temporada de Mar del Plata, que los votó en masa. Ni aprendieron de su mentor mayor, el Turco que lo reparió, que sin alharaca se fumó a los militares de antipasto, a las sindicatos de plato central, y a los radicales de postre. Un día alguien preguntó por ellos y ya no estaban. Estaban, pero hechos estampita, inofensivos. Los que nos gobiernan tienen tal inercia a la hora de destruir que son capaces de romper el puente que están cruzando porque lo hizo el enemigo. Y quizá es lo que están haciendo.

Son tan burros que piensan que apagando la luz que ilumina al símbolo el símbolo desaparece. Son como los chicos que se tapan los ojos y creen que todo desaparece, incluso ellos. Piensan que evitando a Evita en los billetes desaparecerá y olvidan que estaba prohibida pero no desapareció. Piensan que intentando meter presa a CFK van a lograr que se esfume, y olvidan que metieron preso a Perón y lo que lograron fue volverlo realidad y mito al unísono. Creen que metiendo presa a Milagro Sala van a lograr que desaparezca la indiada que ella nuclea, que sobrevivió a media docena de genocidios y a esta altura hay que declararla más resistente que las cucarachas. Pero los de esta derecha no saben estas cosas porque no leen libros. O leen los libros que escriben ellos mismos para darse la razón.

Pero debemos estar agradecidos a que nuestro querido presidente haya tirado de la manta. Así conocimos a los cómplices de la destrucción que ni siquiera cobran por el favor (y después se enojan si uno los llama idiotas útiles). Muchos combatían al kirchnerismo por detalles que podían haber sido negociados, corregidos, olvidados, reformulados, y ahora se hacen los escandalizados (gente de izquierda, premios Nóbel, progres truchos, socialismo falso). No son de derecha, pero trabajaron para la derecha. Ahora lloran, pero es tarde. Algunos empiezan a tomar distancia, y lo hacen apelando a todo su arsenal politicoide e intelectualoide, como la Sarlo, que dice que no dijo lo que dijo cuando lo decía. En el barrio diríamos que a esta no hay Kamasutra que le venga bien.Si alguna vez necesita de ellos, pídales ayuda sin pagarles el favor, que si es para hacer daño, lo van a ayudar. No los llame idiotas útiles. No les gusta. Y de eso se encarga la historia.

Quizá la gran ventajas de que nuestro querido y algo vago presidente tirara de la manta es que logró que nos sumáramos a la ola de los indignados, ola que dejamos pasar porque no la habíamos inventado nosotros. Es que mientras los niños pijos indignados poblaban las plazas del primer mundo porque le habían enjabonado el palo que los llevaba directo al bienestar, acá estábamos construyendo algo y de distraídos no les dimos bola. Acá, con sus buenas, con sus malas, con sus errores, construíamos: los pibes a las nuevas universidades, los científicos a los satélites, los derechos humanos ponían blanco sobre negro.

Ahora no, ahora destruimos. Y gracias a la tirada de manta, dejamos la pachorra de lado y nos volvimos indignados, nos sumamos a las plazas y esperamos revancha. Si el estado ya no es el otro, ahora las plazas llenas de gente son el otro. El desocupado, el perseguido, el estigmatizado, la grasa militante. Nuestra indignación, que descubrimos gracias a la tirada de manta de nuestro presidente, es peligrosa porque no tiene fecha de caducidad. Está basada en que nos sacaron del país donde se construía para llevarnos al país donde se destruye. Está basada también (y esto lo digo con algo de pena) en que nuestro querido presidente no despierta nuestro respeto, no le creemos nada, y a veces, como diría Don Segundo Sombra, nos "parece medio pavote, ¿no?".

Indignados gauchos, canejo. Ese es el invento argentino que exportaremos al mundo para que lo usen para derrocar reyes y gobiernos esperpénticos. La tirada de manta (y todo resolvido gracias al festibal de alegría) le demostrará al mundo de una vez por todas que el neoliberalismo asesina trabajos, sueños, proyectos. En otros países no lo saben porque las derechas modernas de ellos te empoman más dulcemente y con vaselina importada (que para ellos es nacional, y que ahora, gracias a la apertura, ¡podremos comprar acá!). Y si los argentinos tenemos que ser conejitos de indias, y donar nuestro futuro para que otros sean felices, que así sea. Vamos a exportar crisis para que el mundo aprenda y se vuelva a indignar. Vamos a mandar miles de desocupados a romper la paz de la civilización capitalista donde los pobres aprendieron morir sin hacer ruido para no despertar al patrón.

Indignados gauchos, carajo. Originales porque además de ser indignados tendrán en sus venas resabios de las dos grandes revoluciones sociales que fuimos capaces de generar sin ayudas bolcheviques ni maoístas: "que se vayan todos", y "caceroleros". Así es como, además de estar indignados, pediremos, como nuestros ilustres antecedentes, que el Indec no macanee, que el presidente cuando viaje se aloje en una choza y no en un hotel de miles de dólares, que si no se puede decir "bad information" menos se puede decir "hemos resolvido", que el presidente diga cómo multiplicó su fortuna, que aclare por qué se enriquecen sus amigos empresarios con contratos del Estado, que los procesados que tiene el gobierno (llenan la cancha de River) vayan presos, que cada suicidado sea considerado asesinado, que no alimente a su perro con la plata de los argentinos y que no queremos vivir en un país crispado, la de un presidente que ante la primera pregunta incómoda, se levanta y se va; puro arsenal tomado de la revolución de las cacerolas, que ahora que tienen tanto para decir, han callado para mirar la telenovela.

La tirada de manta es tan importante en la vida de este país, que estoy pensando en escribir un libro. O una enciclopedia. La lista es larga, pero vayan ejemplos: sirvió para ratificar que aunque dos candidatos se parezcan, nunca serán lo mismo porque dos personas no pueden sentir el mismo exacto odio ni la misma exacta vergüenza. Sirvió también para desacreditar ese viejo dicho donde se escudan los que votan y se arrepienten: "los políticos son todos iguales". No es así. Nadie destruye como este equipo que nos gobierna, un improvisado grupo de amigos de asados de countries que para formar gobierno tuvieron que pedirle a cada sponsor un gerente, y que maneja el país como si se tratase de la Play Station donde los autitos chocan pero apenas el humo desaparece vuelven a rugir.

Y hay más. Tirar de la manta (ah, un mes en el gobierno, y mirá todo lo que te debemos, querido presidente golfista), resignificó la palabra grieta. Y confirmó, como si de un gran agrimensor se tratase, sus límites. De una lado, una mitad, del otro, el resto. Y los que sienten, se creen, piensan, sospechan o dicen que no están de ninguno de los dos lados, es porque están dentro de la grieta, quizá asfixiados, quizá muertos o a punto. La grieta te ahogará si se cierra, si se inunda. O te volverás invisible ante el pueblo que ha tomado posición. Todo gracias a que nuestro querido y algo rencoroso presidente leyera a medias a Maquiavelo y tirara de la manta. Por eso te digo, querido presidentemío, tirame la manta.

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