rosario

Domingo, 17 de diciembre de 2006

CONTRATAPA

Test vocacional

 Por Luis Novaresio *

Uno: Dice que alguien le preguntó a alguien. ¿Cuál es el camino para encontrar la felicidad y el sentido de la vida? Vino Moisés y dijo es por acá. Vino Jesús y dijo: No, es por allá. Vino Mahoma y dijo: de ninguna manera, es por allí. Vino Freud y dijo: están todos equivocados: es por allí detrás. Vino Einstein y dijo: todo es relativo.

Dos: La primera vez que hicimos un test vocacional fue en la Vigil. ¿Te acordás? No sé bien qué funcionaba allí entonces, apenas teníamos doce años, el telescopio y la Biblioteca ya se los habían robado los que venían a reorganizar el país después de haber secuestrado a Isabel. Me acuerdo, me parece, que en la planta baja oscura había un ascensor que funcionaba, dos más clausurados, de esos de puertas automáticas, toda una novedad para los setenta en donde habiendo escaleras, el consorcio no se hacía cargo de las consecuencias provocadas por el elevador, decía el cartel, al lado de prohibido escupir en el suelo. Subimos, y la puerta se cerró dejando un horizonte verde claro frente a nosotros. Verde esperanza, me dijiste con tanto miedo como yo. Me acuerdo, también, que cuando íbamos para la Vigil en el 58 me dijiste que tenías miedo del futuro y que no entendías porqué dejaban circular todavía colectivos con puerta delantera solamente, para subir y bajar. Todo a la vez. Como en una frase de un solo verbo. Tengo miedo del futuro en el colectivo que tiene una sola puerta para subir y bajar. No fue así. Pero así sonaba. Entonces no me di cuenta. Pero me estabas hablando de lo mismo. El futuro era una sola puerta de ascenso y descenso. La cosa era saber elegir. Subir o bajar.

Tres: Serás lo que debas ser o si no serás abogado. Y lo aplaudían. Podés dedicarte a la arquitectura, podés dedicarte a la biología o podés dedicarte a laburar en serio. Y otra vez la risa. Si no le gusta el estudio, ya le dije, que se ponga el mameluco y me venga a ayudar al taller. A mí, a su edad, no me dieron tanto para elegir y tan mal no salí. Y era el gesto del asentimiento. Eran las reuniones familiares. Todos hablando a la vez, todos convencidos de que el grito unánime era más poderoso que la confusión. Esas reuniones de fin de año, Navidad en casa, Año nuevo de la tía y Reyes, sí, te juro que celebrábamos Reyes, en lo de la abuela. Las reuniones familiares a esa edad, a la nuestra, eran apenas un aburrido paso hasta las 12, hora liberada para los rompeportones y las cañitas voladoras. La felicidad, aprendimos de pibe, se celebra con estruendo. ¿Qué es eso de inspirar el aire nuevo del año nuevo en silencio, abrazados, con un beso largo, adorable? El nacimiento del Niño nuevo era una ristra de pólvora atada con mano propia que se salvaba de la amputación por milagro del recién llegado. El 1 de enero, ese sí que era fuerte, llegaba con botellas de vidrio verde tres cuarto como plataformas de lanzamiento de cilindros voladores que llevaban una mecha trenzada por los primos más grandes. Y los Reyes, con lo que sobrara. Explosión, estruendo, grito, ladrido de perro asustado, la felicidad al tono del estallido.

Fue en una de esas fiestas (?), quizá antes de que nosotros fuéramos a la Vigil, cuando el ruido mayor no fue de la pirotecnia. Ya sentados a la mesa, habiendo dado cuenta de los ravioles con estofado con salsa bolognesa, ya preocupados por saber si quedaba alguna otra botella de vino tinto o había que apurar el ananá fizz y la sidra, alguno del bando de los "grandes" le preguntó a alguno de "nosotros". ¿Y vos, dedo indubitable, qué vas a hacer ahora que terminás la escuela? Uno podía, en ese caso de cadalso puro, mentir y decir voy a la técnica o al bachiller con aire convencido de que se te quitaba del medio de la atención o, ser sincero, y fruncir un no sé con gesto de vergüenza. En ambos caso, ponerse colorado era inevitable. Tu prima, la más callada, la de menos atención requerida, dijo sin que el dedo de ese tío pipón y borracho se lo pidiera: voy a ser monja.

Si vos querías festejar el Año nuevo en silencio, eso que se produjo entonces debía ser el paroxismo de la celebración. La madre y el padre de la chica dijeron a los cinco minutos de haber agradecido el nacimiento del Niño que se tenían que ir. Les pedimos perdón por todo, pero nos vamos a casa. Ustedes sabrán entender. Yo no supe. Y creo que vos tampoco. La futura monja entró al auto del padre zamarreada.

Cuatro: Me lo dijiste, y ahora te leo. En tus apuntes. Este pensador trató de representar la trágica angustia de un alma consciente de hallarse condenado a ser libre. Según sus palabras, esta pavorosa libertad significa que el hombre ante todo existe, se encuentra a sí mismo, se agita en el mundo y se define después, y por lo tanto, está condenado en cada instante de su vida a la absoluta responsabilidad de renovarse. Simplemente nos encontramos existiendo, y entonces tenemos que decidir qué hemos de hacer con nosotros mismos. Como no hemos sido creados para hacer nada en concreto, ni para realizar ningún fin, cada hombre deberá buscarse un fin propio, válido solamente para él y realizar su proyecto particular, que tiene un valor meramente subjetivo. Pero por el solo hecho de tener el deseo de ser, se es libre; el sujeto elige libremente cualquier camino para definir ese proyecto original que es el deseo de ser. El hombre está condenado a ser libre, pero también se crea libremente los condicionamientos y los obstáculos cuando los proyectos previamente trazados son erróneos. De la libertad derivan varias implicaciones, por ejemplo la responsabilidad, en donde el hombre es plenamente responsable del modo de ser que va adquiriendo a lo largo de su existencia. De alguna manera la libertad resulta incómoda, debido a que hay que saber que hacer con ella, por lo tanto será la causa de una gran angustia. Puede suceder que ante este miedo a la angustia que produce una elección, tratan de engañarse a sí mismo depositando la responsabilidad sobre algo ajeno, ya sea Dios, el ambiente o la herencia; a ésto él lo denomina la mala fe y un ejemplo que da para ilustrar a este concepto es el siguiente: una muchacha está sentada con un hombre, ella sabe bien que él desearía seducirla. Pero cuando él le toma la mano, ella intenta evitar la decisión de aceptarla o rechazarla, pretendiendo no darse cuenta deja la mano como si no fue consciente de la situación. Pretende ser un objeto pasivo y no un ser consciente de que es libre y la responsabilidad queda depositada sobre el otro.

Te sigo leyendo en los mismos apuntes de la secundaria. Esos que nunca creí entender. Me río. Mientras te leo la escucho a Shakira que canta que no cree en Jean Paul Sartre. Qué tonta. No se entera que está condenada a ser libre.

Cinco: El test vocacional nos dio mal. A vos, la pintura. A mí, las artes escénicas. Menos mal que el formulario, cuando quieras verlo, aún lo conservo, no sé el porqué, menos mal que el formulario, digo, daba opciones. Altamente inclinado, era el primer rincón. Pintura y artes escénicas decían nuestras sendas inclinaciones. Con probabilidad de inclinación, venía después y, ¡qué hermoso lenguaje!, poca inclinación era la tercera línea. Después de confesarte que debías ser artista plástico, el test vocacional decía que altamente (sic) podías dedicarte a la arquitectura, paisajismo, decoración de ambientes, docencia y ciencias económicas. ¿Qué tal? Olvidate, decía la prueba, de la ingeniería y la medicina cursada por vía paterna tuya desde la copa del árbol genealógico. A mí me decía que las artes escénicas por sobre todo y luego, la abogacía, las artes elocutivas (¿cómo es posible que no me acuerdo haber preguntado qué era eso?) y la abogacía. Cero ciencias duras o exactas. Menos mal.

Entonces tomamos el 58 para volver a casa. Y también me acuerdo que nos tocó un ómnibus de los nuevos. Con puerta de ingreso adelante y de descenso detrás. Tu miedo, y el mío, estaban intactos.

Seis: Hoy encontré el resultado del test la Vigil. Y no pude reprimir mis ganas de escribirte de esto. No tuve fuerzas para seguir indignándome con la desfachatez de los que gobiernan desde hace años y creen que las consecuencias de los errores en esa locación de poder pueden excusarse diciendo "no tenés luz a pesar de que pagues la factura porque atravesamos momentos muy duros. De paso, poné el aire acondicionado a 25 grados". La vocación y el futuro fueron más fuertes que las chapas de taxis, los tartufos editados en libros desesperados al verse perder una elección y toda la cotidiana realidad que nos obnubila el verdadero deseo de ser.

Hoy sentí que valía la pena acordarme de las ganas de ser libre a la hora de las elecciones y responsables en sus consecuencias. Por si me estás leyendo para elegir carrera, actividad o cauce de vida y te contagia las ganas de pensarte. Por mí mismo, en realidad escribo por mí mismo, convencido que el recuerdo de un viejo papel de prueba vocacional encontrado es la garantía de un futuro decidido. No devengado. Sabrás disculpar.

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