rosario

Viernes, 2 de febrero de 2007

CONTRATAPA

Cambio de quincena

 Por Beatriz G. Suárez

Ayer la ciudad estuvo vacía, más que de costumbre en esta época. Algunos rosarinos aún de vacaciones, otros ya emigrados, esos dos grupos cruzados

hicieron una resta urbana y por las calles circulaba una escasa porción de su universo.

San Luis, por ejemplo, traía arena desértica en una tertulia pobre de siete de la tarde.

La ciudad sin su gente, lejos ciertas megalomanías. Sin esos señores con corbatas elevadas al cubo. También resultaba un naufragio, lo que queda en el mar luego de la madera hundida.

Ayer pareció que la Rosario vacía había echado a la gente después de, por fin, ganar una batalla, se veía el esqueleto y cada órgano, un riñón

descifrado en Corrientes y Córdoba, el corazón latiendo el plena plaza

Pringles. Parecía tendida en la mesa de un quirófano, sin la piel que le dan las personas, sus calles como venas profundas en el imperativo de tener que recorrerlas por el resto del año. Con una enfermería cuidadora que le pasaba una pasta para aliviarla de tanto peso específico, de tantísimo comercio lacerante.

Apenas La florida exhibía habitantes, una ínfima aglomeración de rosarinos en esa punta de río que no capta la temporada alta.

El Paraná no entiende el apuro de Rosario.

Un poético delirio lleva el cambio de quincena, la rutina espantosa, las vacaciones obligadas como una fina tortura de estos tiempos. Trabajadores

son figuritas inquieras en verano, cercados por una dicotomía siempre igual, la costa o las sierras.

Rosario parecía hospitalaria ayer, un boulevard Oroño a flor de piel, limpio de humo se ofrecía cual amante a los pocos transeúntes, ciclistas,

corredores, madres jóvenes con deseo en alambiques, estuvieron por abrazarlo en ese silencio de jueves y de enero.

Entre el treinta y uno y el uno se tejió una nada que a la sazón oficiaba de guía, sabíamos que en algún lugar del mundo un rosarino tronaría por lo dejado, su cama, sus razones sometidas al diario del invierno. La ciudad descansaba de perfumes y polvos.

Qué lindo fue creer en un cielo de libres. En que todo podría permanecer así, que la naturaleza densa de Rosario podría devenir semirrural;

tranquilidad, estanque, pocos perros también, y un Olimpo de paz

intransmisible.

Todas las moléculas de bocinazos, restos de gritos y semáforos ayer

disminuyeron y, con el alma en un hilo, me animé a ponerme alegre por ese

colorido de la ausencia.

El árbol genealógico de esta ciudad tiene padres aglomerados, tíos en

embotellamiento, abuelos haciendo cola desde siempre.

Pero apareció este pariente anual, este hijo no reconocido que sin embargo permite respirar la arquitectura y disfrutarla como a la letra de un tango, arrancar aromas vegetales después de tanto Fiat y marca registrada. Caminarla observando su cuerpo. Hermoso. Legendario.

Sus huesos como papeles municipales donde poder escribirle cartas.

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