rosario

Sábado, 24 de marzo de 2007

CONTRATAPA

Vísperas

 Por Beatriz G. Suárez *

"En todo caso, yo era demasiado joven. Hay libros a los que no hay que atreverse hasta no haber cumplido los cuarenta años. Se corre el riesgo, antes de haber alcanzado esa edad, de desconocer la existencia de grandes fronteras naturales que separan, de persona a persona, de siglo a siglo, la infinita variedad de los seres; o por el contrario, de dar demasiada importancia a las simples divisiones administrativas, a los puestos de aduana o a las garitas de los guardias. Me hicieron falta esos años para aprender a calcular exactamente las distancias entre el emperador y yo."

Margarite Yourcenar. "Memorias de Adriano".


¿Qué habré hecho el 23 de marzo de 1976? Me habré acostado esa noche sin siquiera intuir el tremendo ayuno que nos esperaba.

Tenía trece años, hacía poco la escuela secundaria me había incluido en primer año. Nunca jamás me perdono no recordar exactamente esa noche y las primeras horas del día.

Tal vez soñé algo, construí un hombre o dejé de creer en una historia hecha también para mí.

Esa noche había 30 mil más, era la de los últimos hombres libres. Soñé que la verdad no es pura. Me envolvió el fuego de los trece y la carpeta de Castellano mientras la instrucción cívica quedaba superviviente.

No me disculpo no saber, no haber entendido la importancia de ese día, de la previa, el recoveco del minuto simple o ese inexorable porvenir de espanto basado en eliminar sustancia humana, huesos, epidermis, creyendo que con ello se exterminaba además la valentía. Moler vena y vientre, pulmón o kilos de clavículas pensando que así se derretían convicciones o el agua madre de todas las ideas.

Habré dormido con mi hermana en el cuarto perfecto donde empezaba a enfermar mi corazón de un inasible amor. En esa habitación que era una patria para mí.

Una generación apenas posterior a la mía tembló. Juanes, Marcelos, Jorges, Silvias, Anamarías, Robertos. Un vértigo de Franciscos eliminados. El nombre desaparecido.

¿Qué habrá sido de mí en la última luna cuando el toque de los hechos inundó el otoño?

Ese marzo me desespera antes del veinticuatro, como un cantor que no canta o un médico que no medica o un escultor que no lograra tallar el duro mármol.

Evalúo mi vida dejando sábanas de niña, tal vez para proteger mi exacto peso de mujer en el medio de tanta dictadura.

Siempre pienso esa noche. Los músculos aún intactos. Había gente precisa en los panfletos.

Después, entre sutiles adversarios, no pude ahorrar sangre ni crecer de repente.

Solo hacer un trozo de palabras, eso. Escribir este diario, poder arrepentirme o estallar, decir que mis días también están contados.

Aquél veintitrés de marzo se disimuló la muerte, quedaba en el ropero de la pieza, entre una alegría beatle y el flotar de los cuerpos.

El río de la Plata. La realidad contradictoria. La plaza de Wheelwright diferente e idéntica a la de Mayo. Mi familia de políticos, mi pasado. Mi último paraíso.

Cuando pienso en esa noche se me aparece una tristeza como la que sobreviene en un museo luego del cierre. Todo quieto. Todo limpio. Y el vaho de aliento de hipótesis indefendibles.

Me da rabia no acordarme del futuro que venía. De que cuando dieran las ocho o las nueve el peligro haría volar helicópteros.

De no recordarme a mí y sí a los otros.

De que la edad no me concediera la posibilidad de irme con algunos.

Hasta de seguir aferrada a la vida. Hoy. Aquí. Luego de treinta y un años.

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