rosario

Domingo, 10 de junio de 2007

CONTRATAPA

Entre la oscuridad y la luz

 Por Luis Novaresio

Yo he venido de la tierra de Babilonia para lanzar un llamado al mundo (Manes, Filósofo)

Uno: Me cansé de la campaña maniquea. Eso me dijiste. Apenas si levanté la cabeza del diario del domingo entibiado por el humo de la taza de café caliente y quise corregirte. Te cansaste de la campaña. Y punto. Te cansaste de estar a poco más de tres semanas de la interna, a cuatro meses de las provinciales y a cinco de la nacional y no escuchar, en serio, algo distinto a la chicana personal de los políticos. Silencio. Te dije que me cansé de la campaña maniquea y de eso me cansé.

Me cansé de los que creen que no tener luz es hacer proselitismo por la oposición, me cansé de los que dicen traer aire puro y no desactivan la patota de la universidad porque el mal está enfrente. Me cansé de ellos. De los que se creen que son el bien y que enfrentan al mal. Pero sobre todo, me harté de los que creen, maniqueos, que nosotros les creemos.

Dos: Luego de unos pocas decenas de años desde el nacimiento de Cristo comenzaron a aparecer los filósofos gnósticos religiosos. Vamos mal, pensaste, en plena clase, quinta hora de jueves para más datos. Estudiar filosofía en la escuela secundaria fue siempre un despropósito, me seguís diciendo mientras hacemos memoria de aquellos intentos del pobre profe de quinto año que intentaba que alguien se ocupara de los griegos, Kant o Descartes. El tipo dale que dale con conocimiento, metafísica y moral mientras nosotros contábamos la cantidad de bonos vendidos para la pollada. ¿Cómo qué pollada? Barilooooooo...Bariloche. Por eso te digo, me dijiste, a quién le importa la filosofía gnóstica religiosa de principios de milenio recontrapasado con la necesidad hormonal a estallido vivo de un adolescente de dieciocho. En fin. El tipo persistía con la ironía socrática, las golondrinas de Aristóteles, el mundo de las ideas en donde reside ese concepto de amor que nunca vas a encontrar y los primero gnósticos religiosos. Dejame que haga un paréntesis para que te demuestre que ese hombre anciano, sabio, hoy me doy cuenta, al final, algo sembró en nosotros. Yo fui testigo cuando te firmé como testigo de tu divorcio y vos me decías que nunca imaginaste que el amor fuera una quimera tan breve, con todo lo que habían dicho podían soñar juntos, con todas las primeras noches de pasión y compartir. Era lo ideal, me dijiste, mientras la abogada te decía que te iban a citar para la primera audiencia. Era platónico, te dije, recordando las enseñanzas del viejo filósofo que trataba de explicar que Platón creía en un mundo de las cosas, este banco, esta computadora, este pedazo de pastafrola y el mundo de las ideas. En este último vivían las nociones no tangibles del banco, la computadora, de todo. Era como un mundo en donde habitaba la pastrafroleidad de la pastafrola y no este membrillo dulce que empalaga. Sirvió la filosofía, ¿no?

No. La filosofía, no sirve para nada, insistís otra vez. Hacia el principio de los años 200 nació en Persia el pensador Manes. Manú, Maní o Mano para otros, según las traducciones. Persia es Irán, decía el viejo sabio, y buscaba alguna complicidad con la historia del Sha y Farah Diva. Nadie sabía nada de nada de eso. Bariloooooo...El seguía. Manes creía que todo podía explicarse por la presencia de dos fuerzas que se enfrentaban permanentemente. El bien y el mal regían el universo. Manes creía en la posibilidad de explicar todo siguiendo las ideas de la divinidad y de lo demoníaco. El bien es la luz. El mal, la tiniebla. Silencio. Bajito, con una barba de prócer portugués, ya blanca, sabía revolear sus ojos y hacer silencios. A mí me seducía escucharlo, te lo tengo que confesar. No me odies. A los dieciocho daba pudor reconocer que te interesaba la historia de la filosofía. A los cuarenta, para algunos, da pudor no haber aprovechado aquel tiempo para bucear en ideas de otros, pensamientos distintos. Y esos tiempos, de verdad, no vuelven.

La luz del sol entraba por la ventana del aula. Yo pude ver el bien de Manes y del profe de Filosofía. El reino de la luz tenía, claro, un rey. Rey del paraíso de la luz. Padre de la Grandeza. O simplemente, Dios. Ese mundo está expresado en cinco atributos. ¿Podés creer que me acuerdo de esto? La memoria me sigue sorprendiendo más que la desmemoria. Se olvida menos de lo que se cree. En el reino de luz viven la razón, el pensamiento, la intuición, especulación y reflexión. Enfrente, en el otro polo, estaba el reino de las tinieblas. Acechando a la luz, rodeándolo, los demonios de este reino usan el humo, fuego, viento, agua y tinieblas. Son las armas del mal para oscurecer la luz. ¿Será que este tipo, Manes, digo, explicaría al huracán Katrina o al hambre en este reino del mal? ¿O sería el presidente de una nación que invade, mata, miente es la tiniebla?

Todo, decía Cristóbal, maestro de nuestra filosofía secundaria es la pelea del bien y del mal. De la luz y de la oscuridad. Entonces, el maestro ponía el tono de que iba a contar un cuento. Allí, ahora me doy cuenta, estaba su secreto. Quien sabe contar un cuento, sea el de antes de dormirte, el de un país, el de la misma historia de la historia, es que el sabe enseñar. Nada puede ser tan inasible, incomprensible, como para no transformarlo en cuento. Nos han contado tanto cuento, me decís con deprecio. Y yo no te hablo de esas chapucerías, de esos versos sin poesía. Te hablo del relato que nace para atrapar y muere con su presa rendida. Manes creía, decía nuestro Cristóbal, que cconducidos por su agitación inherente, la horda de las tinieblas llega al borde del reino de la luz y comienza, llena de celos, a pelear contra él. Los celos. La oscuridad, cela a la luminosidad. Mi ignorancia, te lo juro, cela esa luz del maestro para saber ese cuento y saber decirlo así.

Esta es la ocasión para la segunda etapa: la de la mezcla de los dos principios. Y la pelea para que venza uno u otro. El profesor ya casi arengaba. Porque no hay empate, no hay tercera opción. Es local o Visitante. Éramos del tiempo del Prode, disculpame el gesto de vejez. Manú funda su Iglesia, recibe a los fieles y vomita a los herejes. No hay lugar para los grises. Ser maniqueísta era ser blanco, elegido, justo, racional. Los otros, negro.

Bien y mal. Blanco y negro. Primitivo, total. Y sin embargo, decía Cristóbal, hace nacer el germen de lo femenino dentro de la luz y de la ecología por su extremo respeto a todo animal o vegetal creado por el Rey del Paraíso.

El cuerpo del hombre, su alma es luz. Sus miserias, las sombras. El padre de la luminosidad, Dios, insistía el Profe, enseñaba el camino para la liberación que el mismo Manes imaginaba con poesía y creatividad como la cópula de la inteligencia con la tiniebla, derramando un semen que germinaba mejor luz si el razonamiento era más fuerte. La simiente sería oscura si los vientos, el fuego demoníaco, eran mejores. Yo recuerdo cuando Rogelio, uniforme ya firmado por todos como recuerdo del quinto B, turno mañana, dijo: al final el Manes este era como los griegos de Sócrates. Todos fumados. Y la carcajada. La trasgresión del silencio filosófico era motivo de risa. Cristóbal dijo. Para entrar en el éxtasis de las drogas o en la ironía del humor es imprescindible prescindir de la idiotez, alumno. Caso contrario no lucirá como enajenado o gracioso. Apenas será un bobo. Blanco y negro.

Tres: Creerse el bien es mesiánico. Creer que uno puede hacer algo bien, tender a algo mejor, es maravilloso. Y allí está la diferencia. No se me escapa, me dijiste, que en estas pampas se sembró con gran cosecha el virus de explotar la indignidad sin límites. Que vale más un voto que un pibe pobre, por decírtelo sin demasiado alambique. Pero el que no tiene luz no está votando contra nadie. Quiere luz. Así de sencillo. Como la quiere en funcionario que se ofusca pensando en campañas sucias, iluminado por una luz que él sí, el funcionario, tiene. Como quien pide cambios ante lo que evidentemente está mal, propone un cielo futuro despejado, y no se espanta por una Universidad con sus partidarios jugando a los patovicas y al apriete.

Manes fue hace un tiempo. Oscuridad y luz, aún persisten.

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