rosario

Martes, 29 de marzo de 2011

CORREO

La banalidad de la alegría

Sonríen, los tres, cada vez que alguien dice "un gobierno no puede tomar la bandera de los Derechos Humanos". Sonríen siempre que se dice eso. Y no es casualidad que sean estos tres. Siempre. Porque si acaso quien lo dice tiene razón, si acierta, es que habrían logrado su objetivo en los hechos. Y si la realidad desmiente a quien dice eso, también sonríen: porque saben que han hecho carne sus objetivos en un modo de ver subjetivo generalizado. Han logrado que eso se crea, naturalizando la creencia. Y lo mismo vale para "la política es sucia", "los gremialistas son todos corruptos", "el Estado no sirve" y para tantas otras. Hay muchos pasos dados, para que estos tres dejen de sonreír. Pero siguen teniendo, aun, con todos los pasos dados, motivos para sonreír. Y proveedores de sonrisas. Y nuestra alegría tendrá -ojalá- la consistencia que sólo la conciencia de la sonrisa de estos le puede dar. Si no... la banalidad la va a amenazar. Porque la banalidad, y la banalidad de la alegría muy especialmente, es quizás el eje central de la hegemonía de aquellos que continúan la obra de esta trinidad sonriente. Y acá acaba la reflexión y acaso empieza la tarea.

Cualquiera que diga lo de más arriba, y todas sus variantes, tiene que saber - y tenemos que acompañar a que comprenda- que, no importando si tiene razón o no, está generando esas sonrisas. La sonrisa de estos tres. Perpetuándola. Hay mucho hecho. Pero también mucho por hacer. La celebración de los logros vale en sí misma. Con todos sus límites. Por los límites mismos es que hay que celebrarlos. Y lo vamos a hacer.

Pero esa celebración puede ser también alimento y combustible para una tarea en la que todavía tenemos mucho por andar. Aunque lo sabemos, probablemente igual valga recordárnoslo.

Néstor Borri

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