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Domingo, 20 de octubre de 2013

SOCIEDAD › DESDE LA PERSPECTIVA DE LA MEMORIA, OTRA FORMA DE CELEBRAR EL DíA DE LA MADRE.

Abrazos que esperaron tres décadas

El reencuentro del personal de la Maternidad Martin que trabajó en la época del terrorismo de Estado y las parturientas secuestradas y detenidas en poder de Feced despertó relatos dormidos dentro del viejo edificio de Rioja y Moreno.

 Por Luis Bastús

En el medio de una semana dominada por la investigación del atentado al gobernador, la detención de policías vinculados al narcotráfico, la campaña electoral y el clásico, se produjo un encuentro que tardó más de tres décadas y que reinstaló las atrocidades del terrorismo de Estado desde la perspectiva del Día de la Madre. El miércoles volvieron a verse las prisioneras de Feced con el personal de la Maternidad Martin que las ayudó a parir durante aquel cautiverio. Un homenaje a valientes gestos humanitarios en medio de una atmósfera de muerte. El encuentro fue organizado por el Instituto Municipal de la Mujer y el Museo de la Memoria, y lo que sigue es el recuerdo de algunos de aquellos protagonistas que se dieron cita en las puertas de la vieja Maternidad.

Marta Bertolino, ex detenida desaparecida en el Servicio de Informaciones de Jefatura (SI), ensayó una explicación acerca del tiempo que demoró este reencuentro. "Forma parte de las fracturas que la dictadura generó en nuestra sociedad. En Rosario fuimos diez quizás las mujeres que parimos en cautiverio. Algunas lo hicieron antes del golpe, en la época represiva del gobierno constitucional", dijo. La capturaron junto con su esposo, aún desaparecido, Oscar Manzur, en agosto del '76, en España al 300. Tenía 23 años. Su embarazo, 8 meses. "Nos llevaron al SI y parí 25 días después. Decidieron que tuviera a mi hija para poder torturarme mejor. Entonces me trajeron a la Martin con la advertencia de que el bebé iba a ser desaparecido. Con esa dulce despedida vine a hacer trabajo de parto. Estaba muy delgada, no había comido casi durante un mes y había perdido mucha sangre. Atada de pies y manos en una pieza del segundo piso, con ventana tapialada, hice mi trabajo de parto. En un momento, cambió la guardia y el médico que entró, supe mucho después, era el doctor Zanuttini, que me vio y se dio cuenta que así no iba a dilatar jamás. Y ordenó trasladarme a la sala. Había diez o doce policías armados que iban a meterse en la sala de parto y el médico lo impidió con su cuerpo y puso llave. La partera me dijo "Ahora sí, parí tranquila que la policía no está". Pude parir gracias a ellos, y además les conté que estaba desaparecida. Así nació mi hija Alejandra. Después, una mucama, cuyo nombre no lo se, se acercó a mi cama, disimulando porque al costado estaban los policías, y me pidió un teléfono. Ella avisó a mi familia, y gracias a eso mis padres y mi hermano estuvieron haciendo guardia afuera. Yo gritaba de dolor porque tenía una terrible infección por la tortura y un médico subrepticiamente me alcanzó unos óvulos pese a que se lo habían prohibido. Fueron gestos que jamás olvidé, gente que se la jugó. Buscar a estos médicos y enfermeras sirve para contrapesar la idea extendida de que la sociedad fue cómplice de la dictadura. También hubo gente que se la jugó, con gestos tan anónimos como estas anécdotas que relato".

Edgar Zanuttini hoy es jefe de Ecografía en la Martin, y en 1976 era jefe de Guardia. "Nos traían las detenidas esposadas, y acá les hacíamos quitar las esposas y las llevábamos a sala de parto, pero a los policías los hacíamos quedar afuera, para que ellas pudieran dar a luz en condiciones lo más humanas posible --narró el obstetra--. No pensábamos en las consecuencias, uno actuaba como médico poniendo límites a la pretensión de invadir la privacidad de la mujer en un momento tan importante como el parto. Fue una época difícil, luego pensar en esas mujeres privadas de su libertad, algunas que ni figuraban como detenidas. Recuerdo los soldados en la terraza del edificio, que gritaban 'Alto' y había que pararse y levantar las manos aunque uno iba a trabajar. En aquel momento desconocíamos la identidad de las pacientes, por lo que este reencuentro fue emocionante".

Lidia Sáenz de Vicuña hacía sus primeros pasos como obstetra cuando recibió por primera vez a una paciente esposada y en un estado calamitoso, flanqueada por soldados "con unos fusiles que me parecían enormes". "Lo llamé al doctor Belizán, que vino y sacó un vozarrón para ordenarles que les saquen las esposas. Y los soldados lo hicieron. Y cuando quisieron meterse a la sala de partos, Belizán los atajó. Después se pusieron locos cuando se dieron cuenta que habíamos anotado a la criatura en el libro".

Lucrecia Dellepiane era una de las trabajadoras sociales. "No podíamos decir ni contar nada, porque todas estábamos controladas. Una vez me asomé a una habitación y sentí algo en la espalda: me di vuelta y era un fusil. Cuando bajaban a una paciente del segundo piso a la sala de parto, esposada, a nosotras nos metían en una sala grande y no podíamos mirar nada. Nunca nos habíamos encontrado, porque tampoco sabíamos quiénes habían estado. No sabíamos las identidades de esas mujeres".

Su compañera, Hebe Fernández, recordó: "Cuando la morgue estaba acá, la policía sacaba los cajones con la gente que mataban y los ponían acá en la calle. A nosotras nos palpaban de armas al entrar a trabajar y al salir. Una compañera enfermera, por alcanzar una birome, la chuparon en la esquina y estuvo desaparecida por unos cuantos días. Cuando la soltaron, vino y renunció. Las madres venían y nos preguntaban, nos decían que tenían sus hijos desaparecidos, que en la Jefatura las echaban. Qué íbamos a decir, si no nos dejaban saber los nombres de quienes venían a parir. A la jefa del Registro Civil no la dejaban pasar para anotar las criaturas. Era un clima terrible para trabajar".

Teresita Marcciani, igual que sus hermanas Gladys y Luisa (Tita), era obrera del frigorífico Swift. Las tres estaban embarazadas cuando las secuestraron. "Tita falleció por falta de atención en cautiverio. El bebé también estaba muerto. Gladys y yo pudimos sobrevivir. El pediatra era un chico joven, amoroso. Ya me querían llevar de nuevo a Jefatura cuando él se empecinó en que nos quedáramos más tiempo porque mi hijo estaba amarillito. Y cuando me llevaron, me dijo 'Que le vaya bien señora, que tenga mucha suerte', y a los milicos ese trato no les gustó nada. Cuando volví al sótano volvieron a torturarme", recordó.

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El obstetra Edgar Zanuttini, con Marta Bertolino y Alejandra, la beba que ayudó a nacer.
Imagen: Andrés Macera.
 
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