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Jueves, 28 de junio de 2012

PSICOLOGíA › SOBRE EL NECESARIO DIáLOGO ENTRE DOCENTES Y PSICOANALISTAS

Por la subjetividad del niño

Con el auge de los trastornos y déficits de la conducta, la atención o la inteligencia, y las soluciones normalizadoras, se habilita un llamado a preguntarse por la subjetivación de los chicos en las aulas, e interrogar al síntoma.

 Por Graciela Giraldi*

Hace algunos años, muchos de los malestares que padecían los niños en su vida escolar encontraban soluciones de la mano del docente que conducía el aprendizaje. Así, cuando un alumno no prestaba atención en clase, su maestra se las ingeniaba para descolgarlo de la luna de Valencia y alojarlo en la vida del aula. Del mismo modo, cuando la agitación del cuerpo en otro alumno lo llevaba a incurrir en algún desborde de conducta en contra de las normas escolares, la palabra del maestro y la imposición de límites provocaban una pacificación en el niño.

Pero, si algún alumno no podía dejar de enredarse en la luna de Valencia o en la agitación de su cuerpo, vale decir que caía siempre en la repetición de lo mismo, el docente entendía que ese niño sufría de un síntoma y necesitaba de otro tipo de ayuda que él no podía brindar pues lo excedía en su saber pedagógico. Entonces, alertaba a sus padres sobre ello para que buscaran ayuda profesional.

Muchas veces, cuando los psicoanalistas conversamos con los docentes nos preguntamos si hoy ya no existen estos síntomas o bien se manifiestan de otra manera.

Y, en la misma perspectiva, nos interrogamos acerca de por qué ya no se habla de problemáticas subjetivas en la experiencia del aprendizaje escolar sino de trastornos y déficits de la conducta, la atención, la inteligencia.

Etimológicamente se considera trastorno, déficit, o disfunción en relación a la alteración de un funcionamiento ideal, aquello que se aleja de un parámetro o bien no encaja con la medida pre﷓establecida.

La sigla ADHD, por ejemplo, condensa las palabras disfunción y déficit de la atención y la hiperactividad.

El problema es que cuando se dice que un niño tiene ADHD, no se lo está diagnosticando sino que se lo está etiquetando. En esa vía no interesa lo que le pasa a tal niño, en la medida que no se le da lugar a su palabra.

Cae por su peso que cuando no queremos saber nada de la subjetividad de los niños etiquetamos, entrando a la antesala de las soluciones que brinda el mercado de la salud mental para todos por igual. Y los trastornados de la conducta y la atención recibirán como castigo la orden de consumir la pastillita mágica o de someterse a las psicoterapias re﷓educativas.

Por el contrario, desde la perspectiva psicoanalítica leemos que la fiebre evaluativa es uno de los males de nuestra época, donde el mercado actual termina introduciendo un estilo de vida en el que se evalúa, se clasifica y se medica a los niños que presentan dificultades en su aprendizaje escolar bajo el sueño de que a nuestros niños podríamos sincronizarlos como a las máquinas. Bajo ese mito: No más niños traviesos, ni inquietos, ni imaginativos, ni problematizados.

Ahora: ¿Dejaremos a los niños en manos de los intereses del mercado?.

¿Nos quedamos de brazos cruzados, mirando para otro lado o nos valemos de los principios éticos que avalan nuestro acto como psicoanalistas y o educadores?

Los practicantes del psicoanálisis seguimos presentando combate, en tanto compartimos con los educadores la convicción de la necesariedad de alojar la subjetividad de niños y jóvenes y eso no se puede lograr sin leer los síntomas desde el caso por caso y en cada situación institucional.

Sintomatizar implica apostar a la subjetivación, a través de dar la palabra al sufriente y a quienes se interrogan sobre una problemática escolar, porque descifrando y desanudando al síntoma se hace lugar a la invención de un nuevo lazo con el mismo, diferente a la mortificación y la victimización.

*Miembro EOL Rosario, de la AMP y de ERINDA (Espacio Rosarino de Investigación del Niño en el Discurso Analítico).

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Cómo se expresan y quién escucha los síntomas en el aula es una pregunta que hacen los psicoanalistas.
Imagen: Alberto Gentilcore.
 
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