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Jueves, 27 de diciembre de 2012

PSICOLOGíA › EL VALOR DEL DUELO COMO POSIBILITADOR DE LA BúSQUEDA DEL DESEO PROPIO

En busca del objeto de deseo perdido

Más que el placer, es el dolor el factor en torno al cual un
sujeto alcanza la dignidad de la identidad. El duelo está en
los albores de la constitución subjetiva del ser hablante.

 Por Sergio Zabalza*

Es curioso, el sentido común indica que la palabra duelo remite a un final, por lo general asociado a la muerte. Sin embargo, desde la perspectiva psicoanalítica, el duelo está en los albores de la constitución subjetiva del ser hablante: sus consecuencias sellan, determinan y orientan el deseo de una persona, su capacidad de amar y la condición erótica que agita la elección sexual.

Porque más que el placer, es el dolor el factor en torno al cual un sujeto alcanza la dignidad de la identidad. La poesía viene en nuestra ayuda. "Me gusta cuando callas porque estás como ausente", es uno de los versos más logrados de la literatura universal ¿Por qué su natural y fluida tonalidad logra tan envolvente empatía?

De lo que se trata es que, con sencillez tan solo aparente, el poeta logra transmitir el rasgo distintivo del deseo humano, a saber:

el objeto sólo se constituye en tanto perdido, se hace único por su ausencia. No otra cosa busca el lactante cuando llora hasta que la madre acude, para luego así despedirla berrido de por medio. En ese ritmo de presencias y ausencias se tramita, tal como dice Freud, "algo impresionante" más allá del principio de placer: el desprendimiento del objeto.

Es notable que para dar cuenta de esta capital articulación entre duelo y deseo que se da cita en el ámbito íntimo y reservado del hogar, Lacan apele a un escenario público y universal: el Hamlet de Shakespeare. En efecto, dice allí que no se trata del deseo por la madre sino del deseo de la madre.

Sutil pero decisiva observación, por cuanto basta que el Otro --en este caso la madre-﷓ no tolere la separación que supone dejar al niño en soledad, para que se desencadenen todo tipo de inhibiciones o catástrofes subjetivas. Una paciente recién separada de su pareja solía venir a mi consultorio con su hija de casi tres años y --mientras le daba la teta-﷓ se quejaba porque la niña no hablaba. No hay necesidad de mucho cavilar para convenir que la nena se hacía cargo de la angustia de la madre. Detrás de los duelos patológicos siempre hay un amor mal avenido o poco generoso. Detrás de los actings adolescentes siempre hay un adulto o autoridad que no sabe o no quiere brindar un lugar.

La conclusión es la siguiente: la tramitación psíquica por la pérdida del objeto se hace en el lugar del Otro, si éste no colabora no hay duelo posible. Por eso Hamlet enloquece al constatar que su madre no hace un espacio, una escansión o un intervalo para tramitar la muerte del marido, que también era el padre de su hijo.

De esta manera, el duelo constituye una perspectiva privilegiada para visualizar los efectos de la división subjetiva que el lenguaje impone al ser hablante. Tomemos por caso ese paciente de Freud, torturado de dolor porque su padre, muerto recientemente, se le aparecía en sueños y le dirigía la palabra sin saber que ya había fallecido

Dice Freud: "El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía. Pero él se sentía en extremo adolorido por el hecho de que el padre estuviese muerto, sólo que no sabía".

Cabe preguntarse en esta escena cuál es la raíz del dolor psíquico que trae la producción onírica: ¿se trata del sufrimiento por este padre que muere o más bien la problemática reside en que él (el padre: el Otro, en este caso) no lo sabía? Porque si el autor del sueño es el soñante --en este caso, el hijo--, entonces se trata del lugar del Otro en el sujeto mismo.

Por otra parte, contra toda lógica que se ampare en el sentido común, Fiesta y Duelo son vocablos distantes tan solo en apariencia. El primero remite a una celebración, una ocasión de dicha y derroche. Por el contrario, el segundo evoca el dolor de una pérdida --junto con su correspondiente saga de culpa y tristeza-- aunque, también, la constatación de una confrontación grave y definitiva.

Quizás nos sirva de guía recordar que el uso lingüístico marca que los pactos se celebran. De hecho, la antropología revela que la institución de la fiesta consiste en el reconocimiento de una deuda con un orden superior. Así lo atestiguaba la ceremonia del potlash con que algunas etnias del Norte de América sacrificaban una parte de sus bienes a manera de ofrenda a sus dioses.

Pero además, toda la experiencia clínica nos indica que dicha y dolor están indisolublemente ligados entre sí. Basta recordar las imágenes de Tierra de Sombras, aquella película de Richard Attenborough cuyo protagonista no toleraba que, durante los momentos de dicha, su amada hablara de la enfermedad terminal que la acechaba.

"Aquello es parte de esto", era el sabio y oportuno comentario de la mujer, como si ese límite fuera condición para la dicha que los embargaba en esos momentos.

*Psicoanalista. Hospital Alvarez, Buenos Aires.

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Al llorar, el lactante convoca a la madre y tramita su ausencia.
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