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Jueves, 12 de diciembre de 2013

PSICOLOGíA › DEL CORDOBAZO A LOS SUCESOS VIOLENTOS DE LA SEMANA PASADA EN CóRDOBA

Un real sin nombre ni límite

Ninguno de los manifestantes de mayo de 1969 tocó un papel. Eran miles, pero nadie tocó ni la hojita de un árbol para llevarse a la casa. Otro era el motivo. Otra era la ética. La desafortunada comparación con los saqueos provoca angustia.

 Por Rosa Edith Yurevich*

"Lo real en cuestión tiene el valor de lo que se llama generalmente un traumatismo. Hablo de lo real como lo imposible en la medida en que creo justamente que lo real, lo real es, debo decirlo, sin ley. El verdadero real implica la ausencia de ley. Lo real no tiene orden". Jacques Lacan.

Era una espléndida mañana de mayo por 1969. No existían las redes sociales. Ello no nos aislaba entre nosotros. Cada uno pertenecía a una agrupación de donde provenían sus raíces políticas, aquellas que, por distintas razones, cada uno sostenía a modo de ideal.

Tres agrupaciones universitarias que conformaban por ese entonces el panorama universitario: Integralismo, Franja Morada y la FUC, cada uno convocó a todos los estudiantes a las puertas de la ciudad Universitaria, por ese entonces un claro descampado.

Al mismo tiempo los obreros saldrían de las fábricas y de sus sindicatos: Agustín Tosco. Era el hombre más honesto y sencillo que conocíamos los estudiantes. René Salamanca, Elpidio Torres, Atilio López. Peronistas, radicales, socialistas.

Ese día sentíamos que pasaría a la historia. Una vieja antinomia sostenida por años, caería. En mi infancia el grito se había convertido en: "alpargatas sí, libros, no".

Ese día, luminoso, acabaría con esa consigna perimida y obsoleta. Por qué no estaríamos unidos todos los que padecíamos una fuerte dictadura? La consigna sería esta vez: "el pueblo unido, jamás será vencido!"

Tres años antes, un 28 de junio de 1966, nos despertó una música que ya no deseábamos escuchar nunca más. La trompeta del ejército nos anunciaba por el decreto N 1 que el Presidente Ilia había sido obligado a retirarse de su cargo.

Ese mismo día, los estudiantes salimos a la calle. Eramos aún ingenuos. Obispo Trejo y 27 de abril fue el lugar de la concentración y la desconcentración. Vimos llegar a la caballería, mientras estábamos sentados en la calle en protesta contra el golpe de estado. Pensamos que si cantábamos el himno se detendrían. Así que empezamos a entonar las primeras estrofas. Eso pareció enfurecerlos aún más y cargaron contra nosotros. Alguien, hasta el día de hoy no sé quien ha sido, me protegió de los sablazos, recibiéndolos él, mientras sólo recuerdo la cara del caballo muy cerca de la mía. Me tiraron dentro de un almacén donde ahora está El Ruedo. Quedé ahí hasta que pude volver a mi casa. Fue el preludio de lo que vendría después. Salir todos los días, correr, evitar los golpes, evitar la "cana" hasta un oscuro día de setiembre al frente de Cinerama, un policía baleaba y mataba a un estudiante: Santiago Pampillón. Golpe duro.

Tres años después la lucha no había concluido, todo lo contrario, pero ese día del 29 de mayo, pasaría a la historia como el Cordobazo. Entusiastas jóvenes y entusiastas obreros, lucharíamos sin armas contra la dictadura de Onganía.

Pronto las columnas llegaron a lo que era la vieja Plaza Vélez Sarsfield, no había fuente ni shopping. Allí nos estaban esperando, la policía cargó, un disparo se escuchó. Nadie veía nada, pero empezamos a correr para todos lados, un obrero﷓estudiante había caído esta vez: Máximo Mena.

Nuestras armas, las canicas de colores de los chicos para que los caballos resbalasen, los "miguelitos" para "pinchar" las gomas de los colectivos de donde bajaban los policías. Ellos disparaban pero esta vez, había algo más que nos sostenía, no les sería tan fácil. El gobierno dio la orden al ejército de que ingresara a Córdoba. A las 5 de la tarde llegarían los tanques. Nadie se amilanó. Simplemente dejamos las calles desiertas. Subimos a las azoteas de los edificios y golpeábamos cacerolas. Tal vez hayan sido los primeros cacerolazos.

Se quemaron cubiertas, algunos más audaces rompieron lugares emblemáticos de lo que llamábamos "el imperialismo yanquee": Xerox, IICANA y un lugar de concesionaria de autos.

Ninguno de nosotros tocó ni un papel. Eramos muchos, cientos, nadie tocó ni la hojita de un árbol para llevarse a la casa. Otro era el motivo. Otra la ética que nos sostenía. Tres días tardaron en reprimirnos.

Ese acto, tenía un horizonte ético y épico: acabar con la dictadura de Onganía. "Nunca más", decíamos. No ha sido así.

Tal como lo dice Jean-Claude Milner, las paradojas del límite y del sin-límite.

La violencia es un hilo de Ariadna que atraviesa nuestra historia argentina, cuando las garantías constitucionales fallan. En el límite encontramos la ética. En el sin-límite encontramos el caos, el horror.

Cuarenta y cuatro años después nos encontrábamos en la misma ciudad pero esta vez, sin﷓límites. Tierra de nadie. La ciudad de la vergüenza. Robos, saqueos, civiles armados, palos, golpes, contra qué?, contra quién? El horizonte de matar siempre como posible. Malones de la furia, represores con furia, ciudadanos contra ciudadanos. Fuera-de﷓la﷓política, pero en el corazón más íntimo de la política, como continúa diciendo Milner, a falta de hablarse, surge la forma de lo que en ninguna lengua tiene nombre: un real sin nombre. Una pregunta. Cómo fue que llegamos a este punto? La congoja en el alma, la angustia tomando el cuerpo.

*Psicoanalista. Miembro EOL Córdoba.

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El horizonte de matar siempre aparece como posible en el sin-límite del caos y el horror.
 
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