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Jueves, 25 de febrero de 2016

PSICOLOGíA › ¿CóMO INTERPRETAR AL NIñO Y AL ADOLESCENTE HOY DESDE EL PSICOANáLISIS?

Para darle lugar a la subjetividad

La evaluación de trastornos en los niños
y su medicalización los etiquetan, al
servicio de los intereses del mercado.

 Por Graciela Giraldi*

Hace algunos años, muchos de los malestares que padecían los niños en su vida escolar encontraban soluciones de la mano del docente que conducía el aprendizaje. Así, cuando un alumno no prestaba atención en clase su maestra se las ingeniaba para descolgarlo de la luna de Valencia y alojarlo en la vida del aula.

Del mismo modo, cuando otro alumno manifestaba agitación del cuerpo en el sentido de que incurría en algún desborde de conducta en contra de las normas escolares, la palabra del maestro y la imposición de límites provocaban una pacificación en el niño.

Pero si algún alumno no podía dejar de enredarse en la luna de Valencia o en la agitación de su cuerpo, vale decir que caía siempre en la repetición de lo mismo, el docente entendía que ese niño sufría de un síntoma y necesitaba de otro tipo de ayuda que él no podía brindar pues lo excedía en su saber pedagógico. Entonces, alertaba a sus padres sobre ello para que buscaran ayuda profesional.

Muchas veces, cuando los psicoanalistas conversamos con los docentes nos preguntamos si hoy ya no existen estos síntomas o bien se manifiestan de otra manera. Y, en la misma perspectiva, nos interrogamos acerca de por qué ya no se habla de problemáticas subjetivas en la experiencia del aprendizaje escolar sino de trastornos y déficits de la conducta, la atención, la inteligencia.

Etimológicamente se considera trastorno, déficit o disfunción, en relación a la alteración de un funcionamiento ideal, aquello que se aleja de un parámetro o bien no encaja con la medida pre﷓establecida. La sigla ADHD, por ejemplo, condensa las palabras disfunción y déficit de la atención y la hiperactividad.

El problema es que cuando se dice que un niño tiene ADHD no se lo está diagnosticando sino que se lo está etiquetando. En esa vía no interesa lo que le pasa a tal niño, en la medida que no se le da lugar a su palabra.

Cae por su peso que cuando no queremos saber nada de la subjetividad de los niños etiquetamos, entrando a la antesala de las soluciones que brinda el mercado de la salud mental para todos igual. Y los trastornados de la conducta y la atención recibirán como castigo la orden de consumir la pastillita mágica o de someterse a las psicoterapias re﷓educativas.

Por el contrario, desde la perspectiva psicoanalítica leemos que la fiebre evaluativa es uno de los males de nuestra época donde el mercado actual termina introduciendo un estilo de vida en el que se evalúa, se clasifica y se medicamenta a los niños que presentan dificultades en su aprendizaje escolar bajo el sueño de que a nuestros niños podríamos sincronizarlos como a las máquinas. Bajo ese mito: No más niños traviesos, ni inquietos, ni imaginativos, ni problematizados.

Ahora: ¿Dejaremos a los niños en manos de los intereses del mercado farmacológico? ¿Nos quedaremos de brazos cruzados, mirando para otro lado, o nos valdremos de los principios éticos que avalan nuestro acto como psicoanalistas y/o educadores?

Los practicantes del psicoanálisis seguimos presentando combate, en tanto compartimos con los educadores la convicción de la necesidad de alojar la subjetividad de niños y jóvenes, y eso no se puede lograr sin leer los síntomas desde el caso por caso y en cada situación institucional.

¿Qué saben los niños?

Si bien diferenciamos el saber escolar que adquiere el alumno en su aprendizaje del saber del inconsciente que se pone en juego en la experiencia del sujeto analizante, ambas experiencias subjetivas no son sin el amor del niño, sin sus sentimientos, sin sus palabras y silencios, sus angustias y preocupaciones, sus gustos y disgustos.

Y si aprender o psicoanalizarse son experiencias subjetivas es porque no son etéreas ni internáuticas, sino que hay presencia de los cuerpos. Es decir, que tanto la relación del alumno con su maestro como el lazo del analizante con su analista están mediatizados por el amor de transferencia, por el amor al saber que el niño le supone a su maestro de carne y hueso, como el analizante se lo supone a su analista.

Ahora bien, no hay reciprocidad en la respuesta del maestro al amor de su alumno en tanto que con su acto el docente lo educa, así como la respuesta del analista a la transferencia de su paciente no es amarlo sino psicoanalizarlo.

*Psicoanalista. Miembro de la EOL y de la AMP. El libro ya se encuentra a la venta en Homo Sapiens Libros.

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