rosario

Viernes, 30 de junio de 2006

OPINIóN

Austera inteligencia

 Por Beatriz Sarlo

A comienzos de los años sesenta, yo cursaba letras en la Universidad de Buenos Aires. No era una estudiante de primera línea y atribuía mi falta de entusiasmo a que en otras universidades, especialmente la de Rosario, enseñaban profesores que podían cambiarme la vida. Uno de ellos era Adolfo Prieto: más una figura imaginada que alguien a quien yo conociera. Creo que ni siquiera lo había leído ni escuchado aunque su nombre me llegaba con la fuerza misteriosa que tienen los trascendidos.

Dos o tres años después, leí su libro sobre la literatura autobiográfica y me di cuenta de que el "trascendido rosarino" era completamente justo. Prieto inauguraba un tema y, además, daba varias clases magistrales de literatura argentina. Durante la dictadura, la conocí a María Teresa Gramuglio. Ella, que había estudiado y trabajado con Prieto en Rosario, me confirmó la exactitud de mi vieja hipótesis: yo habría conocido mejor la literatura escrita en este país y la de los viajeros que lo recorrieron si hubiera estudiado con Prieto.

Un poco antes, él había leído un trabajo mío sobre Evaristo Carriego y no le había gustado nada, pero el hábito de la discreción respetuosa hizo que sólo me lo sugiriera y yo, con poco respeto y menos razones, mantuve intacto lo escrito.

Pasaron dos décadas y Prieto publicó El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, cuya originalidad se sostiene en la madurez de la mirada histórica y la lectura reveladora de textos que, aparentemente, no podrían suscitar entusiasmo, a los que, sin embargo, Prieto hace decir cosas fundamentales para interpretar una forma original de nuestra modernidad. Como su autor, un libro de austera inteligencia.

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