rosario

Lunes, 8 de junio de 2009

CIUDAD › DESDE PRINCIPIOS DE AñO, LOS CLUBES DEL TRUEQUE CRECIERON EN EL SECTOR MáS HUMILDE.

La postal que resurge con la crisis

En "el campito" de bulevar Seguí al 5600, la cantidad de puesteros subió de 100 a 500. El fenómeno se repite en la feria lindera al club Saenz Peña, de la zona sur, y empezó a notarse en la clase media, que prepara la vuelta de estas transacciones.

 Por Evelyn Arach

En la periferia de la ciudad, lejos de los shoppings y los coquetos centros comerciales, existe un mercado alternativo donde las cosas se compran y se venden a precios irrisorios. En estos espacios empieza a resurgir, empujado por la necesidad, el fenómeno del trueque. Cientos de personas que se han quedado sin un ingreso fijo truecan ropa por alimentos o viceversa y los que en estas ferias aún comercializan con dinero manejan precios disímiles, de acuerdo a sus necesidades. En "el campito", de bulevar Seguí al 5600, se ofrece un kilo de cebolla a dos mil créditos trueque, el mismo valor que un pantalón usado para niños. Desde principios de año a esta parte, los puesteros subieron de cien a quinientos y algo similar sucede en otra feria ubicada en los alrededores del Club Saenz Peña, en la zona sur, donde en los últimos dos meses se sumaron doscientos vendedores y familias enteras permanecen en lista de espera. En su mayoría son nuevos desocupados que tratan de sobrevivir. A su vez Gladys Martínez, precursora local del trueque, anuncia que este mes volverá a abrirse un club "por pedido de gente de clase media".

Aristóbula de la Cruz tiene 64 años y es jubilada, vive en el Fonavi de Donado y Mendoza pero camina 40 cuadras para llegar hasta "el campito" de bulevar Seguí al 5600. "Gano 300 pesos que no me alcanzan para nada. Yo vengo acá y canjeo los canelones que hago gracias a la ayuda de una vecina, por arroz, fideo, harina. Hago así todas las semanas. Eso sí, no compro los medicamentos que venden porque es peligroso", cuenta. Esta feria ubicada en el suroeste de la ciudad a la sombra de los eucaliptos, funciona los días martes, jueves y viernes. El predio, que hasta hace cinco años era un basural, fue cedido por la Fundación Deliot a cambio de que permanezca limpio. Allí se ofrece desde una bicicleta a 40 mil créditos trueque hasta un par de zapatillas rotas por un peso, que siempre es bien recibida por cartoneros, desocupados y otros indigentes que deambulan por el lugar. También hay muñecos destartalados que hacen las veces de regalo para los niños que esperan en casa.

Frutas, verduras, medicamentos, discos de vinilo y ropa usada figuran entre los bienes a disposición de quien pueda llevarlo. "Al principio esto era un club del trueque, luego empezaron a vender por plata, pero ahora la gente tiene cada vez menos plata y otra vez se manejan con los créditos del trueque. La ropa usada se cambia por un paquete de arroz o de harina", cuenta Claudia Ojeda, una de las coordinadoras. A su lado Susana vende ensalada de frutas por 600 créditos, algo así como 60 centavos por vaso. "Yo tenía el plan pero mi hija mas chica cumplió los 18 y me quedé sin nada", explica esta mujer de 60 años. Los precios son variados, un kilo de papas cuesta 20 mil créditos o dos pesos y es más caro que un peluche. "Hasta principios de año no pasábamos de cien, pero no sé que pasó. En mayo, se vino todo el mundo. Hoy contamos unos 500 puestos y cada vez llega más gente, por lo general desocupados que traen ropa o cosas que no usan en su casa para canjearla por comida. También hay muchos cirujas y gente que vende lo que saca de la basura", cuenta Ojeda.

Este espacio es similar al que funcionan en el barrio Cabin 9 de Pérez y en el Barrio Toba de la zona oeste. No existe inscripción ni control. Sólo hay que llegar y vender lo que sea.

Por otra parte, los sábados y domingos Control Urbano se instala durante el día en la Plaza Homero Manzi, ubicada en Salvat al 5800 para controlar que no se venda mercadería ilegal. La exposición que rodea al Club Saenz Peña, funciona desde hace cinco años pero la realidad social actual los está desbordando. "En los últimos dos meses se le dio ingreso a 200 personas que instalaron sus puestos pero ya no podemos seguir anotando porque no entran. Hay 650 vendedores con muy poco espacio y esta mañana vinieron 30 familias a pedirme un lugar, pero les tuvimos que decir que no", cuenta Elvira Bigliari, perteneciente al área de Economía Solidaria de la Municipalidad. En total hay cien personas en lista de espera. "Es gente muy pobre que trae ropa usada con la esperanza de comprar alimentos", explica. En el centro de la plaza, sentados sobre enormes bolsas, esperan cabizbajos, los que quedaron afuera.

Entre los nuevos puesteros las historias de exclusión se repiten. Miguel Oviedo, tiene 45 años y cría solo a sus cinco hijos. Es albañil pero hace tres meses que no encuentra trabajo. "Vengo desde hace un mes a vender ropa que los chicos ya no usan y hago unos pesos para comer. Es algo", dice, mientras se encoge de hombros. "Los pantalones cuestan de dos a cinco pesos. Lo más caro es la campera, sale ocho", explica mientras levanta un abrigo de corderoy. Otros redoblan la apuesta y ofrecen vestiditos para nena a un peso.

Ropa interior, relojes, bolsas térmicas, pizzas y pañales, se entremezclan en veredas cada vez más estrechas. Aquí el fenómeno del trueque se asoma tímidamente. "Vendemos poco y al terminar el día algunos puesteros hacemos canjes entre nosotros para sacar más provecho", cuenta Rosa que empezó a venir porque su marido, un electricista, "tiene cada vez menos laburo".

Entre los clientes no sólo hay indigentes, también amas de casa pertenecientes a la clase media recorren la feria en busca de precios más bajos. Y es que en este sector, otra vez, la crisis comienza a golpear fuerte.

"Estamos planeando abrir un trueque en el Club Gramajo de White y Ecuador, en la zona oeste. Hay mucha gente de la clase media y la clase obrera que nos lo está pidiendo. Son personas que se quedaron sin trabajo o ya no les alcanza el dinero", cuenta Gladys Martínez, una de las mentoras del Club del Trueque en Rosario. "Los clubes del trueque se fueron cerrando porque la gente recibió planes sociales y quiso manejarse con plata, pero ya 200 pesos no alcanzan para nada. Por otro lado la clase obrera está muy afectada por la crisis", afirma.

El fenómeno del trueque había cobrado vida a finales del 2001 como salvavidas de una clase media empobrecida y aportando a la supervivencia de otras familias que habían caído en la indigencia. La bonanza económica los fue cerrando y dejó sólo a aquellos que se aggiornaron al regreso del dinero en efectivo, transformándose en ferias. Pero ocho años después, desde los sectores más excluidos resurge lentamente este mercado alternativo, dibujando una postal que la ciudad había olvidado.

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En "el campito", muchos desocupados llevan sus objetos en desuso para cambiarlos por comida.
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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