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Domingo, 9 de noviembre de 2014

CIUDAD › UNA HISTORIA QUE VINCULA A UNOS CINCO PIBES MUERTOS QUE TENíAN RELACIóN ENTRE Sí.

Asesinato de un testigo que era clave

Hace un año asesinaban de un balazo a Emanuel Cichero, quien había denunciado un caso de gatillo fácil que se llevó la vida de Brian Saucedo en barrio Ludueña. Su madre reivindica la memoria del joven y exige que se haga justicia con el responsable.

 Por Juan Pablo Hudson

Cuando terminó de bañarse y cambiarse, se ubicó frente al espejo y sonrió. Después hizo algunos gestos divertidos con la boca y los ojos que incluyeron poses sensuales. Al reconocer la figura de su madre reflejada a la derecha, se irguió aún más y le preguntó confiado: "¿Estoy bonito, mami?". "Si, hijo, estás hermoso, como siempre", le respondió con la mirada puesta en el esbelto cuerpo de su hijo duplicado por el espejo. Emanuel giró satisfecho y la abrazó para decirle al oído que la amaba.

Ese miércoles 6 de noviembre de 2013 Emanuel Joroba Cichero había estado más activo de lo normal: visitó amigos, familiares, vecinos y renegó unas horas con la moto que estaba rota. Mientras se bañaba supo que quería comer arroz amarillo. "Yo no quiero, hijo, porque me siento mal de la panza, pero andá y comprate vos, acá tenés 100 pesos", le respondió Rosa Parra en la cocina de su pequeña vivienda ubicada prácticamente a la vera de las vías del ex ferrocarril Mitre en Ludueña norte. Antes de salir en la moto y pasar a buscar a un amigo, Emanuel le pidió si podía bañar a su pequeña hija Nerea.

Avanzaron por Junín, doblaron en Bahía Blanca en dirección al Pasaje Rossini. En la esquina de Velez Sarsfield había una referencia comercial: un supermercado custodiado por un ex policía de 60 años. Eran cerca de las 21.30. No están claro los motivos pero Emanuel y su amigo giraron por Formosa, después retomaron Bahía Blanca y repitieron el mismo recorrido en tres oportunidades. En la última vuelta, mientras circulaban nuevamente por el Pasaje Rossini al 1500, alguien salió entre las sombras y disparó al Joroba que era quien manejaba. Cayó muerto sobre el asfalto a unos pocos metros del Pasaje Dominicana. Tenía veinticinco años y dos hijos: Nerea de 3 y Brandon de 1 año. Su compañero huyó despavorido ante el terror de recibir un disparo.

Rosa Parra abre la conversación con dos preguntas tan precisas que aturden: "¿Cómo es la ley? ¿Ahora todos tienen derecho a matar? No es así. Esa persona no era quien para sacarle la vida a mi hijo. Él no robó (el supermercado), y si hubiera robado tendría que haber ido preso pero no matarlo". Después de múltiples acercamientos al lugar del hecho, ella acumuló testimonios claves: "Varios testigos de esa cuadra se me acercaron cuando fui y me dijeron que el hombre tiró desde abajo de un árbol. Justamente fue a él, porque al otro no le pasó nada. El de seguridad, al que después lo detuvieron, trabajaba a la vuelta en un supermercado. Eso es lo que yo no entiendo. Si trabajaba cerca, estaría dando la vuelta porque él debía estar cuidando el supermercado, no ahí". Recién el 26 de junio último, la Tropas de Operaciones Especiales detuvieron a Eduardo José F., el ex policía que oficiaba de vigilante del comercio de Bahía Blanca y Velez Sarsfield. Días más tarde se lo sometió a un careo con el amigo que acompañaba a Emanuel en la moto. "Me dijo la abogada que le estaban por hacer un análisis del pelo porque el tipo está teñido y antes era canoso. Si llega a estar teñido, va a ir preso. Ahora está suelto, ligado a la causa pero en su casa", explica Rosa.

El 2013 fue trágico para los habitantes que viven en torno a Sagrada Familia, una de las comunidades eclesiales de base que trabajan desde hace más de cuatro décadas en Ludueña: en la víspera de las Pascuas los soldaditos de un búnker balearon por segunda vez al joven Aaron Molina (13 años) cuando se encontraba con Brian Cache Saucedo (18) y sobrevivió de milagro; meses más tarde se suicidaron dos jóvenes apodados Chicho (18) y el Coreano (16). El 11 de septiembre la policía mató a Brian Saucedo, quien había presenciado el ataque a Aaron Molina, y prácticamente dos meses después fue el homicidio de su amigo Emanuel Cichero. Los cincos jóvenes vivían en esa barriada y formaban parte de un mismo círculo de amistades. El domingo 20 de octubre habían asesinado también a pocas cuadras de esa zona a Gabriel Aguirre (13 años), después del clásico entre Central y Newells.

Cichero había sido el testigo del asesinato de Brian Saucedo. Su valiente testimonio en off a la prensa desmintió la versión policial que determinaba un supuesto enfrentamiento a tiros entre el joven y los integrantes de la comisaría 12. Emanuel aclaró que Brian se había entregado y pedido que le colocaran las esposas, pero un agente de la 12, al que identificó como "morocho, petisito, con lentes negros, morrudito", le pegó un balazo en la cabeza y varios más en el cuerpo. La justicia nunca lo llamó a declarar y meses más tarde, cuando Emanuel ya había sido asesinado, descartó que fuera un caso de gatillo fácil y confirmó la versión de la policía. Así recuerda Rosa aquellas jornadas: "Mi hijo tuvo que irse de acá para que la policía no se la agarrara con él y lo detuviera. Quince días estuvo viviendo en otro lado y cuando pasó un poco de tiempo volvió".

Las sospechas sobre una eventual represalia por aquel testimonio es una hipótesis principal entre los jóvenes y vecinos que aún lloran la desaparición de ese pibe siempre sonriente e inquieto.

Dos meses después del asesinato, Rosa se presentó en Tribunales para exigir justicia por su hijo. Para su perplejidad la causa había sido archivada porque supuestamente Emanuel no tenía familiares. "Yo fui y les dije: ¿por qué no tiene familiares, si yo soy la madre" Con la abogada les dije que era la madre y quería que se reabriera porque había al menos un testigo. El muchacho que estaba con él declaró como tres veces. La última vez fue hace poco?, cuenta con impotencia sentada en la mesa de su casa con una foto gigante de su hijo en la que se le destacan los ojos verdes y una mirada pilla.

El pasado miércoles 5 de noviembre se reivindicó la memoria de Emanuel Cichero en la marcha organizada a raíz de la aparición del cuerpo de Franco Casco flotando en las aguas del Paraná, después de haber sido detenido en la comisaría 7° y permanecer desaparecido durante más de veinte días. Durante el acto Rosa Parra pidió que se haga justicia y no se cierre la causa, tal como suele ocurrir con los casos de apremios ilegales o asesinatos de jóvenes pobres por parte de las fuerzas de seguridad en actividad o retiradas.

Una costumbre habitual en este tipo de lamentables pérdidas es reivindicar únicamente las facetas legales de los pibes asesinados, como si sacar a la luz la vinculación frecuente con el delito empañara el pedido de justicia o su propia memoria. Pero Rosa no cae en lugares comunes: "El tenía antecedentes por robo calificado. Había estado dos años o dos años y medio preso en la alcaidía. Cumplió con su condena. Si robó lo tendrían que haber detenido pero no matado". Entre sollozos agrega: "Yo voy día por medio al cementerio y le pido tanto a él que me ayude. Yo nunca más lo voy a tener pero algún día me lo voy a encontrar. Este dolor no lo supero más".

Mientras recuerda esa simpática joroba que le valió su apodo, cuenta:?Él vivía de su carro. Tenía unos chicos que salían con él. A mí me gustaría que lo recuerden con mucha alegría. A lo primero a mis hijos no los dejaba escuchar música, pero un día mi otro hijo me dijo: "vos sabés lo que le gustaba a él escuchar música. Mami, nosotros lo tenemos que recordar con alegría, tal como era él".

En la esquina de la última casa que habitó Emanuel Joroba Cichero se ven pibes. Algunos están de pie, otros en moto, vestidos con ropas deportivas, tomando una coca, fumando, riéndose. Nada más inquietante para la sociedad contemporánea que la vitalidad que encarnan estas figuras jóvenes. Vidas indómitas que entremezclan la creatividad, los afectos, la autodestrucción, los amores, el delito, las fiestas, los saberes callejeros, institucionales y la agresividad. Cuerpos que obsesionan trágicamente a las fuerzas policiales y concentran los imaginarios más represivos de la época.

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Rosa Parra va día por medio al cementerio a ver a su hijo. Lo recuerda y pide justicia.
 
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