rosario

Domingo, 8 de junio de 2008

CIUDAD

Perón, el retórico

 Por Juan Giani*

Señalemos un extraño síntoma de la vida cultural argentina. La bibliografía dedicada a hurgar en el fenómeno peronista es vasta y polifónica, a tono por cierto con el formidable impacto que ese movimiento produjo en el trajinado devenir de la patria. Abunda allí un enfoque digamos sociológico, abocado a desentrañar el curso de las acciones emprendidas invocando el nombre del peronismo.

Mucho más escuetas, casi ínfimas son las letras destinadas a auscultar la propia palabra de Perón, a la sazón supremo dador de sentido de aquellos acontecimientos que tanto interesan. Rara disonancia entre una historia rica que motiva gestos analíticos y una autoridad doctrinaria que no parece suscitar mayor interés intelectual.

Cuesta explicar tan insólita circunstancia, tal vez emanada de un engranaje ideológico que legitimó desde el ocultismo filofascista de José Lopéz Rega hasta el marxismo blanquiceleste de John William Cooke. Muchos creen que esa polisemia sólo podría entenderse por el llamado pragmatismo del General, desinterés por la estabilidad de los conceptos que desemboca en una perturbadora picardía táctica. El pensamiento de Perón no cautiva porque no habría tal, sino apenas un aglomerado de iniciativas (meritorias o infaustas) recompuestas en una textualidad de coyuntura.

Frente a tan enigmática vacancia, Horacio González nos entrega una empresa casi única, en tanto lo que destaca no es la importancia del IAPI o los Contratos con la California sino la conformación de un cuerpo de ideas meduloso, intenso y erudito, apilado en cuantiosas obras inevitables si se pretende comprender con justeza las tribulaciones y festejos de la nación.

Con prosa exquisita, el autor nos recuerda lo que en su obviedad parecía oculto. El bagaje formativo que Perón luego vuelca en aforismos y apotegmas sacude y luego reordena en torno suyo cualquier debate políticamente relevante. Vale un parangón con la Generación del 37. Con admiración o perplejidad, rehuir esas herencias fundantes nos deja intelectualmente inermes frente a la recurrente complejidad del devenir argentino.

González advierte con lucidez las tensiones constitutivas del pensamiento en cuestión. Abastecido en las filosofías prusianas de la guerra, Perón emparenta guerra y política, ya que en ambas se traban en pugna dos voluntades contrapuestas. En esa lucha, el azar, la imprevisión y las fuerzas morales constituyen un terreno donde se yergue la figura magnánima del Conductor; personaje que combinando ciencia y arte encolumna a los pueblos tras el objetivo de blindar a la nación frente al embate oligárquico﷓imperialista. La polisemia ideológica no es entonces mero pragmatismo, sino ubicuidad del talentoso para amalgamar una doctrina que se expresará en la rica síntesis de las tres banderas.

Sin embargo, algo distancia al Conductor del jefe militar. El segundo manda tropas y el primero persuade multitudes. Ese momento de la elocuencia y el convencimiento, legitima la irrupción de la retórica, dimensión preformativa que González considera con acierto decisiva para justipreciar la locuacidad de Perón. Citar, plagiar, pergeñar sentencias y aforismos facilita la acción de un hombre que inculca verdades pero debe respetar simultáneamente preexistentes axiologías colectivas.

No obstante, ese decisionismo pre﷓moral de Perón convive con una aspiración reconciliante del todo social, armonización progresiva del yo y el nosotros que suturará la conflictividad constitutiva. En igual sentido, un fuerte evolucionismo permea la mirada histórica de Perón, quien propone una teoría de la montura ("montarse sobre los hechos") para acompañar con fuerte color local la indefectible marcha del mundo hacia formas socializantes de convivencia.

González explora con brillantez las derivaciones de esta oscilación, adhiriendo una saga de lecturas célebres que jalonaron canónicamente la gesta comprensiva del peronismo. En cualquier caso, la originalidad del texto consiste en testear la palabra de los exegetas con el arsenal de influencias, reapropiaciones y giros constructivos que brotan del propio mundo intelectual de Perón.

Por lo demás, el esfuerzo de González, destinado a recorrer la genética ideológica de un movimiento aún claramente hegemónico, invita a lectores y militantes a interpelar su legado. Pues en nombre de la apología del Conductor disfrutamos de pueblos movilizados tras el fifty﷓fifty pero también claudicantes aceptaciones del recetario neoliberal. La conflictividad perpetua permitió derrotar oprobiosos privilegios pero también escindir inconvenientemente la sociedad. Y la confianza en el veredicto de la historia habilitó valiosas épicas transformadoras, pero también oportunismos epocales y ninguneos del disidente.

Valga este libro para reivindicar un legado tan espléndido como poco atendido, pero para luego adentrarse sin reverencias en él, admitiendo su pátina mítica pero activando un necesario ejercicio de descomposición y montaje.

*Docente de la UNR.

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