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Viernes, 4 de diciembre de 2009

ES MI MUNDO

Los días contados

La exposición fotográfica de Marcos Adandía lleva como título un nombre de mujer: Diana. Ese nombre y las sutiles imágenes que lo evocan, consiguen detener la vida de una chica travesti que, siendo adolescente, fue expulsada de su casa, vivió en la calle y más temprano que tarde murió de sida en el Hospital Muñiz. Si esta enumeración parece describir una de tantas historias repetidas del destino trans, la muestra logra advertir que cada historia es única.

 Por Facundo Nazareno Saxe

Diana, una muestra fotográfica de Marcos Adandía, fotógrafo y director de la revista Dulce Equis Negra que comenzó la semana pasada en el Museo de Arte y la Memoria de la ciudad de La Plata, rompe con muchos esquemas. En principio le da un golpe certero a la invisibilización de la vida travesti mientras presenta los últimos años de Diana que, expulsada de su hogar a los 14 años por un padre policía, comenzó a vivir en la calle, de la prostitución. A los 21 años se contagió HIV. Y a los 23 murió en el Hospital Muñiz. Hasta ahí podemos hablar de la situación de muchas de las chicas travestis de nuestro país.

La muestra de Marcos Adandía rompe también con lo aséptico de este círculo. Esta es una exposición fotográfica que representa un trabajo íntimo y momentos particulares de la vida de Diana, emociones y sentimientos que le pertenecen a ella, que no se parecen a los de nadie, irrepetibles. Sutil amalgama entre su figura y el ojo que mira por la lente fotográfica. Marcos lo dice así: “El tiempo de comenzar un trabajo es para mí un tiempo de incertidumbre, ya que la guía y el impulso emanan de una profundidad que hasta el momento no ha recibido luz ni nombre alguno. Emociones que probablemente ni sabíamos que podíamos sentir. Y que si nos tomamos el tiempo y la atención necesaria, nos ayudarán a definir nuestro crecimiento como persona. En el espacio de estas emociones, y como en una tormenta, conocí a Diana. Inmediatamente ambos supimos, aun desconociendo las verdaderas razones, que caminaríamos un tiempo juntos”. Marcos encontró en Diana un eco, un espejo, se creó una situación de hermandad con ella: “Yo encontré ahí lo que buscaba y Diana encontró en mí algo que necesitaba, alguna suerte de compañía, de afecto, de cariño para ese último tramo de vida dolorosa”.

La muestra parte de un trabajo realizado en el año ‘96 y expuesta anteriormente sólo una vez en nuestro país: tres días en el Hotel Gondolín de Capital Federal (aunque también pudo verse en Cuba y México). La historia que nos presenta esta muestra, la historia de Diana, la chica travesti retratada por Marcos Adandía, conmueve: “Creo que a todos nos pasa que frente a determinadas personas nos parece sentir que las conocemos de antes, de otro tiempo. Es un instante inequívoco en el que nos habla la memoria que guardamos en el corazón. Nos reconocimos, aceptamos lo que la vida nos estaba proponiendo y nos sentimos bien compartiendo el tiempo. Yo, fotógrafo, buscando alguna clase de verdad que calme mi propio dolor, yendo por el espejo que me devuelva la imagen de mi rostro. Diana, joven, y todo su ser lastimado, sabiendo o no que pronto llegaría el momento de pasar al otro tiempo, el de la muerte impropia”. No es fácil salir indemne de la muestra palpable y visible de una realidad que nuestra sociedad busca tapar.

La intención original de la muestra no es de denuncia, dice su autor, aunque es innegable que ése es el efecto que da la sensación en los espectadores, pero no en las imágenes; en la visibilidad travesti hay una denuncia implícita, el mismo Marcos lo dice: “Cuánto hay de denuncia en mi trabajo, no lo sé. Siempre he pensado que cualquiera sea la enfermedad que te toque, lo que la puede transformar en horror es la pobreza y la marginación. Sí sé que guardo a Diana en mi corazón, que a la hora de elegir qué contaría de todo lo visto, elegí quedarme con alguna clase de dignidad que nada ni nadie había podido arrebatarle, ni aun en situaciones indecibles y que atesoraba en un lugar seguro, como lo hacen los guerreros y las guerreras. Eligió y pagó cara su elección. No hubo abrazo para su soledad. Amó hasta el final a su madre y no la tuvo. Hubo un padre policía y golpeador que en su insania pensó que la solución de algo estaría arrojando a su hijo de catorce años a la calle. Entonces un día se marchó de un mundo que al parecer no había sido invitada; ese día nadie reclamó su cuerpo”. Una muestra que, tal vez sin buscarlo, logra exhibir la hipocresía de la sociedad, que las esconde y las margina. Diana murió de sida a los 23 años, el 5 de septiembre de 1996, en la sala 23 del Hospital Muñiz. Podría haber caído en el olvido como tantas otras historias. Pero este conjunto de fotografías rescata algo: su sentimiento, su vida, su recuerdo. Marcos Adandía comenzó a trabajar las fotos buscando algo que tuviera que ver con el HIV. Hasta que se encontró con Diana: en ella había algo que él buscaba y a ella le interesó lo que él buscaba. Durante tres años la fotografió en los lugares que vivió, hasta la última y fatídica internación. El resumen de esos tres años es esta muestra que se inauguró la semana pasada, una muestra repleta de dolor, un dolor que no nos deja correr la mirada, como dice Marcos: “Sé también que hay mucho dolor en mi trabajo; cuánto es de Diana y cuánto mío, no lo sé”.

La muestra puede verse durante todo diciembre en el Museo de Arte y Memoria de La Plata (calle 9 Nº 984 entre 51 y 53).

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