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Viernes, 12 de febrero de 2010

A LA VISTA

La guerra de las tetas

Conferencia regional Glttbi en Curitiba. Más de un centenar de activistas de Latinoamérica y el Caribe reunidos durante cinco días de discursos y presentaciones, reuniones y talleres, fiestas temáticas a medianoche, ascensores compartidos y plenarios todo terreno, intercambio de folletería, direcciones electrónicas y fluidos. Cinco días de guerra sin cuartel.

 Por Mauro Cabral

El origen de esta guerra se remonta al pasado más antiguo de la especie (allí donde el quién es quién de la diferencia sexual adulta se juega en la evidencia de un pecho plano o abultado). Las mujeres (en general) tienen tetas y los hombres (en general), no. De la inflación exasperada de esa generalidad se derivan las escaramuzas de esta guerra sin final.

La comprensión normativa de las experiencias trans del cuerpo, la identidad y la expresión de género no ayudan en lo absoluto. De acuerdo con esa comprensión, los hombres trans debemos odiar nuestras tetas y las mujeres trans deben anhelarlas. Podría decirse que el grado cero de las transexualidades no es la identidad de género sino la relación personal con las tetas. No es de extrañar entonces que no quede espacio, al parecer, para aquellos que no las odian y aquellas que no las desean.

La última versión regional de la guerra de las tetas tuvo dos escenarios: uno político y el otro expresivo. En el primero de esos escenarios, la contienda se desató en torno de la cuestión de la representación: ¿tenemos acaso algún derecho a llamarnos “activistas trans” los hombres trans de pecho crecido y las mujeres trans de pecho plano? En el segundo escenario, la pelea fue otra: ¿por qué, habiendo tan buenas cirugías, hay personas trans que persisten en su incomprensible fealdad?

(Como cualquier otro hombre trans, a veces desearía haber nacido sin tetas, o que desaparecieran mientras duermo, como mis ahorros. Muchas veces he considerado la idea de operarme, por lo general después de hacerme una mamografía, pasar un par de horas en un chat gay o ir a comprarme una camisa. En un mundo de cuerpos evidentemente diversos nunca me ha quedado del todo clara la relación –para tanta gente evidente– entre tetas y masculinidad... ¿O es que acaso alguien más podría venir a decirme qué cuerpo tengo que tener para ser un hombre? ¿No es por eso, justamente por eso, que soy un activista trans?)

Las personas –cualquiera sea el modo en el que se definan– tienen derecho a acceder a las biotecnologías de modificación corporal que consideren necesarias. El sueño de encarnar un cuerpo propio, la lucha por acceder a los medios que hacen posible esa encarnación, la distancia entre ese cuerpo encarnado y aquel otro que se dejó atrás son, sin duda, experiencias centrales de nuestras comunidades y cuestiones fundamentales para nuestro movimiento. También lo son –o deberían serlo– las experiencias de quienes, por distintos motivos, le ponemos el cuerpo a una encarnación diferente. Sin espacio para la diversidad corporal no hay identidad trans que valga: sólo nos queda el destino triste de la norma. Luchar por el reconocimiento del Estado requiere terminar, primero, con el desconocimiento brutal de esa diversidad.

La batalla en Brasil acaba de concluir, pero la guerra continúa. Ojalá pronto seamos capaces de librarla en algún otro frente, uno que no sea nuestro propio frente interno. Yo, mientras tanto, y para juntar fuerzas, me iré a tomar sol en cueros al patio. Porque ya está visto: sin tetas no hay paraíso (y, a Dios gracias, para eso están esos tipos, los que las chupan como nadie).

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