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Viernes, 23 de julio de 2010

ENTREVISTA

La salud de nuestros hijos

Como parte de los cambios que ya empiezan a producirse después de la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, se presenta hoy la obra Príncipe y príncipe, de Perla Schumacher –basada en el cuento Rey y rey, de Stern Nijland y Linda de Haan–, que aborda el amor entre dos hombres para niños y niñas desde los 6 años. Estrenada el año pasado en México, su directora, Aracelia Guerrero, cuenta cuál fue el camino que trajo a todo el elenco hasta Buenos Aires.

 Por Paula Jiménez

¿Cuáles es el motivo de tu visita a Buenos Aires?

—Venimos a hacer dos cosas. Una es que voy a participar de un foro de investigadores de teatro, cuyo principal tema son los tabúes en el teatro para niños. Y considero que es una gran oportunidad ésta de juntarme con gente que se especializa y debatir sobre este tipo de temas, que tienen que ver con un nuevo enfoque, el enfoque que se le debe dar ahora al teatro infantil y de jóvenes. Hablar de temas importantes, analizarlos, entrar en ese universo que tanta falta hace. El otro motivo de mi visita es que venimos a presentar Príncipe y príncipe, una obra para niños a partir de los 6 años, cuyo tema principal es la diversidad sexual. La presentamos en el marco de un festival que se realiza en El Cubo y que se llama Cubo mágico.

¿Cuál es tu experiencia con respecto a lo que puede acarrear poner una obra como ésta? ¿Tuvieron problemas alguna vez?

—Nosotros estrenamos en noviembre de 2009 en la Ciudad de México, ésta es la última obra que escribió Perla Schumacher, y está basada en un cuento holandés, de ilustraciones, que se llama Rey y rey. En ese momento estábamos viviendo en mi país una situación como la que vive ahora la Argentina y que es la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Ese fue un contexto que influyó mucho en la obra y en la gente porque, ustedes bien saben, cuando se desa-ta esa polémica, la sociedad se polariza. Entonces nosotros habíamos decidido, desde hacía bastante tiempo, hacer una obra así por considerar fundamental hablar del respeto desde muy tempranas edades. La experiencia en México ha sido muy favorable y lo que encontramos es que a los padres les cuesta mucho trabajo hablar de la homosexualidad y de la sexualidad en general, les da miedo, pero tienen una gran necesidad de hacerlo y hallan en una obra de teatro la posibilidad de abrir estos temas, de abordarlos de una manera sencilla, amorosa y poco convencional a la vez. La experiencia teatral los ayuda a empezar a hablar. Cuando se abren circunstancias políticas y sociales como la aprobación del matrimonio igualitario es muy necesario dar, además del contexto político, proyectos artísticos que ayuden a las personas a entender, sin denostar, sin la burla, sin el ataque. Lo que nosotros quisimos hacer con esta obra es decirles a los niños y niñas que cada cual es libre de elegir a quién amar y que todos debemos respetar eso. A partir de esa base creemos que la reacción del público es muy favorable, por eso, porque hablamos de amor, y nadie puede estar en contra del amor.

Sin embargo, el debate que tuvo lugar en la Argentina sobre el matrimonio igualitario, y por lo que vos decís también en México en su momento, pareció evidenciar que había mucha gente que podía estar en contra del amor...

—Muchísima. Pero también hemos descubierto que en muchos casos tiene que ver con ignorancia, siguen esas conductas porque no saben, entonces, de pronto, de toda esa gente que rechaza; algunos se dan cuenta de que ni siquiera han echado un vistazo para fijarse lo que sucede ahí. Nosotros creemos que si bien hay mucha gente en contra, es gente que está equivocada, una postura que poco a poco tendrá que cambiar. Es un pequeñísimo grano de arena, justo en medio de esta polarización, tener un discurso que no sea violento. En la ciudad, de golpe, se escuchan unas cosas tremendas y una se pregunta por qué la gente no se asusta ante esto y sí ante algo que es totalmente natural como el amor entre dos hombres o dos mujeres. A veces, el mundo está como de cabeza y pareciera que eso es lo que gana, pero no, y creemos que hay que seguir hacia este otro discurso que es el que vale la pena. Los niños y niñas asumen lo que sucede de una manera fantástica y natural; los padres, los adultos somos en general el problema. Los papás se vuelven conservadores y creen que replegándose y tratando de “proteger” y de ocultar el mundo van a hacer algo bueno para sus hijos, pero no es así. Los niños saben, no viven en una cápsula, saben muy bien lo que está pasando. Para ellos es absolutamente distinto el punto de vista que para los adultos.

Es que, obviamente, cuando hablás de teatro tabú, hablás del tabú de los adultos...

—Exactamente. Porque los adultos tenemos tabúes, no los niños. El tabú es algo que se va creando con el tiempo. Hay adultos que sí están dispuestos a trabajar. Y un proyecto así, como Príncipe y príncipe, remueve muchas cosas. De golpe, un adulto se da cuenta de que tiene miedos que desconocía, que no tiene bien acomodado su mundo y que hay un universo que los va superando y que si no lo acompañan se quedan rezagados. Entonces no les queda más remedio que afrontar todo esto, la realidad, sus propios temores. Un día, un anciano fue a ver la obra con su nieto y dijo: “Yo no sé si estoy de acuerdo, pero el otro día venía en el colectivo y había dos muchachos besándose y no supe qué decirle a mi nieto. Y creo que después de ver esta obra, puedo platicar con él”. Claro, es que no se trata de que la gente cambie su pensamiento de un día para el otro, eso es imposible, pero al menos sembrar esta pequeña semilla, poder decir: “Esto es el mundo y tengo que asumirlo así”.

¿Cómo se te ocurrió que el teatro infantil podía hablar desde otro lugar, reinventarse?

—Llevo años trabajando para niños. Hago teatro, pero me interesan mucho los jóvenes y los niños, un teatro que toque temas y que incluya a los niños en el mundo en que vivimos. Soy de una generación con una gran influencia de Perla Schumacher o de Berta Uriarte. Yo creo que una trabaja para niños a partir de la infancia que tuvo. Y creo que si uno respeta su infancia, entonces respeta a los niños. Yo descubrí de niña cosas que tenían que ver con la violencia, con la sexualidad, me di cuenta de pequeña de la muerte, incluso de todos esos temas que pareciera que no deben ingresar al universo infantil, y yo trabajo a partir de esos recuerdos. Cuando eres niño, tienes muchas preguntas, entonces me gusta hacer un teatro donde se hable de temas de los que me hubiera gustado que me hablen de niña, responder a interrogantes a los que aquellos adultos no me respondían. Me gusta hacer un teatro para chicos que tenga que ver con todo eso que en mi infancia descubrí.

¿Y a Perla cuándo la descubriste, cuándo ingresó a tu vida el universo Schumacher?

—A Perla la conocí hace muchísimos años, porque fue una dramaturga y directora de trabajo constante en México, pero trabajé con ella el año pasado con Príncipe y príncipe. Yo tenía muchas ganas de hablar del tema y me llegó a las manos este libro fantástico holandés, que ella también conocía. Surgió una propuesta y fuimos trabajando juntas; el texto se fue creando a partir de improvisaciones con los actores y de lo que iba creando Perla. Estuvimos muy cercanas en ese último año de su vida, donde además Príncipe y príncipe fue el proyecto en el que ella volcó toda su energía. Fue una gran lección de vida. Ella siempre decidió por la vida y seguía planeando y trabajando. La puesta de la obra acá era un proyecto que teníamos juntas, queríamos venir ambas a hablar de esto. Claro que vamos a llevarlo, decíamos, ese deseo era parte de su impulso vital. Ella tenía muchas ganas de venir aquí, a su país. El trabajo de investigación que voy a presentar en el foro también lo empezamos a armar juntas. Ella murió el 10 de mayo, pero con el equipo dijimos: “Sigamos adelante, llevemos esta obra a la tierra de Perla”. Es un trabajo de vanguardia, un trabajo fresco. Ella siempre estaba un paso adelante.

¿Vino con vos toda la compañía teatral?

—Sí. Somos ocho, seis actores, escenógrafo y productor, todos mexicanos. Vinimos gracias al apoyo de varias instituciones y tratándose de este tipo de proyectos, con estos contenidos, es importante rescatar el impulso y la ayuda de estos organismos. Nos trajo el gobierno de la Ciudad de México, la Secretaría de Cultura del DF, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto de Bellas Artes. Particularmente, estamos muy entusiasmados y nos parece increíble la coincidencia de la aprobación del matrimonio en estos días. Hay algo con este proyecto que tiene una estrella amorosa.

Además, en el centro del debate político y social estuvieron los niños, el tema de la adopción...

—Aquí en la obra también, está clarísimo. Se habla del tema y se habla como una opción para tener una familia, para que el príncipe tenga hijos. Es que se trata de una reina que quiere que su hijo se case para que el reino continúe y ésa es la resolución que se plantea. En México se debatió lo de la adopción y supongo que los argumentos a favor y en contra son parecidos. Acá la ley corre para todo el país. Allá en México no. El DF es un bastión, es el único con gobierno de izquierda, prácticamente; es mucho más avanzado y progresista a comparar con el resto de la república. Y creo que en la Argentina la estructura legal es mucho más sólida. Los países van a más cada vez, progresan en algo que es de elemental importancia.

¿Qué pensás que pasaría si quisieran llevar Príncipe y príncipe a algunos de los otros estados de México?

—Creo que funcionaría muy bien. Una cosa es el tipo de gobierno y otra las relaciones entre las personas. El público que va a ver nuestra obra necesita encontrarse con sus iguales, no ser marginal, sentirse incluido. Lo que pasa con una obra como ésta es que ves en el escenario algo que siempre te han dicho que está mal o que está prohibido, y la gente reacciona de manera increíble, lloran, gritan, aplauden mucho, sienten gran júbilo. Dicen: “Mira, no pasa nada y está padrísimo que todos podamos convivir con nuestras diferencias”.

Príncipe y príncipe podrá verse hoy, viernes 23 de julio, a las 13, en el Teatro El Cubo, Zelaya 3053. Informes y reservas: 4962-5402.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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