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Viernes, 18 de febrero de 2011

ENTREVISTA EXCLUSIVA

Un bien preciado

Dice que la invitaron a venir a la Argentina muchas veces, que nunca llegó a concretarse la visita, pero que esta vez parece que los famosos talleres se harán realidad en Buenos Aires antes de que termine 2011. Mientras tanto, en conversación con SOY Beatriz Preciado, una de las voces fundamentales del postfeminismo, la teoría queer, el activismo trans o, mejor dicho, el pensamiento contemporáneo, vuelve sobre sus pasos académicos e íntimos mientras reconstruye sus ideas sobre las modernas formas de construcción de poder y sobre las nuevas formas de biopolítica del capitalismo actual.

 Por Nancy Garín

Autora imparable, activista política, irónica, directa y didáctica, aunque hable de cuestiones que todavía tienen fuerte resistencia en el sentido común y en el discurso de los medios. Se llama Beatriz Preciado, es española, se formó en Estados Unidos y vive en Francia, pero el lugar de pertenencia tanto como el género son espacios muy difusos y cambiantes en su vida. Verla, escucharla hablar, casi tanto como leer sus libros, ya es de por sí un espectáculo de iluminación. Para quienes no la conocen, con sólo tipear su nombre en Youtube se pueden espiar entrevistas y conferencias a lo largo de los años con sus correspondientes cambios físicos y teóricos. Para quienes no la han leído, aparecen a lo largo de esta nota los tres títulos que la han puesto en la cima del pensamiento queer. Textos densos y teóricos, es cierto, pero que a su vez permiten con amabilidad la llegada de lectorxs no especializados. Esta filósofa, difícil de clasificar porque ella misma se vive desmarcando, a los 20 años andaba rapada por las calles de París esperando que sus preguntas y entusiasmos fueran atendidos nada menos que por el profesor estrella Jacques Derrida, quien finalmente le abrió las puertas, y la cabeza también. Ahora, con sus 41 luce el elegante bigote que las inyecciones de hormonas y su práctica experimental con el propio cuerpo le han legado. A lo largo de esta entrevista se nombrará a sí mismx en masculino, como viene haciéndolo hace un tiempo desde que reniega de las categorías de mujer, lesbiana y transexual para definirse. En esta especie de visita guiada por su derrotero académico que va desde su educación con los jesuitas en Burgos hasta la constitución de esta pareja explosiva que forma con la francesa, ex prostituta y escritora Virgine Despentes. “Yo he tenido un exilio frente a lo femenino, a la sexualidad lesbiana luego y he tenido también un exilio frente a la realidad transexual.”

En el origen, fue el dildo

Primero fue su libro Manifiesto contrasexual, que apareció en 2002 y que ella misma definió en su momento como “un elogio del ano porque es el único órgano sexual universal”. Ese libro era eso y mucho más, un golpe duro y tan potente como un dildo contra la mirada que entiende como normal a todo lo que provenga de la división en dos sexos y el modelo heterosexual. Ese Manifiesto, que la lanzó a la fama y a lo más alto de la academia, era una crítica ácida, una deconstrucción, por usar palabras de su maestro Derrida, de la naturalización de sexo y del sistema género con el objetivo de “construir una sociedad de equivalencia”, de “sujetos parlantes” que establecerán relaciones sexuales de forma contractual. Ella propone allí la formulación de un contrato sexual llevando el sexo a ese terreno de los intercambios previos y formales. Y propone, como consecuencia, considerar como una violación todas aquellas prácticas sexuales que se lleven a cabo sin la firma de dicho contrato. Este gesto deja a un lado a la tan sobrevalorada espontaneidad o naturalidad (¿animalidad?) por un contrato racional. Preciado, además de correr el sexo de los lugares que solía frecuentar, en aquel libro defiende una sexualización de la totalidad del cuerpo, mientras elabora una teoría y práctica de las tecnologías del sexo donde la figura del dildo o prótesis productora del placer no sólo ocupa un rol protagónico sino que es desmitificado ya que, como ella misma expresa, este objeto de plástico “no imita el pene sino que lo sustituye y lo supera en su excelencia sexual”.

Nacida en Burgos en 1970, estudió filosofía y bioética junto a los jesuitas en Madrid, para continuar su recorrido de la mano de grandes pensadores como Derrida, Agnes Heller, en la Universidad New School for Social Research de Nueva York. Realizó estudios sobre Teoría de la Arquitectura en la Universidad de Princeton, de donde saldrán las primeras líneas de Pornotopía, su última publicación premiada por la editorial Anagrama en la línea de ensayo. Desde mediados de los ‘90 vive en París, da clases en el departamento de “Técnicas del cuerpo” de París VIII, donde trabaja sobre teoría del género e historia de la performance.

Es famosa ya su dupla y su pareja con la también activista y escritora francesa Virginie Despentes, quien este año ha sido premiada por la crítica por su libro Apocalypse bébé, con quien comparte no sólo su cotidianidad, sino su pasión por la escritura y múltiples proyectos entre la pedagogía, el cine o simplemente vivir.

–Burgos, al norte de España, no parece ser el mejor lugar para un despegue queer. ¿Qué estudiaste y dónde? ¿Cómo fueron tus comienzos?

–Durante mucho tiempo fui como un receptor pasivo del sistema educativo. De varios sistemas educativos distintos, empezando por el sistema educativo español. Porque en los años ‘70 en España y en una ciudad como Burgos mi educación no pudo ser otra cosa que conservadora en todos los sentidos. Luego me fui a estudiar filosofía con los jesuitas, que me pudieron parecer conservadores pero en verdad no lo eran. La escuela de filosofía de la universidad central era más conservadora que los jesuitas, que estaban en plena revolución de la Teología de la Liberación liderada en Barcelona por el teólogo Jon Sobrino, de quien hoy sus trabajos sobre cristología, eclesiología y espiritualidad de la liberación no tienen permiso para ser enseñados en escuelas católicas. En fin, que los primeros momentos de intensidad política a esa edad yo los viví con los jesuitas. Claro, no se estaba leyendo filosofía postestructurada ni Foucault, ni nada de eso pero ya estábamos viendo a Spinoza y Marx.

–Y la relación entre filosofía y acción que recorre toda tu vida y obra, ¿es un legado del feminismo?

–Para mí la filosofía nunca fue sólo una práctica teórica, sino una práctica social y no es algo que aprendí con el feminismo. El feminismo de Madrid en esa época era un feminismo ilustrado, blanco, heterosexual, mucho más conservador que el de hoy en día. Me resultó imposible acercarme a trabajar allí como lesbiana, cuestión con la que ya me identificaba desde niña.

–¿Por que te fuiste de España?

–Me di cuenta de que no podía seguir en una situación de cortocircuito total y lo único que pensé es “debo salir de aquí”. Desde súper pequeña nunca me he podido identificar con un lugar o país. Mi relación con el afuera siempre ha tenido que ver con la posibilidad de encontrar otro mundo. Así que pedí una beca Fulbright y me fui a EE.UU.

–¿Cómo fue ese encuentro con la sociedad estadounidense en plena década de los ‘90, con pensadores como Agnes Heller y personajes del ámbito de la militancia como Jackie Alexander?

–Llegar a los EE.UU. fue como empezar de cero. Allí me encuentro en plena situación de proliferación de los estudios queer y una expansión de los discursos extraordinaria. Llegué en un momento en que los cambios era constantes: un día te apuntabas al Women’s Study, al otro día el Women’s Study era Gay Study y al día siguiente se llamaba Queer Study, tres días después el cartel decía: Postcolonialista. Me refiero a esos años justo posteriores a las políticas de sida y de la crítica a las “políticas de identidad”. Entonces todos los grupos políticos en Nueva York estaban muy expuestos. Es un momento casi de duelo de la política.

Yo en principio me fui al departamento de Filosofía. Allí fue donde conocí a Derrida y a Agnes Heller.

–Además del estudio me imagino que aquello sería un hervidero de experiencias.

–Bueno, de entrada voy a la Calle 13 donde está el centro gay y lesbiano de Nueva York. Entonces yo era gay y lesbiano. Voy allí a tomarme todos los seminarios con Derrida, Agnes Heller y conferencias de Judith Butler, en persona. Porque, claro, la figura allí realmente importante era Butler. Para mí es una persona fantástica. Una bruja blanca del feminismo negro. De alguna manera es en sus clases y conferencias que me di cuenta de que lo que yo haría tenía un nombre muy claro: Filosofía Política Feminista Postcolonial. Me meto en un taller de Sadomasoquismo lesbiano, donde me encuentro con mis colegas alemanas. Durante el día nos juntamos y leemos y discutimos “Hegel en el Africa” y por las noches voy a talleres de Sadomasoquismo.

Allí me dedico, por primera vez, a medir el tamaño de los látigos, comenzando realmente a compartir y a convertirme en un conocedor de las técnicas y de toda una serie de prácticas. Para mí, que era relativamente joven en ese momento, todo eso lo debía hacer con una devoción absoluta.

Vivía en un delirio constante. Por un lado leyendo a Derrida, por otro con la teoría queer y por otro los talleres Drag King que seguía sin siquiera darme cuenta de que la cultura drag king estaba emergiendo. Súmale tremendas broncas entre las feministas radicales por lo que nosotros estábamos viendo en los talleres.

–¿Cómo se gesta tu primer libro, Manifiesto contrasexual y cómo hace su ingreso allí la figura tan protagónica del dildo?

–Empecé a trabajar muy joven, di mis primeras clases a los 19 años en la escuela de medicina en la cátedra de Bioética con cuestiones que para mí aún no estaban muy elaboradas, porque aún estaba en un marco relativamente cristiano. En ese momento comencé a trabajar sobre el transplante de órganos y a escribir sobre el transplante de seno. De allí saldrá lo que más adelante será el Manifiesto contrasexual. Allí divagaba sobre la posibilidad de trasplante de órganos sexuales y la producción de hormonas sexuales que no existen. Un delirio que no tiene nada que ver con lo que se estaba viendo en la facultad en ese momento.

–Manifiesto parece tener el sello Derrida en lo referido a la deconstrucción de las prácticas sexuales.

–En realidad es un texto que escribí para Derrida. Trabajando con él sobre San Agustín y sobre lo que, hablando con él, podría describirse como un problema de transexualidad en San Agustín, su conversión como transexualidad. Derrida en ese momento en los EE.UU. era una especie de estrella de rock. Yo estaba con mi cabeza rapada y mi maletín esperando día a día delante de su puerta para ir y decirle... por favor señor... blabla. Hasta que efectivamente un día me dice: “Bueno, qué quieres”. Estando en Francia, aparece la posibilidad de hacer un curso de Teoría de la Arquitectura. Derrida, que es un loco, me llevó a esto.

–¿Qué tiene que ver la sexualidad con la arquitectura?

–Yo estaba estudiando sobre la corporalidad y más específicamente la historia de las tecnologías, pensar el cuerpo, el género como tecnología. Derrida me envía a Princeton al departamento de Teoría de la Arquitectura, no por la arquitectura en sí misma sino para pensar más allá de la construcción. Este paso que parece muy loco es fundamental en mi trayectoria. Pensemos que todo el discurso feminista estaba montado en torno de toda esa especie de cántico de “la construcción social y cultural de la diferencia sexual”. Cuando llego al departamento de arquitectura, los arquitectos cada vez que hablo de género como construcción sociocultural, me preguntan a qué tipo de construcción me refiero. Lo que es lógico, pues es propio del lenguaje de la arquitectura, ¿no? A partir de eso me pongo a pensar que quizás es posible que me tenga que dedicar a hacer una historia más específica de las técnicas de construcción de género. Cuál es la relación más clara entre arquitectura y sexualidad como un conjunto de técnicas de construcción. Por eso me dediqué a prestar atención a las prótesis sexuales, específicamente los dildos. Me interesan porque de alguna manera son como órganos indefinibles, en términos de Derrida. No son propiamente órganos, pero tampoco son objetos. Tomo técnicas muy precisas de los historiadores de la arquitectura para hacer la historia del dildo como parte de la historia de las tecnologías de la sexualidad.

¿Cómo reaccionaron tus compañeras feministas?

En la historia del feminismo la aparición de los dildos constituyó toda una polémica, siempre fueron vistos como la “redención del sexo masculino” que al final oprime, etc., etc. Y la verdad es que no era así en las prácticas que yo había tenido en mi vida.

No son iguales las versiones del mismo libro en cada idioma al que fue traducido.

El Manifiesto es un texto multilingüe y que no es igual, no es el mismo en cada versión. Aquí se agrega un elemento más para mí que es constitutivo: pensar también esa sexualidad en relación con el exilio. El no territorio o la multiplicidad de territorios posibles, o la traducción como modo específico de comunicación y el exilio como posibilidad sexual.

Tu último libro, Pornotopía, también toma elementos de la arquitectura pero esta vez asociadas con las publicaciones pornográficas.

Sí, ese libro nace de analizar la revista Playboy dentro del marco de las tecnologías del sexo, ya que la pornografía es una tecnología visual. Ahi me doy cuenta de que las revistas publicadas entre 1954 y 1965 reproducen siempre el mismo plano arquitectónico, están dedicadas a la producción de este nuevo espacio de soltero, un ámbito diseñado para el placer masculino.

***

Beatriz Preciado consigue eludir toda clasificación desde la ropa que usa hasta el modo en que habla y la sensualidad que emana. Parece de vuelta de todo y a la vez siempre buscando. Cada vez que se le pregunta por aquella experiencia con la testosterona, que sigue consumiendo en pequeñas dosis, responde sin molestarse por la insistencia que reaparece en cada entrevista: “No, no lo hice para convertirme en hombre. Aquella intoxicación voluntaria sin protocolo médico yo estaba significando que mi género no pertenece ni a mi familia, ni al Estado ni a la industria farmacéutica. Fue una experiencia política.”

Si tuvieras que elegir, ¿qué destacarías como memorable de esos días de consumo de hormonas, de experimentación mutante? Dicho de otro modo, ¿qué sentías?

Es una droga que me vuelve lúcido, enérgico y despierto. Lo puedo comparar con lo que sentí la primera noche que hice el amor con una chica. ¿Por qué será que esos aspectos son considerados atributos masculinos?

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Imagen: Lydia Linch
 
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