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Viernes, 15 de julio de 2011

Cambia lo superficial, cambia también lo profundo

 Por Paula Jiménez

No creo que sea posible medir los alcances de esta ley, porque son vastos y múltiples. Pero sí algo se puede asegurar: no nos afecta sólo a nosotrxs, gays y lesbianas. La semana pasada, una amiga tomó una clase con un profesor de tango de esos bien machazos que, al pedirles que se acomodaran en parejas, les dijo: Hombre y mujer, pero si quieren también varón con varón o señorita con señorita, porque ahora se puede. Y aunque le costó decirlo, dice mi amiga, le pareció a ella que eso era mucho más que lo que se podía esperar un año antes. Hoy en día, a un año de la aprobación de la ley en el Senado, somos visibles en varios aspectos, entre los que se incluye, por supuesto, el trato que se nos asigna como público, mejor dicho, que ahora se nos considera parte de él. Hace unos días, mi novia y yo fuimos a comprar un colchón. La vendedora nos ofreció probarlo. Si lo van a usar ustedes está muy bien, dijo, porque es para gente de peso medio. Sí, es para nosotras, le contesté desde el sommier al lado de Silvana. Lo compramos. No sé cómo se manejaría ella, la vendedora, con sus clientxs gays y lesbianas antes de aquella fría madrugada del 15 de julio de 2010 en la que todo cambió y en la que no cambió nada (porque la realidad ya existía: la ley no la inventó), pero sí sé que yo no soy la misma. ¿Y en qué no soy la misma? La imagen que se me viene es bastante näive: como el aire que se respira en la playa en vacaciones, no te das cuenta, pero con cada inhalación te vas sintiendo mejor. El cambio es, fue, sutil y brutal, superficial y profundo al mismo tiempo. Un par de semanas atrás vi dos chicas que caminaban abrazadas por la calle Juramento. Era una tarde tormentosa y estaban las dos bajo un paraguas. El paraguas tenía estampado los colores de la diversidad. La más alta le pasaba a la otra su mano por los hombros y la otra, la embarazada, la abrazaba por la cintura. Nadie las mira, a diferencia de lo que hubiera sucedido un año atrás, pensé. O quizás me equivoqué y tal vez, hace un año, nadie se habría dado vuelta para observarlas porque esta escena habría excedido lo soportable. Y, contra toda evidencia, muchxs vecinxs hubieran preferido interpretar que se trataba de un par de cándidas hermanas dando un paseo por Belgrano en lugar de dos lesbianas enamoradas y esperando un hijo. Hoy no abunda ese tipo de confusiones y, vía la ley, ya está instalada en la conciencia de la mayoría de la gente que dos personas del mismo sexo podemos besarnos, tomarnos de la mano por la calle y formar una familia si se nos da la gana. Es un cambio de paradigma en el orden social, y también psíquico, que produce efectos en la vida cotidiana, en sus infinitos detalles, y los seguirá produciendo. Y aunque quede mucho por hacer, tenemos la sensación de que el tiempo se aceleró y es cierto: en un año, gays y lesbianas argentinxs logramos más en materia de derechos (y en relación al atraso de nuestra situación anterior) de lo que imaginábamos conseguir a lo largo de toda una vida.

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