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Viernes, 15 de julio de 2011

ALEJANDRO TANTANIAN

Mi educación sentimental

Desde que se declaró la ley de matrimonio empezamos a recibir en casa muchísimas invitaciones de casamiento. La situación tenía una especie de color, algo que tenía que ver con la novedad y que estaba bueno experimentar. Yo empecé a tomar conciencia de que fui a muy pocos casamientos en mi vida, mi familia no es numerosa, tengo pocos primos y en general mis amigos piensan de manera muy diferente con respecto a casarse. En un año tuve más invitaciones que en los 44 que viví.

Los primeros que fuimos con mi chico me produjeron un efecto de total extrañamiento. Me parecía llamativo que en esos casamientos hubiera una especie de situación absolutamente tomada por lo que son los ritos entre las parejas hétero, lo que empezó a producirme una suerte de escozor. Cuando viví la decisión de asumir mi sexualidad eran épocas muy complicadas: durante el Proceso y en un colegio como el Nacional Buenos Aires, un lugar severamente vigilado. De manera que mi propia educación sentimental se fue construyendo como pudo. Mi espacio de liberación fue el teatro, desde los 13 años; allí era donde la sexualidad fluía, de manera muy culposa para mí, pero en ese espacio periférico. Así se fue forjando mi manera de vincularme con el mundo, el sexo con los hombres, y así también se construyó la manera de cómo entiendo yo la creación y el arte. Había algo en lo oculto, en lo secreto que tenía cierto valor. Cuando yo fui a ver El hombre herido había una cosa cerrada que era muy atractiva, una zona que tenía que ver con lo que se puede leer ahora como promiscuidad, algo muy adrenalínico, y uno también encuentra la manera de relacionarse con eso porque el deseo es más fuerte que el peligro. Con esto no estoy diciendo que me gustaría que volvamos al peligro, pero yo lo viví así y tengo la capacidad de entendimiento para darme cuenta de que está buenísimo lo que está pasando ahora.

Este borramiento de los límites obliga a ver dónde está uno parado y cuáles son las cosas que siguen dictando las diferencias, en las que yo creo. Sin la connotación negativa de la diferencia, sin la connotación estigmatizante, sino con el orgullo del diferente. Y tampoco tiene que ver con esa zona plutocrática sino que somos diferentes realmente. En general, el modelo de lo que es una pareja uno lo tiene a través de la pareja hétero, entonces cuando empezás a tener parejas replicás ese modelo, pero con el tiempo entendés que dos varones y dos mujeres no es lo mismo que una mujer y un varón.

Creo que el matrimonio igualitario trae estas cuestiones de empezar a pensar si el límite de la diferencia es necesario de ser borrado. Hay muchos de los que se casan que tienen la voluntad de homologarse y hay que respetarlo, no lo condeno para nada, pero a mí esta ley me llevó a pensar eso: yo no podría replicar esa fiesta.

Me casaría en función de cosas más concretas, me parece que el matrimonio es un contrato, y me parece que la adopción o cuestiones vinculadas con la salud, lo valen. Esa es la gran conquista para mí, no la idea de casarse.

Hay algo de la mirada que se tiene respecto del tema que es muy liberadora; pero para mí la liberación llegó mucho antes de la ley, yo desde los veintipico estaba tranquilo con lo que estaba viviendo. Esto está buenísimo por las generaciones que vienen con relación a la sexualidad: tendrán otros problemas, pero éste ya no.

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