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Viernes, 19 de agosto de 2011

ENTREVISTA

EL NOMBRE DEL PADRE

Desde que es un adolescente, Damián Manzolido está en pareja con Sara Torrejón, con quien ahora espera un hijo que nacerá a fin de mes. Así se lo contó a la jueza Graciela Varela para explicarle la urgencia por el reconocimiento legal de su identidad de género. El fallo de Varela fue favorable; sin embargo, a último momento, una apelación de la fiscalía impugnó la posibilidad de que esta familia pueda inscribirse no sólo en el deseo y en el relato, sino también en los papeles, que les darían amparo legal a cada uno de sus integrantes.

 Por Marta Dillon

¿Siempre tuviste el deseo de ser padre?

—La verdad es que siempre lo pensamos, con Sara estamos juntos desde que teníamos 15 años, nos conocimos en la secundaria y nunca más nos separamos. Imaginate que ahora los dos tenemos 42. Tener un hijo o una hija siempre fue un deseo, pero lo fuimos postergando, en parte porque al no tener un reconocimiento legal de mi identidad hace que todo se postergue: es como una frontera que creés que vas a cruzar y que entonces todo será distinto. Además, uno cree que tiene tiempo por delante para los hijos y de pronto el tiempo empieza a hacerse corto. La primera vez que lo intentamos fue en 2007. Entonces hicimos varios intentos y no quedó. Después lo volvimos a intentar en 2009 y Sara quedó embarazada en el primer intento, pero lo perdió. Tuvimos que esperar seis meses hasta volver a intentar. Ahora ya es un hecho, voy a ser padre a fin de agosto, aunque no sé si voy a poder anotar a mi hijo.

¿Por qué?

—Porque aunque por fin había obtenido un fallo que reconoció mi identidad de género, a último momento fue apelado por la fiscal María del Carmen Micames, que ya había hecho un dictamen negativo, aunque en este caso no era vinculante. Nos enteramos de la apelación cuando el expediente ya había pasado a la fiscalía de Cámara. El argumento de la fiscal ya se ha escuchado en otros casos y es bien agresivo: dice que debería resolver mis problemas con psicoterapia. Y lo peor es que ni siquiera me conoce. Yo me pregunto qué piensa la señora fiscal, si tiene alguna idea de lo que significa vivir con las complicaciones diarias que implica no tener una identidad reconocida, no tener documento.

¿Creés que la inminencia del nacimiento de tu hijo, la posibilidad de que fuera inscripto por vos y tu pareja como lo que es, hijo de los dos, hizo que la fiscal apelara el fallo?

—Yo creo que sí, que evidentemente hay quienes no pueden tolerar nuestra existencia y menos que podamos vivir una vida feliz, formar familias, criar a nuestros hijos; pareciera que son privilegios que no nos corresponden. De hecho, parte de las pericias médicas a las que me tuve que someter buscaban la prueba de que mis cambios corporales fueran irreversibles; no lo decían directamente pero entiendo que se buscaba verificar mi esterilidad.

¿Cómo fue que accediste a esos cambios de los que hablás?

—En el año 1996 viajé con mi mamá y con Sara, mi pareja, a Chile. Tuvimos que ahorrar un montón entre toda la familia para poder acceder a esa operación. Y sin embargo me sentí como si estuviera en la clínica del doctor Cureta, indefenso. Por más que estaba acompañado me sentí solo, estaba lejos de casa, me hablaban distinto, fue todo muy rápido. De todos modos, esa primera operación fue para mí una liberación completa, similar a cuando pude empezar a tomar hormonas.

¿Cuándo fue eso? ¿Quién te asesoró?

—No fue algo formal sino lo que pude. Yo hasta los 15 años estaba seguro de que era un varón, que mi cuerpo iba a cambiar. Pero claro, con la adolescencia llegaron otros cambios que eran angustiantes. Entonces yo creía que era un error de la naturaleza; ahora ya no pienso así, pero fue un proceso largo, de ir estudiando, escuchando otras voces, abriendo mi cabeza. De chico era muy estructurado y no me podía mover de esas estructuras tradicionales: cosas para hombres, cosas para mujeres, ahora ni siquiera estoy seguro de que haya cosas de hombres y de mujeres. Pero bueno, la cuestión es que recién a los 23, a través de un psicólogo, me puse en contacto con Gays por los Derechos Civiles y ahí me dijeron que en la Iglesia Metropolitana había otros chicos como yo. En esa iglesia fue donde empecé a aprender sobre las hormonas y supe que existía la posibilidad de una cirugía.

¿En la misma iglesia te asesoraron o fue una información que te dieron tus pares?

—Ahí había una mujer chilena que fue la que nos pasó la información. Pero además en ese lugar me encontré con dos chicos, Gustavo y Claudio, que estaban en mi misma situación. Fue increíble tomar contacto con pares, aunque después no nos seguimos viendo, cada uno hizo su camino y no siempre me siento cómodo cuando siento que por actuar la masculinidad se cae en el machismo. Y también fue una liberación impresionante empezar a tomar hormonas, porque por fin empecé a reconocerme en el espejo, se te acomoda la voz, te crece el pelo, te cambia la vida.

Recién decías que no te sentías cómodo con ciertas puestas en acto de la masculinidad. ¿En qué cosas sí te reconocés o te sentís cómodo?

—Yo me considero un varón feminista. Porque soy consciente de ciertos privilegios que tiene lo masculino y que a mí también me permiten circular con cierta libertad a pesar de la injusticia que encierra. Por ejemplo, nunca sufrí maltrato por parte de la policía. Me suelen parar porque manejo, es el único documento que uso con el nombre que me dieron al nacer. Y sí, me miran, me vuelven a mirar, me han preguntado pavadas como “¿no le pegaste a tu papá que te puso ese nombre?”. No sé si es que no entienden o es ese machismo que hace que ser varón sea subir en la jerarquía social.

¿Sos un varón feminista o un varón trans feminista?

—La verdad es que yo no sé si existe la identidad trans como identidad. No sé siquiera si lo que digo es políticamente correcto; como te decía, estoy aprendiendo. Yo era muy prejuicioso, me costó salir de mis estructuras, pero conocí gente maravillosa, gays, lesbianas, trans... fue como una salida al mundo que me humanizó. Y que me permite ahora hablar de mi historia, luchar por la ley de identidad de género que propone el Frente Nacional por la Identidad de Género, porque a través de la judicialización estamos expuestos a apelaciones como ésta, a someternos a exámenes que son agresivos, invasivos, que te pongan en una camilla y te miren entre las piernas como si fueras un objeto... Yo solicitaba en el amparo que presentamos también el acceso a completar la cirugía que no pude completar en Chile y eso no fue contemplado, pero no me importó porque lo fundamental, lo urgente es tener un documento.

No resulta fácil dimensionar la importancia del documento cuando el documento dice el nombre en el que una o uno se reconoce...

—No, claro. Pero no es difícil de imaginar. Yo terminé la secundaria como pude, por ejemplo, pero aunque me inscribí en el CBC para estudiar Letras ya me resultaba insoportable tener ese documento, esa ficha universitaria... No lo pude tolerar. En un momento estaba aterrado de morirme porque pensaba cómo quedaría anotado, que no habría registro de mi verdadero tránsito por esta vida. Y bueno, en el trabajo también es insoportable, estoy condenado a la clandestinidad o a trabajar por mi cuenta, que es lo que hago ahora. Tampoco me puedo casar, aunque me lo recomendaron para poder inscribir a nuestro hijo con el apellido de Sara y el mío. Pero yo no soy la persona que dice que soy en el documento, soy Damián, y con esa única identidad podría casarme.

¿En qué trabajás?

—Soy cocinero. Uno se termina arreglando, pero también me han echado cuando se dan cuenta de mi situación, como me pasó en el buffet de la Universidad Católica Argentina.

De alguna manera estás obligado a una especie de closet, a elegir cuándo decir y cuándo no que tu documento no habla de vos.

—Si fuera por mí no lo diría nunca, no me parece que haga falta.

¿Y pensaste cuál será el relato sobre vos para tu hijo?

—Creo que le voy a contar la historia completa, que se lo merece y que además es nuestra historia como familia.

¿Saben el sexo ya?

—Sí, es varón. Pero no se puede saber, ya sabemos cómo es la diversidad...

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Imagen: Sebastián Freire
 
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