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Viernes, 6 de abril de 2012

ENTREVISTA

Dios no los cría, ellos se juntan...

El Peladero es un bar gigante que funciona en las afueras de Bahía Blanca, en lo que fuera un criadero de pollos. Una trinchera de resistencia a la mediocridad, un nido de lesbianas, lugar de encuentro de jóvenes, de gays, de gauchos y parroquianos. Patricia Galassi, la Tana, es la responsable de ésta y otras rebeldías.

 Por Paula Jiménez

Ella escribió en una de las paredes de su casa de Aldea Romana: “No es época de cambios sino un cambio de época”. Y quizás es esto lo que vino a anunciar, desde un principio. Ya en los ’80, como una especie de Mesías lésbica, decía lo que le daba la gana sobre el escenario y enfrentaba los prejuicios del público de su ciudad natal. Hoy no parece creer demasiado en esa línea imaginaria que divide al público del actor, a la calle del teatro. Cuando la televisión de Bahía Blanca necesitó una lesbiana que hablara sobre el matrimonio igualitario, la llamaron a ella y se mostró a favor, aunque hoy confiesa la estafa: no cree en el matrimonio y tampoco se define como lesbiana. Pero, pese a no creer en nada, Patricia Galassi, la Tana, parece creer en mucho. En el amor, por ejemplo. El amor es para ella la directriz que condujo sus acciones desde siempre, desde los tiempos en que con su vigorosa voz radiofónica, y en el aire, les enseñaba a las chicas bahienses a masturbarse y a experimentar un amor prohibido por sus propios cuerpos. “Era un programa de trasnoche, iba de 0 a 2, y en ese horario me podía dar el lujo de hacer ciertas cosas: ensoñaciones dirigidas, relajación, masajes, todo en la cabeza de la persona, y también he hecho el ejercicio de proponer a las chicas quedarse solas con un espejito, mirarse, tocarse, mientras yo les ponía una musiquita y las invitaba a que siguieran solas. Esto fue principios de los ’90.”

¿Cómo te definís? ¿Anfitriona de un bar rarísimo? ¿Artista? ¿Activista?

—Yo soy una desesperada del amor y creo que en el amor está la transformación. El arte es un canal para eso. Transformar la cabeza de la gente, hacia un hombre o una mujer nueva. Aunque decir hombre o mujer son categorías caducas, conceptos que se transformaron también. Había hombres o mujeres antes, cuando no había otra alternativa. Ahora sabemos que hay más que esta fórmula binaria, nuestra esencia es más que eso.

No te ajustás a esa definición...

—No me molesta ser mujer, pero nunca entré en el canon. Cuando era chica, los regalitos de nena me ofendían. Era una nena que no era una nena. Siempre me sentí desigual con respecto al trato de los maestros y los mayores. Había un mundo destinado a los varones y al que para entrar las nenas no teníamos permiso. A mí me gustaban las pistolas, ser el cowboy. Los machos tenían las puertas más abiertas que nosotras para todo lo que quisieran hacer. En los años ’80 yo tenía una banda, era la autora y la voz cantante, y la gente me mandaba a lavar los platos. Me pasó concretamente en Punta Alta. Arrancamos cantando un tema y el público me gritaba cosas. Yo contesté: “Punta Alta, me dan tristeza”. Y me saqué la guitarra y me fui. La gente empezó a pedir que me quede y volví. Desafiné como una yegua, pero sentí el poder que me daba el escenario, cuando hasta ese momento había sido la pobrecita que todos estaban agrediendo. Siempre tuve esa conciencia de que un micrófono, una cámara o un escenario son espacios que merecen ser ganados. No es suficiente estar ahí para que todos te escuchen. La cuestión es: estoy aquí y me hago cargo de lo que tengo que hacer.

¿Pensás que escandalizaste alguna vez a Bahía Blanca?

—En muchos momentos. Antes más, ahora es previsible que yo haga alguna cuestión escandalosa. En la radio, a principios de los ’90, hablar del clítoris y que te enseñen a tocarte... ¡imaginate! Con el tema de la sexualidad siempre se me inventaron muchas historias, me adjudicaron muchas cosas que me hubiera encantado haber hecho. Cuando estaba en televisión conocí a alguien que ahora comparte nuestra comunidad y de quien me enamoré terriblemente. Ella tenía 16 y yo 34. Fue imposible que no se enterara todo el mundo. Por suerte el amor demostró ser cierto a través de los años: pasaron 17 años y seguimos unidas. Pero en ese momento yo, de pronto, pasé a ser una violadora de menores para la gente.

¿Nunca tuviste el impulso de irte de Bahía Blanca?

—Me fui, estuve un año viviendo en Italia, cuando tenía 23. Luego estuve en La Pampa. Pero siempre pensé en esa frase de Spinetta que dice que ningún lugar es bueno cuando nadie está. No me parece que la felicidad esté en los lugares. Y aparte me parece que las personas revolucionarias tienen que estar en los lugares más pacatos y cerrados, para transformarlos.

Vivís en comunidad. ¿Qué significa eso?

—Somos un grupo de personas que pertenece a una comunidad abierta, no estática. Funcionamos como una familia, donde los vínculos son dados por el amor, por lo que cada persona siente por la otra. No hay status, ni jefes. Yo me corrí. Empecé con un formato capitalista con el pub El Peladero en el que yo era la patrona y la dueña, y fui gestionando ese lugar con el espíritu de amor abierto. Y mi casa, por otra parte, ya no es mi casa sino nuestra casa y de quien quiera. Nosotros, por principio, no cerramos las puertas, vivimos en una casa de puertas abiertas porque nadie me puede robar lo que me pertenece por orden de conciencia; y si se lo lleva, será porque lo necesita. Si no, aquí está todo para compartir. No existe el robo: si te pertenece, lo vas a seguir teniendo. Claro que no fue proponérmelo y llegar directamente a este punto de comunidad que funciona de modo aceitado, donde las personas mutuamente nos escuchamos y aprendemos. No es fácil vivir en una comunidad de amor libre en la que tratamos de romper, entre otras cosas, las estructuras de parentesco. Hay parejas en esta comunidad, pero también personas que nos amamos físicamente sin serlo. En mi caso, no acepto estar en pareja.

¿Qué es para vos una pareja?

—Un sistema de vinculación entre dos, que hace que todo se tenga que resolver en esa sola persona. Rápidamente se desgasta en sí misma como estructura, porque las personas somos un universo y pretender que una sola me dé todo lo que necesito no es considerarla un ser polivalente, con su mundo tan distinto del mío. Por otro lado, la cuestión de que una pareja tenga que reunirlo todo me parece que es de muy corto alcance.

Renunciaste a la maternidad con tus hijos, ¿cómo es eso?

—Bueno, yo soy muy madre, es algo que rápidamente se ve en mí. Soy una persona que vibra en esa energía de alimentar, cuidar, abrazar, besar, preocuparme por el abrigo y el descanso del otro. Lo que les propuse a mis hijos es la renuncia al formato de madre reproductora de un sistema patriarcal, hétero-normativo, capitalista, de herencia, donde la madre es la que te provee el afecto, te arregla la ropa, te da el consejo. Tengo hijos adultos y los quiero compañeros. Renuncio a ser esa madre del sistema; si ellos me quieren en esa imagen, es un problema de ellos del que no me voy a hacer cargo. Pero sí estoy libre de elegirlos compañeros, amantes, hermanos mayores, sin que ellos me tengan que poner en un lugar preestablecido por convención o porque hay cosas que una madre no hace. Besarse en la boca, por ejemplo, es algo que no hago. Yo dejo que ellos se acerquen a mi cuerpo como ellos deseen. Pero si soy su madre, tal vez hay cosas que quieran y no puedan.

¿Qué es El Peladero para vos?

—Un espacio político de transformación a través del arte, un desafío a que la gente se comunique, descontracture y desformalice. Es parte de la contracultura, una trinchera de resistencia, porque desde que entrás en El Peladero encontrás opinión en todas partes, aun en la manera de estar puestos los ladrillos. Es un lugar totalmente reciclado y donde todo el tiempo se recicla. Es el espacio que se va transformando a sí mismo.

¿Cómo miran los bahienses a El Peladero? ¿Le tienen miedo?

—Algunos sí: piensan que hay lesbianas, drogas y relajo, y tienen razón. Tienen miedo de ir a un lugar donde haya dos chicas que naturalmente se den un beso. Pero no es un boliche de lesbianas, es un espacio para las personas. La gente que trabaja en los hornos de ladrillo de acá cerca vienen porque se sienten queridos y respetados. Lo mismo pasa con los que vienen en su súper auto. No hay diferencia. En ese sentido, El Peladero es revolucionario en una ciudad donde todos son guetos, cada boliche acá tiene su propio ambiente cerrado y lo que importa es cómo te vestís de acuerdo a ese gueto.

El Peladero, Hernandarias y Remedios de Escalada, Bahía Blanca.

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Silvina Cardozo
 
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