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Viernes, 15 de marzo de 2013

Papa Argento

Somos Gardel, somos la mano de Dios, no llores por mi argentina, pusimos una Reina en el mundo y ahora un Papa. Hasta qué punto este Papa de la humildad contribuye a la megalomanía nacional.

 Por Verónica Giménez Béliveau*

La elección de Jorge Bergoglio como papa parece reforzar los estereotipos de la argentinidad. Tenemos a Maradona, a Messi, al Che, a la avenida más larga del mundo y al río más ancho, y también a Francisco papa. Para intentar comprender esta singular encrucijada, debemos pensar en dos planos, la lectura de la elección desde la centralidad de la Iglesia, en el Vaticano, y las posibles consecuencias en la escena social y política local.

El obispo Jorge Bergoglio es una figura compleja, con matices, que resiste a las interpretaciones llanas (conservador/ progresista). Fue un obispo pastor, de terreno, que caminaba su diócesis y recibía a quienes le pedían consejo, el líder del sector que en el episcopado argentino se opone al sector más duro, encabezado Héctor Aguer. Está acusado de haber conocido secuestros y desapariciones y no haberlos denunciado, en el marco de una Iglesia jerárquica que calló cuando no apuntaló los delitos de la dictadura, y de desproteger a los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, jesuitas a su cargo cuando era Provincial, en 1976. Fue construido por políticas y políticos opositores como el gran paraguas bajo el que se refugió una alianza antikirchnerista durante el conflicto del campo. Conocido por sus fuertes declaraciones contra el matrimonio igualitario, se conocen menos sus intentos por negociar, a último momento, la promulgación de la unión civil (agradezco a mi colega Daniel Jones por el dato). Personaje complejo, profundamente político en sus movimientos y declaraciones, con una larga experiencia en negociaciones difíciles, y que sabe reponerse de las derrotas.

Desde Roma, y desde la minoría de los cardenales electores, la opción por Jorge Mario Bergoglio refleja la intención de dar lugar a un cambio controlado. Esto es así por dos razones, la primera es su proveniencia, es el primer cardenal latinoamericano en ser nombrado papa. Se reconoce así, explícitamente, la fuerza de América Latina como “continente católico”, en el cual la Iglesia sigue siendo un actor social y político de relevancia, y en cuyos países la población se reconoce mayoritariamente católica. La segunda razón es su trayectoria dentro de la Iglesia. Jorge Bergoglio es un cardenal con una carrera pastoral, y no un funcionario de la Curia ni un diplomático vaticano. Estas dos razones transmiten un mensaje, una voluntad de transformación, y expresan un desplazamiento de las jerarquías eclesiásticas, que han buscado un papa “menos contaminado” por los escándalos de la pedofilia y sus múltiples encubrimientos, y ajeno a las poco transparentes finanzas vaticanas.

Pero esta perspectiva, el “líder de la alianza progresista”, como titularon diarios italianos, adquiere otros sentidos cuando enfocamos la elección del papa argentino desde la escena local. Si miramos el campo social, vemos que la elección de Francisco está generando una recarga de emoción y legitimidad en los católicos de carrera, los militantes de las parroquias y los movimientos, para quienes un papa argentino, conocido, y alejado de los fastos y las pompas vaticanas es motivo de orgullo y estímulo para la profundización del activismo. Y en ciertos sectores del catolicismo, este activismo se opone a la ampliación de derechos, aliado con otros sectores religiosos, como ciertos grupos evangélicos, que se han caracterizado por su arraigo territorial y a la vez por un conservadurismo acendrado en materia de moral sexual. El arzobispo Jorge Bergoglio se ha mostrado a menudo como el líder de una alianza interconfesional en pos de conservar un estado de cosas que impida el avance de ciertos derechos (ley de salud sexual y reproductiva, matrimonio igualitario, ley de identidad de género, despenalizazión del aborto).

En el plano político, la elección de un cardenal argentino como papa no hará sino reforzar la vieja tendencia a procurarse un “obispo amigo”. Los políticos y las políticas han establecido con los miembros de la Iglesia una relación de competencia y complementariedad, en la cual no sólo responden a las demandas de agentes de la Iglesia, sino que buscan activamente a curas y obispos para empaparse de su legitimidad. Y si esa interpelación era activa con Bergolio obispo, imaginemos la ansiedad de unos y otras por besar los bordes de la estola papal.

* Socióloga (CEIL-Conicet), profesora UBA

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