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Viernes, 24 de mayo de 2013

TEATRO

Femme o no femme

Con un cero en solemnidad, Umbra Colombo y Laura López Moyano componen la dupla de La poeta y su novia actriz: una, ultracoqueta, y la otra, butch profesora de literatura. La comedia escrita y dirigida por Patricio Abati es una historia de amor entre mujeres, donde el foco no está puesto en el lesbianismo, sino en el tironeo por ocupar el rol dominante en la pareja.

 Por Paula Jiménez España

Fiel a su título, esta obra no pretende otra cosa que retratar el vínculo de una pareja de mujeres: Martina, la poeta, encarnada maravillosamente por Laura López Moyano; y Andrea, la actriz, que Umbra Colombo, desde que pone un pie en el escenario del teatro Onírico, no para de hacer brillar. Ella es una chica superfemme, montada sobre tacos y enfundada en un vestido ajustado, que no nos deja dudas de qué papel juega en la relación. Tampoco Martina, una lesbiana intelectual y masculina, profesora de Teoría y análisis literario en Puán, cuya primera aparición en esta pieza escrita y dirigida por Patricio Abadi corta el aliento por la fuerza de su intensidad. Dos actrices descomunales contando una love history lésbica, pero en clave de afiladísimo humor. “Si no es común que el tema se aborde desde el humor es quizá porque algo de vivirlo como una transgresión es un peso y esto es rodeado por un montón de cosas redensas de las que no sé cómo se hace para zafar”, dice López Moyano.

¿Cómo construyeron sus personajes?

Umbra Colombo: De a poco, en mi caso. A mí me sorprendió Laura, que desde el principio tenía el personaje adentro y yo voy más de afuera para adentro, construyéndolo con el vínculo. Eso fue lo más importante: ensayar siempre en compañía. La historia, por más que esté escrita, una la va atravesando con el cuerpo, hablando, deconstruyendo, volviendo a empezar. Me resultó una historia de amor muy cercana, por más que yo nunca estuve con una mujer. Que sea una mujer o un hombre no es tan importante, es una particularidad encantadora, sí, pero es una historia de amor entre dos personas. En la historia que cuentan Andrea y Martina no hay rollos con que es una relación lésbica. Hay un montón de cosas que ocurren entre hombres y mujeres, y yo imagino que también entre mujer y mujer.

Laura López Moyano: Laura construyó a Martina, ¿o Martina construyó a Laura? En principio había algo muy claro de la textualidad que me daba mucha información sobre el tipo de personaje que es. Y algo que se me apareció con el vestuario y el cuerpo desarticulado, sobre todo las imágenes de los textos son tan claras con relación a cómo sería una persona así, la forma en que se vincula y se enamora. Martina es una profesora de Puán —yo fui a Puán quinientos mil años—, son hermosas, cada una tiene su particularidad. Un poco ella ocupa un lugar más masculino en la relación, sí, pero a la vez son dos mujeres. Nuestros primeros ensayos eran más raros porque improvisábamos, y a mí se me movían más cosas con relación a mi sexualidad, a preguntarme sobre mí; después con el texto fue como más claro. En general, las improvisaciones que salían tenían un poco de mi resistencia a pensar en el tema, por eso me salía una Martina manipuladora, violenta, castigadora. Igual, a mí me pasaron cosas así con hombres, y en algunas relaciones he sido el hombre de la pareja. Cuando en una pareja se habilita la violencia, el amor, la desmesura, eso sucede en el marco de esa pareja.

¿Se inspiraron en alguien? ¿Se basaron en observaciones para construir a Martina y a Andrea?

L. L. M.: Podría decirte que vi fotos y pelis, pero no es que me inspiré en alguien particular. Tampoco tengo el método de observar a alguien, porque después, cuando eso pasa por mi propio cuerpo, está muy transformado. Si yo tuviera que imitar a alguien sería malísima. Más bien es entrar en ese mundo de asociaciones y deseos. Al principio vimos un archivo de fotos de lesbianas de 1930, eran muy amorosas.

U. C.: Y también muy diversas. En estas fotos era grande la diversidad estética. La nuestra es una variable más de las tantas posibles. A veces es verdad que Martina ocupa el lugar masculino, pero también lo hace Andrea, que avanza rezarpada en algunos momentos. No hay remilgos en esos momentos, aunque en otros los tenga. En la escena del reencuentro, Martina toma el lugar del estereotipo femenino, en el sentido de no pasar directo al sexo.

L. L. M.: A mí me resulta difícil pensar en el lado femenino y el lado masculino. Yo he salido con hombres a los que les faltaba usar bombacha. Tiene que ver con la fuerza o con la historia occidental de las relaciones amorosas. En la escena del reencuentro hay un juego: un reproche en el sentido de “no vamos a ir derecho al acto sexual” sino que ella prefiere hablar primero, cosa que el hombre no haría.

U. C.: Y lo que Martina la poeta escribe, está lleno de romanticismo y ahí está también el costado femenino. Yo me reconozco ahí. Por más que tiene toda su energía física masculina.

El vestuario claramente las divide en femme y butch; parece que desde la dirección se trabajó la polaridad...

L. L. M.: Sí, incluso en un principio Martina era renga, una característica del personaje a lo que nunca le di bolilla. Nunca lo hice. Yo propuse algo físico mucho más desmesurado. Hubo una primera elección de lo que trajo cada una. Ella, una diva de Guayaquil, y de mi parte, una profesora de camisa, pantalones, lentes. Yo le puse un chalequito, y el chalequito suma. Hay algo estereotipado en eso, pero tampoco es la camisa leñadora con el jean grande.

¿Sienten que tuvieron que vencer algún tipo de prejuicio interno para hacer estos personajes?

U. C.: Yo, particularmente, no. Me siento cómoda y orgullosa de laburar con Laura y es de muchísimo placer todo lo que ocurre en la obra. Además es un buen momento histórico, incluso, para contar esta historia. Y creo que por eso se cuenta con esta naturalidad; no sé qué hubiera sucedido hace quince años. Para mí lo más importante es el encuentro, más allá de que son dos mujeres. También esto lo hablaré con mi analista, hay cierta cosa que me resulta atractiva de este encuentro. Pero no le veo ningún problema, ni me surge ningún prejuicio. Los prejuicios más grandes que tuve para construir mi personaje no eran el lesbianismo sino encarnar una actriz frívola: quitarme eso fue lo que más me costó.

L. L. M.: Yo coincido con que el amor es una cuestión de encuentro, de momentos. Y con respecto a los prejuicios, no sé si tuve que sortearlos, pero sí me hice muchas preguntas, que me las hago hace mil años, pero que al enfrentarme a esta situación pienso que es la oportunidad de cuestionarme en relación con esto. Yo creo que tengo miles de prejuicios y que a la vez la obra me los pone en crisis, porque disfruto de la obra, de esta relación, de vivir este amor una hora por semana. Esto no quiere decir que mañana vaya corriendo a salir con una chica.

U. C.: O sí...

L. L. M.: Sí, no sé, mañana te cuento (risas). Algo se me movió a mí, pero al contrario. De pensar que siempre me sentí tan desprejuiciada y abierta, y de pronto darme cuenta de que no, que hay cosas que me movilizaban y que no entendía. Creo en el amor libre, pero hay algo que es una transgresión: yo admiro a las personas que pueden elegir su sexualidad desde ese lugar. Es algo que sigue siendo una transgresión. Depende el contexto, claro.

¿Cómo piensan que lo ve el público que no es de la comunidad glttbi?

L. L. M.: Yo creo que por cómo está escrito y planteado no tenés más que conmoverte con la historia de amor, pero a la vez un espectador común, que no es lesbiana y que no lo siente como su propio mundo, para ese espectador común su referencia es verlo en la televisión, donde, después de la ley de matrimonio, pusieron lesbianas en tres o cuatro programas. Como decir “uy, qué loco que soy que pongo unas lesbianas”, y son dos modelos de la concha de la lora, divinas, teniendo sexo como nunca tuvo una. Pero creo que el espectador común que ve esta obra lo que hace es generar una barrera y que eso sea ficción.

U. C.: Hay dos partes en los vínculos, como se ve en la obra, que son el amor y el erotismo. Durante la obra estamos todo el tiempo muy conectadas con la cabeza y resulta sorprendente para el espectador cuando nos conectamos físicamente. Pero no sé si hay lugar para el rechazo o el prejuicio. La sensación que me da es que está muy bien armada y dirigida como para que nos sorprendamos todos. Cuando ocurre el encuentro, yo lo siento como una necesidad. No puedo imaginarme a alguien que pueda salir incómodo de ver esta obra.

¿Sintieron afinidad con el personaje que le tocó a cada una?

U. C.: Sí, completamente. Igual me di cuenta ahora de cómo es el personaje, con la ayuda de Pato y Laura.

L. L. M.: Yo tuve una cosa distinta que Umbra, porque ella conocía el material antes que yo. Pude imaginarme que yo podía hacer cualquiera de las dos, ambas eran un desafío para mí, pero cuando la conocí a Umbra estaba segura de que ella tenía que ser Andrea, la más femme, y yo Martina.

La poeta y su novia actriz, Viernes a las 21. Nuevo espacio teatral Onírico (Fitz Roy 1846).

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