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Viernes, 6 de septiembre de 2013

PIQUITO A POCO

Vecinas sin guerra

Gays y lesbianas, en ese orden, van brotando como repollos en las ficciones de la televisión argentina. Eso sí: se hacen rogar para el beso y cuando besan van con lengua de plomo.

 Por Magdalena De Santo

El artículo de Alejandro Modarelli publicado en este suplemento semanas atrás analizaba el tratamiento de la homosexualidad en Farsantes con mirada cálida. Observaba el retorno de la homosexualidad barrial entre chongos o aquello de corte platónico donde maestro y discípulo recorren los variados matices del intercambio erótico. Bueno, yo no le llego ni a los talones a Modarelli, ni a su prosa, ni a su comprensión del mundo trolo. ¿Será por eso que me toca escribir sobre dos minitas que emergieron, cual manotazo de ahogado, a lo largo de estos últimos episodios en Vecinos en guerra?

Competencia desfavorecida ante Farsantes, la tira diaria de Telefe tiene la trama principal un poquito desdibujada: no se sabe bien de qué va y las historias secundarias parecen tomar la delantera. Dos caras bonitas, de sexualidad inefable (presuntamente bisexual) son parte de la operatoria de rescate. La estupidez publicitaria infla el acontecimiento. Se viene un prometedor “beso hot”. Es la marca de toda telenovela: una mujer ocupando el lugar de la hermosa y bobona manzana de la discordia. Para eso cayó el personaje de Valeria (Natalie Pérez) y, de paso, para avivar los conflictos de la tira. Provinciana trepadora, competitiva, cizañera y oportunista, con una actuación bastante mediocre, histeriquea sin distinción de género. Aparentemente está enamorada de un flaco (Lucas), pero al mismo tiempo seduce a su inocente nueva amiga. Así es como el trabajo de Natalie Pérez da cuerpo a una caricatura recurrente de la bisexualidad: la guacha egoísta rompecorazones. La otra es Agustina (Sabrina Fogolini), personaje post-adolescente cool en transición a lesbiana. Hundida en la timidez, pero liberada del corpiño, no sabe qué le está pasando. Falta a sus clases y enmudece cada vez que alguien la interpela directamente. Finalmente, ante el interrogatorio de su amiga hétero comprensiva, sale del closet: “No es que me gustan las chicas, me gusta Valeria”. ¡Oh! Agustina se enamoró de un ser, independientemente de las tetas enormes que tiene. Jamás las malas palabras: bisexualidad o lesbianismo. Sólo el eufemismo del gusto por una –y única– chica.

Después de la presentación de personajes, llega la escena tan anunciada (que puede llamar la atención sólo a dos o tres menos que pajeros): las jóvenes bellezas miran una película tiradas en el sillón, comentan lo bueno que está el actor, ríen, se divierten, hasta que Agustina se hace cargo de su deseo y acerca tímidamente su boca –a través de una cortina de pelo de brushing– a la de Valeria. Esta recibe el piquito, pero inmediatamente se arrepiente y pide disculpas.

He allí el beso hot. Sí, éste es todo el beso hot y la revelación de Fogolini que anuncian los medios. Por suerte, recientemente aclaró que tiene un novio contenedor, no vaya a ser cosa que a alguna degenerada se le caiga la bombacha ante tanto exabrupto ficcional. ¡Impresionante beso entre mujeres! Erección de clítoris y penes a montones, labios vaginales aplauden de pie semejante desborde de actuación... fuerza Sebastián Ortega... con un poquito más ya casi llegamos.

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